Los economistas suelen distinguir varias clases de utilidad. Una de ellas es la llamada utilidad marginal, establecida desde los años 70 del siglo XIX, de la que han desprendido la ley de la utilidad marginal decreciente, que consiste en que a medida en que una persona adquiere unidades adicionales de un bien la utilidad aumenta pero no en forma proporcional sino decreciente.
La formulación de esta ley se basó en la observación de que las necesidades humanas son saturables, de manera que la adquisición de mercancías adicionales produce un decrecimiento constante de la utilidad y aun puede ella llegar a ser negativa si la respectiva necesidad humana ha quedado agotada. En otras palabras, a medida en que el consumo de un determinado bien por una persona aumenta en relación al consumo de otros bienes, la utilidad marginal de aquél disminuye comparativamente con la de éstos.
Lo cual parece lógico: en cuanto aumenta la cantidad de determinados bienes en poder de una persona disminuye el grado de satisfacción que le proporcionan, hasta que puede llegar un momento en que ellos no sólo que no sean necesarios, por haberse saturado su necesidad, sino que constituyan un gravamen para ella.