Del latín magnus, grande, y caedere, matar, magnicidio es el asesinato de una persona importante por su poder, rango o prestigio sociales. Asesinar es, desde la perspectiva del Derecho Penal, matar a un ser humano premeditada, violenta y alevosamente. En eso se diferencia del homicidio (contracción de las palabras latinas hominis y caedes), que es la muerte de una persona por una acción u omisión no premeditada. El asesinato obedece a una planificación y no es obra fortuita ni casual, como el homicidio. De ahí que las leyes penales consideran que el asesinato es un homicidio calificado por la concurrencia de circunstancias agravantes del acto delictivo.
Las motivaciones y los fines del magnicidio son generalmente políticos, en el sentido amplio de la palabra. El magnicidio es un hecho político, que por lo general obedece a un <complot y que persigue cambiar el orden público o modificar el curso de la historia. Como dice con cierto cinismo un prologuista de Maquiavelo, el magnicidio “es la voluntad política de cambiar el curso de la historia con economía de medios”. O sea con ahorro de los esfuerzos que requeriría la acción facciosa o la revolucionaria.
En el magnicidio hay una trama clandestina que busca el asesinato de la víctima y también la exclusión del juzgamiento y condena del hechor.
El tiranicidio y el regicidio son especies de magnicidio: en el primer caso, es el magnicidio de un autócrata y, en el segundo, de un monarca, de su mujer, del príncipe heredero o del regente de la corona. De modo que, atendiendo a las diferentes extensión y comprensión de las palabras, todo tiranicidio y regicidio son magnicidio, pero no todo magnicidio es tiranicidio o regicidio.
Aunque el hecho es muy antiguo —está presente, desde los tiempos de Adán, en la leyenda católica— y la historia está llena de asesinatos de gobernantes, líderes políticos y personas de poder y de prestigio social, el concepto de magnicidio se usó por primera vez en el año 1090 d. C. cuando Hasan Sabbah fundó en Siria la fraternidad islámica de los asesinos. El recorrido histórico del magnicidio es inmemorial. Murieron asesinados célebres personajes de la historia: el emperador romano Julio César a manos de Marco Junio Bruto, Décimo Bruto y Cayo Casio Longino en el Senado Romano el año 44 antes de la era cristiana; el líder indio quiteño Atahualpa en 1533, por obra de los conquistadores españoles; el cacique incaico peruano Túpac Amaru en 1781; el mariscal venezolano y prócer de la independencia de Hispanoamérica, Antonio José de Sucre, en 1830; el presidente de Estados Unidos Abraham Lincoln en 1865; el militar y político español Juan Prim y Prats en 1870; el líder conservador ecuatoriano Gabriel García Moreno en 1875; el político e historiador español Antonio Cánovas del Castillo en 1897; el líder revolucionario liberal ecuatoriano Eloy Alfaro en 1912; el líder liberal español José Canalejas y Méndez en el mismo año; el presidente Francisco I. Madero de México en 1913; el líder socialista francés Jean Jaurès en 1914; el archiduque austriaco Francisco Fernando de Habsburgo, sobrino y sucesor de Francisco José I, emperador de Austria-Hungría, en 1914 —magnicidio que encendió la hoguera de la Primera Guerra Mundial—; el zar Nicolás II de Rusia en 1918; el político conservador español Eduardo Dato en 1921; el guerrillero mexicano Pancho Villa en 1923; el presidente mexicano Álvaro Obregón en 1928; el líder marxista ruso León Trotsky en 1940; el caudillo liberal colombiano Jorge Eliécer Gaitán en 1948; el líder de la resistencia pacífica de la India, Mahatma Gandhi, en 1948; el presidente de Panamá José Antonio Remón en 1955; el dictador nicaragüense Anastasio Somoza en 1956; el generalísimo Rafael Leónidas Trujillo de la República Dominicana en 1961; el presidente John F. Kennedy de Estados Unidos de América en 1963; el líder norteamericano de los derechos civiles Martin Luther King en 1968; el jefe militar argentino general Pedro Eugenio Aramburu en 1970; el jefe del gobierno franquista español Luis Carrero Blanco en 1973; el antiguo virrey de la India y héroe naval de la Segunda Guerra Mundial, Lord Louis Mountbatten, en 1979; el presidente egipcio Anwar El Sadat en 1981; la primera ministra Indira Gandhi de la India en 1984, lo mismo que su hijo Rajiv Gandhi en 1991; el expresidente del gobierno sueco Olof Palme en 1986; el candidato presidencial del Partido Revolucionario Institucional (PRI) de México Luis Donaldo Colosio en 1994; el primer ministro israelí y premio Nobel de la Paz Isaac Rabin en 1995; el rey Birendra Bir Bikram Shah Deva y la reina Aiswarya de Nepal en el 2001; el presidente Ahmad Kadyrov de la provincia autónoma de Chechenia, al sur de Rusia, en 2004; el presidente del Consejo Gobernante Iraquí, Izzedine Salim, en mayo del 2004.
Uno de los magnicidios que alcanzó mayor espectacularidad, por el significado que tuvo para la historia de España y por la técnica de su ejecución, fue el del presidente del gobierno franquista, almirante Luis Carrero Blanco, el 20 de diciembre de 1973 en Madrid. Fue, sin duda, el atentado más importante perpetrado por ETA. Ocurrió a las 09:23 horas de la mañana en la calle de Claudio Coello de Madrid. Como todos los días, dentro de su rutina religiosa, el jefe del gobierno había ido a misa en la iglesia de San Francisco de Borja de los jesuitas. Al salir de ella y tomar por la calle de Coello para dirigirse a su oficina, tres cargas de goma-2, de 25 kilos cada una, colocadas en un túnel bajo el pavimento y activadas a control remoto, explosionaron y lanzaron el automóvil Dodge Dart 3700 del presidente a la terraza del convento de los jesuitas, a siete pisos de altura.
Esta fue la operación ogro planificada y ejecutada con toda prolijidad por el comando Txikia de la ETA, que puso fin a la vida del presunto sucesor de Franco, cuya misión era prolongar el franquismo después de los días del generalísimo.
En ese lugar hay hoy una placa de mármol colocada por el franquismo que dice: “Aquí rindió su último servicio a la Patria con el sacrificio de su vida el Almirante Luis Carrero Blanco, Presidente del Gobierno Español. El pueblo de Madrid dedica esta lápida para honrar su muerte heroica y perpetuar su memoria. 20 de diciembre de 1974”.
La desaparición de Carrero Blanco no sólo aceleró el final del franquismo sino que desarticuló los planes de continuidad. El postfranquismo quedó abatido. Franco murió poco tiempo después —el 20 de noviembre de 1975— y el proceso de transición democrática impulsado desde la oposición y desde el gobierno, aunque sin responder a una programación previa, se puso en marcha por la acción de varios protagonistas importantes: Adolfo Suárez, Juan Carlos I de Borbón, Felipe González, Santiago Carrillo y los partidos de la oposición.
Uno de los documentos desclasificados por la Central Intelligence Agency (CIA) el 26 de junio del 2007 y colocados en su sitio web de internet —que contienen lo que ella denominó “family jewels” report, en irónica referencia a los delitos y fechorías cometidos en varios lugares del mundo entre 1953 y 1973— reveló que la Agencia Central de Inteligencia intentó en 1960 utilizar a Johnny Roselli, miembro de la mafia, conectado con los casinos de Las Vegas y La Habana, para asesinar a Fidel Castro. El atentado se planeó de modo de no implicar a la CIA en la operación. Se dejó en claro, cuando se lo propuso al capo de la mafia, que “el gobierno de EE. UU. no estaba ni debería estar al tanto de la operación”. La idea era atribuir el asesinato a los empresarios de los juegos de azar que, por la proscripción de los casinos en Cuba, estaban sufriendo ingentes pérdidas económicas. La recompensa eran 150 mil dólares. Sin embargo, Roselli no quiso implicarse en el asunto y sugirió los nombres de Sam Gold —que era el sobrenombre del mafioso de Chicago Sam Giancana— y de Santos Trafficante, un gánster de Tampa, quienes propusieron poner en la comida o bebida del jefe cubano una “píldora potente”. Se elaboraron entonces seis de esas píldoras con un alto contenido letal, que Gold las puso en manos de Juan Orta, funcionario cubano vinculado al negocio de las apuestas que supuestamente “tenía acceso a Castro”. A lo largo de varios meses hubo intentos fallidos de envenenar al líder cubano y finalmente, después del episodio de Bahía de Cochinos en 1961, se abandonó la operación y la CIA recobró las seis píldoras. En 1971 el reportero del "Washington Post", Jack Anderson, había publicado aquellos intentos de asesinato, que fueron confirmados por la CIA en junio del 2007 con su sorprendente desclasificación de 702 páginas de sus archivos secretos que contenían su “ropa sucia” —dirty laundry— abiertas a la luz pública.
El magnicidio ha sido, pues, un arma política en diversas épocas y lugares. Para abatir un gobierno, para producir un cambio del orden social, para desmantelar un partido político, para impedir el triunfo de una idea se ha acudido a la eliminación violenta de sus cabezas más representativas. En unos casos esas acciones violentas han estado rodeadas de legitimidad, pues eran la única forma de liberar a los pueblos de sus verdugos. En otros, han sido acciones condenables que se han consumado en nombre del fanatismo político o religioso.