La palabra proviene del latín latifundium (de latus, “ancho”, y fundus, “fundo” o “finca”). El concepto de latifundio ha cambiado a lo largo del tiempo, de acuerdo con el progreso técnico de la agricultura, pero siempre ha estado ligado a las nociones de “explotación extensiva” de la tierra, a su carácter “antisocial”, a la “ineficiencia técnica” de su cultivo, a la utilización intensiva de mano de obra, al absentismo de los propietarios y al concepto “señorial” de la propiedad del suelo, que en América Latina fue una herencia colonial.
La palabra tiene dos acepciones: una económica y otra política. Se entiende por latifundio, desde el punto de vista económico, una extensión grande de tierra agrícola o ganadera deficientemente cultivada, esto es, que no produce lo que podría producir si estuviera manejada técnicamente. Ella es trabajada por peones asalariados bajo las órdenes del propietario o de sus representantes con utilización de anacrónicas tecnologías extensivas de cultivo. Tiene, por tanto, bajísima productividad aunque, por su extensión, es suficiente para enriquecer a su propietario. Ofrece graves problemas sociales no solamente por las bajísimas remuneraciones de sus trabajadores sino también porque éstos únicamente tienen ocupación en ciertas épocas del año, vinculadas con la cosecha de algún monocultivo.
Con el tiempo apareció la gran empresa agrícola capitalista, con alto nivel de mecanización y elevada productividad, para reemplazar al latifundio. En algunos lugares surgió también la moderna plantación, que generalmente es un enclave económico de propiedad extranjera destinado a producir masivamente bienes de exportación. La plantación es una explotación agrícola de grandes dimensiones dedicada por lo general a un solo cultivo, cuya producción está destinada a venderse fuera. Ella sustituyó trabajo por capital, incorporó moderna tecnología y alcanzó altos índices de productividad.
En cambio, latifundio, desde la óptica política, es toda gran extensión de tierras agrícolas de propiedad de una persona o un grupo reducido de personas, independientemente de la eficiencia de su rendimiento y de su grado de cultivo. Latifundista o terrateniente es el propietario de esas tierras, el que las explota y el que explota también a sus trabajadores. Desde este punto de vista se considera latifundio a la gran finca que, aun estando bien explotada, no rinde beneficios para la comunidad sino exclusivamente para el latifundista. En el primer caso hay desperdicio de un recurso natural y, en el segundo, incumplimiento de la responsabilidad social de la propiedad de la tierra.
En el sistema de producción agrario-campesino, cuando la tierra era el principal factor de la producción, el latifundista tenía un gran poder político. A partir de la Edad Media y hasta la revolución industrial, los dueños de la tierra ejercieron decisoria influencia en la conducción de los gobiernos. Después, con la sustitución de la tierra por la fábrica industrial y la conversión de ésta en la principal fuente de la riqueza, los latifundistas cedieron progresivamente su influencia a la burguesía industrial y comercial, que terminó por hacerse del poder a raíz de la revolución política de Francia y de la revolución industrial de Inglaterra.
Posteriormente, en la era de la tecnología electrónica y de la informática, los gestores del sector de los servicios, con financieras y bancos a la cabeza, han superado a los hombres de la tierra y de la industria en influencia política. En la moderna sociedad del conocimiento —la denominada sociedad digital— no son ni la tierra ni la fábrica los principales factores de poder sino el dominio tecnológico junto con los prodigios de la revolución informática.