Se denomina así al conjunto de ideas y planteamientos del escritor, filósofo, político y líder obrero marxista alemán Ferdinand Lassalle (1825-1864), cuya influencia fue decisiva en el desenvolvimiento de la socialdemocracia alemana y en el desarrollo del movimiento obrero, puesto que fue el fundador de la Liga General Alemana de Trabajadores en 1863, el primer partido político obrero que se constituyó en Alemania y que fue el precursor del Partido Socialdemócrata alemán.
Autor de varios libros sobre filosofía, Derecho y cuestiones sociales y económicas, Lassalle ejerció una poderosa influencia en la política de su tiempo. Entre sus obras se cuentan "La filosofía de Heráclito de Éfeso, el oscuro" (1857), "La guerra italiana y la misión de Prusia" (1859), "El sistema de derechos adquiridos" (1861), "El programa de los trabajadores" (1862) y varias otras. En torno de él se erigió un verdadero <culto a la personalidad que causó profundo malestar a Marx y a Engels porque contradijo los principios ideológicos del marxismo, según los cuales los procesos sociales impersonales fueron siempre más importantes que las individualidades lúcidas en la forja de la historia. Como lo dijo el pensador marxista alemán Karl Liebknecht en 1889, el socialismo no debe conocer ni “la idolatría y el culto a la personalidad ni los monumentos a los vivos”.
Lassalle, más joven que Marx, mantenía con éste una relación de discípulo a maestro, sin embargo de lo cual nunca sacrificó sus convicciones ni puntos de vista personales ni dejó de privilegiar los intereses de su país en desmedro del internacionalismo proletario proclamado por Marx. Lo cual produjo entre ellos un progresivo alejamiento, que se debió no sólo a divergencias teóricas —Lassalle nunca llegó de desprenderse completamente de su idealismo filosófico— y a discrepancias tácticas sino también a incompatibilidades de temperamento.
En lo filosófico Lassalle estuvo más cerca de Friedrich Hegel (1770-1831) que del filósofo alemán Ludwig Feuerbach (1804-1872) y en lo político no compartió la tesis de la <dictadura del proletariado de Marx y, en lugar del gobierno autoritario de la clase obrera como tal, postuló la dominación de un líder revolucionario —un “líder plebiscitario”, decía— capaz de “sintetizar el espíritu de la nación en sí como en un punto candente” para cumplir la función de educar a las masas hacia la libertad, desarrollar el pensamiento marxista y afrontar los ingentes esfuerzos que demanda la transición de la sociedad capitalista a la socialista.
Lassalle tuvo una idea muy clara de la >revolución y sostuvo que, a diferencia del <golpe de Estado, ella trae consigo “un principio completamente nuevo en relación a la situación existente” e implica por tanto una transformación institucional del Estado. Diferenció los procesos revolucionario y evolutivo de cambio social. Del primero dijo que era “una transición repentina y por sorpresa de la conciencia jurídica general” y, del segundo, un proceso paulatino y previsible de cambio. Sin embargo, dejó sin respuesta la cuestión de si la revolución debe instrumentarse necesariamente por medios violentos, o sea si el ejercicio de la fuerza es ingrediente esencial de la transformación revolucionaria. Bien sabemos que en concepto de Marx la violencia es la partera con ayuda de la cual una vieja sociedad da a luz una sociedad nueva.
A diferencia de Marx y de Engels, Lassalle —que nunca pudo desprenderse completamente de su nacionalismo germánico— sostuvo la posibilidad y la conveniencia de la revolución en Alemania por obra del proletariado alemán, sin necesidad de ayuda exterior, para implantar el “comunismo nacional”. Esta tesis, por supuesto, disgustó a Marx y a Engels puesto que era la negación del <internacionalismo proletario y de la solidaridad de clase por encima de las fronteras nacionales, tenidos como principios ideológicos y estratégicos fundamentales del marxismo.
La concepción socioeconómica de Lassalle difería de la de Marx y Engels en muchos temas. Lassalle consideraba que una ley económica —a la que denominaba “ley del bronce del salario”— impedía a los trabajadores mejorar sus condiciones de vida en la sociedad capitalista y proponía, por tanto, la formación de asociaciones y cooperativas, mediante la ayuda y bajo la supervisión del Estado, para garantizar que los obreros reciban “el producto completo de su trabajo”. Marx y Engels criticaron agriamente esta propuesta que, según ellos, había sido tomada sin modificaciones del arsenal de las ideas del economista clásico inglés David Ricardo (1772-1823).
En el ámbito político, Lassalle proponía el sufragio universal como método para la constitución de los gobiernos. Y argumentaba que “sin el derecho universal de voto, es decir, sin un instrumento práctico para realizar nuestras exigencias, podremos ser una escuela filosófica, e incluso una secta religiosa, pero nunca un partido político”. Propuesta que por cierto tampoco cayó bien en los círculos marxistas ortodoxos.
Marx se refirió a sus diferencias de orden doctrinal y táctico con Lassalle en su “Crítica del Programa de Gotha” (1875), en cuyo prólogo Engels escribió duras frases contra el líder obrero alemán y sus seguidores: “lassalleanos específicos ya sólo quedan en el extranjero como ruinas aisladas”, dijo.
En la historiografía marxista con frecuencia se tacha a Lassalle de “hegeliano de antiguo cuño” y socialista pequeño-burgués carente de toda perspectiva revolucionaria, desconocedor de la misión histórica del proletariado universal e ignorante del >materialismo dialéctico.