Es un sistema de ideas, creencias y valores filosófico-políticos sobre el fenómeno humano y el fenómeno social.
La palabra idéologie fue acuñada por el filósofo francés Antoine-Louis Destutt de Tracy en 1795 como ciencia general de las ideas y divulgada por los pensadores y protagonistas de la Revolución Francesa. Tuvo en sus orígenes una connotación iconoclasta porque significó el sometimiento a revisión de las supuestas verdades y de los sistemas metodológicos de las ciencias y de las religiones.
Antoine-Louis Destutt de Tracy (1754-1836), que tan definidamente encarnó el espíritu de la Ilustración, sostuvo que el progreso de las ciencias sólo podía asegurarse si se las liberaba de la influencia de las ideas falsas. Y para eso era la ideología, a la que le encargó la misión primordial de denunciar de modo irreverente toda metafísica y rechazar todo prejuicio y toda idea que no se fundaran en la razón. De ahí que la ideología recibió el durísimo embate de los pensadores de la >restauración e incluso y sorprendentemente del propio Napoleón, quien dijo de los ideólogos que eran unos ingenuos adoradores de la razón, carentes de contacto con la realidad.
Las ideologías entrañan una peculiar concepción del mundo, una cosmovisión: un weltanschauung, para utilizar la intraducible palabra de los alemanes. Idealistas unas, materialistas otras, ellas son desde el punto de vista filosófico distintas maneras de entender la libertad, la justicia social, el equilibrio entre la libertad y la autoridad, las tensiones entre la libertad y la igualdad, la organización y fines del Estado, la función de éste en el proceso económico de la sociedad, los linderos del concepto democrático, la organización y participación popular, la distribución del ingreso, los límites y responsabilidad social del derecho de propiedad y otros temas cardinales de la convivencia humana.
La ideología es la forma como cada sujeto o grupo de sujetos ve el mundo, de acuerdo con sus conocimientos, experiencias, sensibilidades, condicionamientos y lugar que ocupa en la estructura social —particularmente, en el proceso de producción económica—, factores, todos éstos, que le imprimen una manera de ver las cosas.
Tienen toda la razón los pensadores marxistas cuando afirman que la posición económico-social de cada persona condiciona su ideología. Esto es lo que ocurre normalmente, salvo casos excepcionales. Quienes están ubicados en las alturas del escalafón social —banqueros, grandes empresarios, terratenientes, personas adineradas— piensan que el sistema bajo el cual viven y medran es el mejor posible y que hay que defenderlo. Creen sinceramente que es el más libre, justo y eficiente. Asumen esta ideología consciente o inconscientemente. Con frecuencia no se dan cuenta siquiera de que sus percepciones, su pensamiento, sus gustos, sus preferencias, sus valoraciones han sido condicionados por su posición económica. Tienden a adoptar, por tanto, una actitud profundamente conservadora. Aborrecen los cambios que puedan trastocar el orden social y afectar su posición de privilegio. Las normas de Derecho que rigen la sociedad —obra humana al fin— responden a esta ideología y protegen los intereses de quienes tienen el poder suficiente para formularlas. Carlos Marx y Federico Engels decían en el >Manifiesto Comunista que el modo de producción de los bienes económicos determina la manera de ser de la sociedad —con sus leyes, gobierno, tribunales y demás entidades tutelares— y condiciona la forma de pensar de las personas.
Hay también una relación directamente proporcional entre el nivel de educación de ellas y la fuerza y convicción con que piensan y sienten una ideología. Las elites y las capas mejor educadas en el escalafón social tienden a adherirse más a los planteamientos ideológicos.
En este campo las personas se mueven entre dos extremos: la convicción ideológica profunda, que determina para ellas una constante manera de ser y de ver las cosas, y el pragmatismo, que es el inmediatismo utilitario, desde el cual se juzga la verdad —o, mejor, la conveniencia— de las doctrinas políticas. Son ellas dos posiciones antagónicas frente a la vida social: fundada en ideas, la una, y empírica, la otra, ligada no a las ideas sino a los intereses. Por eso con la palabra pragmatismo, en el ámbito político, se quiere decir antiideología.
Las ideologías dicen lo que hay que hacer desde el poder y para quién, mientras que los esquemas programáticos, que son un desprendimiento de ellas, señalan el cómo y el cuánto de tales acciones. En consecuencia, en todos los actos gubernativos está inscrita la ideología. Por ejemplo, la elaboración del presupuesto estatal y, dentro de él, la fijación de prioridades en el gasto público son cuestiones esencialmente ideológicas. El por qué se privilegia una inversión o se hace una obra y se posterga otra encuentra en la ideología su respuesta.
Y puesto que inevitablemente sus propuestas tienen destinatarios, es decir, favorecen o perjudican a alguien concreto, todas las ideologías políticas llevan en sus entrañas una ética, o sea una justificación axiológica de sus planteamientos. Hay una ética del poder y una ética de la distribución del ingreso. El <fascismo, por ejemplo, benefició a determinadas <elites políticas y económicas. El >liberalismo y el >neoliberalismo privilegian los intereses de pequeños grupos identificados o identificables dentro de la sociedad. Los >socialismos tienen también sus beneficiarios, que son los trabajadores intelectuales y manuales. Las ideologías, al definir el papel del Estado en la sociedad, las relaciones de producción y de propiedad, los límites de la autoridad pública y los linderos de la libertad personal, no pueden dejar de ”favorecer” o de “perjudicar” a determinados sectores sociales. A esto se refiere la ética de las ideologías.
Toda ideología política tiene tres partes:
a) el análisis crítico del presente, con referencias necesarias al pasado histórico del que nace;
b) el señalamiento de objetivos de futuro, con todas las implicaciones internas e internacionales que éstos tienen; y
c) la metodología para alcanzarlos, es decir, el repertorio de medidas a tomarse para el tránsito del presente, con todas sus carencias, al futuro deseado, con todas sus expectativas.
Las ideologías tienen siempre un dejo de amargura por las frustraciones actuales y de esperanza por los logros del porvenir. Esto ha hecho que con frecuencia a los ideólogos políticos del cambio se les imputara “amargura” o “resentimiento social”. La interpretación y crítica del pasado usualmente contiene reproches. Esto es lógico en las ideologías que propugnan el cambio social. Es cuestión de posiciones de filosofía de la historia. Los utopistas ponían mucho énfasis en los valores éticos y concluían que las fallas del pasado se debían a transgresiones morales. Los pensadores católicos analizaban las cosas en función de categorías religiosas. Los marxistas y los representantes de otras tendencias socialistas, en cambio, asignaban gran importancia a las cuestiones económicas.
Mezcla de descontento con lo que se tiene y esperanza con lo que se quiere tener, la ideología diseña el mundo deseable. A veces confunde la realidad con la utopía. Encierra una serie de medios para solucionar los problemas sociales. Esos medios se organizan en políticas, planes, programas y medidas a ejecutarse para alcanzar el tránsito de la realidad actual a la realidad futura.
El proceso de integración política y económica, que supone la formación de órganos parlamentarios y administrativos supranacionales, ha llevado a pensar en términos ideológicos de escala transnacional y, por ende, a concertar acciones partidistas que rebasan las fronteras nacionales. Europa va a la cabeza de este proceso. Allí están en trance de formación partidos multinacionales para integrar el Parlamento Europeo bajo la inspiración de dos tendencias ideológicas predominantes: la socialista y socialdemócrata, por un lado, y por otro la democristiana-conservadora, que incluye a los llamados “giscardianos” franceses y a otros grupos de la Derecha europea. Ambas pugnan por el control del parlamento. La primera tendencia inspira al Partido del Socialismo Europeo, cuyos miembros están alineados en la >Internacional Socialista, y la segunda al Partido Popular Europeo, cuyo eje son los conservadores ingleses, los integrantes de Fuerza Italia, los demócratas cristianos italianos (cambiados de nombre a raíz del escándalo financiero de 1993) y los “giscardianos” de Francia, seguidores del expresidente Valery Giscard D’Estaing. Los diputados elegidos en cada país de acuerdo con sus normas electorales nacionales se alinean, en el seno del Parlamento Europeo, en función de sus principios ideológicos. Y con ello se produce un fenómeno de superposición de lo ideológico sobre lo geográfico. Lo cual, de paso, es un mentís a la extendida afirmación de que “han muerto las ideologías políticas”. Ellas están tan vigentes en Europa que, en el seno de la Unión Europea, los miembros de los órganos colegiados se organizan y votan en función ideológica antes que en función nacional.
Una de las grandes falacias de nuestro tiempo es que han muerto las ideologías. Esto se repite con isócrona y sospechosa frecuencia. Es, sin embargo, una tesis falsa y peligrosa promovida por quienes hacen política hablando mal de la política y toman una posición ideológica postulando la muerte de las ideologías. Falsa, porque sencillamente no es verdad que ellas hayan muerto: están indisolublemente ligadas a la teoría y práctica del gobierno de los pueblos. Sin ellas, la tarea de gobernar no pasaría de ser una tosca faena artesanal, sin trascendencia ni significación histórica. Y peligrosa, porque alienta, entre otras anomalías políticas, el <golpismo ideológicamente amorfo, surgido de cualquier aventura cuartelera de media noche, o el >populismo que es el arrebañamiento de las multitudes, sin brújula ni bandera, en torno de ese hechicero del siglo XXI que es el caudillo populista, en trance siempre de ofrecer el paraíso terrenal a la vuelta de la esquina.
El populismo es, en cierto modo, la antidemocracia porque la <democracia es la participación consciente y reflexiva del pueblo en la toma de decisiones políticas dentro del Estado mientras que el populismo es su movilización emocional y arrebañada que le conduce con frecuencia a defender tesis objetivamente contrarias a los intereses populares.
Que algunas de las ideologías han entrado en crisis o están en trance de desaparición, no cabe la menor duda. La crisis es parte de la existencia de los seres vivos. Las ideologías son seres vivos y perecibles como todos los demás. Están sometidas a las inexorables leyes de la >dialéctica. Pero eso no significa que todas las ideologías hayan muerto. Han muerto —o deben morir— los dogmas y los <fundamentalismos, la charlatanería seudoideológica y las verdades inmutables. Han muerto —o deben morir— los planteamientos paradigmáticos con pretensiones de eternidad. Pero las ideologías viven: son las diversas formas de entender la organización de la sociedad y la conducción del Estado.
Ellas son siempre perfectibles, están en permanente integración. La quietud ideológica no existe, no hay sagradas escrituras políticas establecidas de una vez para siempre. Ninguna ideología es eterna. Lo pudimos ver recientemente con el >marxismo. A pesar de autodefinirse como “socialismo real” no sintonizó la realidad y no obstante proclamarse “socialismo científico“ pasó de la ciencia a la utopía y de la utopía al dogma. Olvidó que es inherente a toda proposición científica el ser revisada, perfeccionada, completada y eventualmente sustituida. Este es el destino de lo científico. El marxismo no pudo escapar a las leyes dialécticas que él mismo contribuyó a desarrollar y sucumbió bajo la contradicción de contemplar un entorno permanentemente móvil desde un punto de vista implacablemente inmóvil.
Todo esto causó la implosión de los regímenes marxistas. Porque eso fue lo que ocurrió: se rompieron internamente los andamiajes y columnas y toda su estructura se vino al suelo. Fue una acción endógena. No fueron el cerco de la CIA, ni los cañones de la OTAN ni el <bloqueo económico internacional los que echaron abajo el sistema, sino sus propias fuerzas interiores.
La lección que aquellos hechos nos dejan es que la ideología debe someterse a dos pruebas para garantizar su viabilidad: el libre debate de sus postulados y el contacto con la realidad. Los principios ideológicos están llamados a enriquecerse con el debate de las ideas. Las ideologías se hacen todos los días: son una tarea permanente y siempre inconclusa. La realidad las modifica y les impone límites y condiciones de factibilidad. Se ha dicho que la política es el arte de lo posible pero también es el arte de hacer posible lo deseable. En todo caso, la realidad pone su sello a los anhelos ideológicos. Si una ideología resiste ambas pruebas es buena. Pero esta no es una bondad universal. Es una bondad referida necesariamente a condiciones espacio-temporales determinadas.
Lo que sí ha ocurrido es que la >revolución digital —que avasalla todo, modifica el rostro del mundo, impone la velocidad como el signo de los tiempos, suplanta la dimensión espacial por la dimensión temporal en todas las actividades humanas, “desterritorializa” la vida de las sociedades— ha afectado también a las ideologías políticas o, para ser más preciso, a la explicación y comunicación de ellas, que tradicionalmente se hicieron por medio de la palabra escrita o hablada. En la política contemporánea, que se hace a través de los modernos medios audiovisuales creados por la informática, la imagen se ha sobrepuesto a la palabra. Y esto ha tenido obvias consecuencias limitantes sobre la explicación, análisis y difusión de las ideologías.
En las difíciles y a veces escabrosas relaciones entre los políticos y los intelectuales, con frecuencia aquéllos reprochan a éstos su “ideologismo”, o sea su concepción abstracta y contestataria de las cuestiones políticas, sin contacto alguno con la realidad. Los políticos y los intelectuales se mueven en dos bandas diferentes. Los unos en el más puro y descarnado pragmatismo y los otros en la teorización abstracta y despreocupada. De ahí que el “ideologismo” inconforme de los intelectuales cobró una connotación despectiva.
Me temo que la propia afirmación de que las “ideologías han muerto” es, en sí misma, un acto ideológico muy claro, detrás del cual están parapetados intereses políticos y económicos concretos. Es una aseveración que viene de la derecha. Nunca he escuchado esta frase a una persona de izquierda. Me parece que ocurre con ella lo mismo que con esa otra afirmación de que no hay izquierda ni derecha, como ubicaciones ideológicas del hombre frente a la vida social: su sola aseveración es un síntoma de la posición conservadora de su autor, interesado en descalificar la clasificación misma de las personas en función de su actitud frente al progreso social.
Uno de los inspiradores de esta tesis es el filósofo norteamericano de origen japonés Francis Fukuyama, quien en un libro muy leído que salió a luz a comienzos de los 90, cuyo título original fue “The End of History and the Last Man”, sostiene que después de la confrontación Este-Oeste la lucha ideológica y la historia han llegado a su final con el triunfo de la democracia liberal, fundada en los “principios gemelos” de libertad e igualdad. Ella terminó por vencer a las ideologías rivales que se le opusieron a lo largo del tiempo: la monarquía hereditaria, el fascismo y, más recientemente, el comunismo. Por consiguiente —dice Fukuyama— la democracia liberal con su “mercado libre” constituye “el punto final de la evolución ideológica de la humanidad” y “la forma final de gobierno”. Afirma, consecuentemente, que la historia direccional, orientada y coherente de las postrimerías del siglo XX ha conducido a la mayor parte de la humanidad hacia la ideología liberal y hacia su sistema de gobierno y de regimentación social. Y que allí termina todo. No hay ni habrá más búsquedas. Ha llegado “el fin de la historia”.
La tesis de Fukuyama levantó con mucha razón una ola de controversias por parte de quienes consideran que la historia no concluye con el triunfo de una forma de gobierno, por legítima que sea, sino que sigue adelante por la sucesiva contraposición de tesis. Y que, por tanto, ella no tiene fin: se hace todos los días, las cosas son siempre perfectibles, nada hay acabado. Todo fluye incesantemente en un ser y dejar de ser interminables.
Las más encendidas críticas provinieron de los seguidores de Marx, no obstante que éste, como lo sabemos, llegó a una conclusión parecida a la del filósofo oriental: la historia terminará cuando la humanidad alcance la sociedad socialista sin clases. Este será “el fin de la historia” según el marxismo. Los planteamientos son muy parecidos aunque formulados desde ángulos diametralmente opuestos. Para Fukuyama el desenlace final de la historia es la democracia liberal y para Marx fue la democracia socialista. Ambos coinciden en que, desde ese punto en adelante, no hay más opciones. Descartan la posibilidad de avances y retrocesos. No admiten que puedan descubrirse formas diferentes de organización social que representen grados superiores de evolución ideológica o que, por el contrario, puedan darse retrocesos, como en el drama de Penélope, que obliguen a los hombres a comenzar de nuevo. Fukuyama funda su tesis en que la democracia liberal no tiene las contradicciones interiores ni los defectos e irracionalidades que condujeron a su colapso a las otras formas de gobierno mientras que Marx sustenta sus asertos en que, eliminadas las clases gracias a la supresión de la propiedad privada de los instrumentos de producción, la sociedad se desembarazará de sus contradicciones internas. En este punto, paradójicamente, la dialéctica marxista encuentra su final: la lucha de los contrarios termina allí.
Lejos de cometer el desacato de equiparar a los dos filósofos, ni mucho menos, simplemente anoto que ambos tienen su propio “fin de la historia”.
Como vimos antes, la vigencia de las ideologías tiene una expresión muy clara en el proceso de integración política y económica de la Unión Europea, que se construye bajo la influencia de dos grandes tendencias ideológicas: la socialista y socialdemócrata, por un lado; y, por otro, la demócrata-cristiana y conservadora. Estas son las dos fuerzas que han predominado en el Parlamento Europeo. Sus diputados, elegidos en cada Estado de acuerdo con sus propias normas jurídicas, se alinean y votan allí en razón de los principios ideológicos que profesan y no de su origen nacional. Son muy pequeños los grupos de eurodiputados que se mueven al margen de esta bipolaridad política: los escasos eurodiputados verdes y los comunistas. En general, bajo el imperio de las ideologías, los titulares de los órganos colegiados de la Unión Europea se organizan y deciden en función ideológica antes que en función nacional. Con lo cual se produce el fenómeno de la superposición de lo ideológico sobre lo geográfico.
En el curso de los tiempos han surgido muchas ideologías políticas, algunas de las cuales alcanzaron preeminencia en un tramo de la historia universal: el conservadorismo, el liberalismo, el anarquismo, las versiones del fascismo, el marxismo, las varias opciones socialistas y el neoliberalismo.
Hubo, además, numerosos subsistemas ideológicos, enclavados en diversas realidades espacio-temporales. Podría citar, entre muchos otros:
a) el >lassallismo o conjunto de las ideas y planteamientos del escritor, filósofo, político y líder obrero marxista alemán Ferdinand Lassalle (1825-1864), cuya influencia fue decisiva en el desenvolvimiento de la socialdemocracia alemana y en el desarrollo del movimiento obrero, puesto que fue el fundador de la Liga General Alemana de Trabajadores en 1863, el primer partido político obrero que se constituyó en Alemania, precursor del Partido Socialdemócrata alemán;
b) el >luddismo, que fue el violento movimiento de protesta de los obreros ingleses contra sus empresarios por los bajos salarios que percibían, que estalló en Nottinghamshire a fines del año 1811 y que culminó con la destrucción de las instalaciones industriales de William Cartwright en abril de 1812;
c) el >sionismo, que fue el nombre de la ideología y el movimiento político de los judíos, fundado en Basilea por Teodoro Herzl en 1897, para luchar por el establecimiento del Estado de Israel en las tierras de Palestina;
d) el <batllismo, que fue el conjunto de principios políticos sustentados por el líder político y periodista uruguayo José Batlle y Ordóñez, Presidente de la República durante los períodos 1903-1907 y 1911-1915 y uno de los líderes políticos latinoamericanos más visionarios y progresistas de su tiempo;
e) el <gandhismo o sea el conjunto de ideas y planteamientos propuestos por el líder y pensador hindú Mahatma Gandhi —cuyo verdadero nombre fue Mohandas Karamchand Gandhi—, quien enseñó en la primera mitad del siglo XX que las verdades humanas son provisionales, abiertas y experimentales y predicó la teoría y la práctica de la no violencia;
f) el >kemalismo, consistente en las teorías nacionalistas y modernizantes de Mustafá Kemal Atatürk (1880-1938), líder de la revolución turca, que suprimió el sultanato y fundó la moderna república de Turquía;
g) el <justicialismo o peronismo, que es el movimiento político de corte populista fundado en Argentina por el general Juan Domingo Perón a finales de los años 40 del siglo pasado y el conjunto de sus ideas políticas;
h) el <aprismo, que es como se denomina a la gama de principios doctrinales y programáticos sustentados por el Partido Aprista Peruano, de larga gravitación en la vida pública de Perú, fundado por Víctor Raúl Haya de la Torre (1895-1979), líder y pensador político de extraordinario valor, cuya vastísima producción intelectual alcanzó gran resonancia en América Latina;
i) el >nasserismo o las ideas socializantes del nacionalismo árabe postuladas por el oficial egipcio Gamal Abdel Nasser (1918-1970), quien al mando de las jóvenes promociones militares de Egipto encabezó un golpe de Estado el 23 de julio de 1952 contra el rey Farouk y asumió el poder;
j) el <browderismo, que fue el término acuñado en el seno de los grupos marxistas de la Tercera Internacional para designar el acercamiento oportunista de los dirigentes de izquierda a los gobiernos burgueses, término que derivó del nombre del jefe del Partido Comunista de Estados Unidos, Earl Browder, acusado de “colaboracionista” y “oportunista” por Moscú y expulsado del partido en 1946 por haber sostenido durante la Segunda Guerra Mundial que los comunistas deben aproximarse a los gobiernos burgueses para alcanzar el común objetivo de vencer al fascismo;
k) el <estalinismo, que fue la interpretación más autoritaria, dogmática e inflexible del marxismo hecha por Joseph Stalin y sus seguidores desde el poder en la Unión Soviética;
l) el <gaitanismo, o conjunto de las ideas políticas, de corte socialista democrático, del más grande los los caudillos populares de Colombia en el siglo XX, Jorge Eliécer Gaitán, empeñado en el propósito de “socializar” el >liberalismo, quien cayó asesinado en 1948;
m) el >titoísmo que fue el conjunto de ideas y realizaciones socialistas de Josip Broz —mejor conocido como el mariscal Tito—, quien gobernó la República Federal Socialista de Yugoeslavia desde 1945 hasta 1980;
n) el >tradeunionismo, tomado del inglés trade unionism, que fue la versión anglosajona y escandinava del sindicalismo moderado y reformista, que se afincó especialmente en Estados Unidos y en los países europeos, cuyos principales teóricos fueron Selig Perlman y los esposos Webb;
ñ) el <gaulismo, que es como se denominaba a las ideas bonapartistas y autoritarias del conservador gobernante de Francia Charles De Gaulle;
o) el >macartismo, que fue la actitud anticomunista demencial iniciada en Estados Unidos en febrero de 1950 por el senador republicano Joseph McCarthy, quien acusó al presidente Harry S. Truman y a varios oficiales de las fuerzas armadas norteamericanas de servir los intereses soviéticos y denunció que en el Departamento de Estado había 57 funcionarios “comunistas” y 205 empleados “filocomunistas”;
p) el <fidelismo, entendido como la interpretación del >marxismo-leninismo formulada por el líder de la revolución cubana Fidel Castro (1926-2016), para aplicarla a las condiciones de subdesarrollo económico y social de la isla caribeña;
q) el >thatcherismo, que fue la serie de tesis políticas de la primera ministra de Inglaterra Margaret Thatcher (1925-2013), quien lideraba el ala derecha del Partido Conservador y sostenía el >monetarismo en lo económico, es decir, la tendencia a exagerar la influencia de la moneda y, por ende, de la política monetaria en el comportamiento de la economía, y se adhería a lo que ella denominaba “rolling back the stae” (rodar hacia atrás el Estado), o sea abolir todo vestigio del Estado de bienestar inglés de larga tradición bajo los gobiernos del Partido Laborista;
r) la >reaganomics, que fue el conjunto de ideas y planteamientos del presidente Ronald Reagan de Estados Unidos —en realidad, de su equipo de gobierno—, durante la permanencia en la Casa Blanca desde 1980 hasta 1988, que descansó sobre dos bases: el monetarismo, o sea la convicción absoluta de que la política monetaria y la oferta de medios de pago en el mercado por la banca de emisión determinan el rumbo de la economía de un país (tesis fundada en la denominada teoría cuantitativa del dinero) y el sometimiento de la economía a las fuerzas del mercado;
s) el nuevo pensamiento, que fue la expresión tomada del libro “Perestroika” de Mijail Gorbachov a mediados de la década de los años 80 para significar la naturaleza y los alcances de su propuesta de restructuración de la Unión Soviética sobre dos ejes: la >perestroika, es decir, su reordenación política y económica, y la glasnost, o sea la transparencia y publicidad de los actos de gobierno;
t) el >sandinismo, que fue el nombre que, en homenaje al jefe guerrillero liberal Augusto César Sandino, que opuso una tenaz resistencia a las fuerzas de ocupación norteamericanas a comienzos del siglo XX, se dio al movimiento insurgente formado en 1962 —y a sus planteamientos— en su combate contra la dictadura de la familia Somoza en Nicaragua;
u) el senderismo, que fue esa extraña mezcla de >maoísmo con las antiguas mitologías andinas que animó la acción del movimiento terrorista Sendero Luminoso en Perú, a comienzos en los años 80, bajo el liderazgo de Abimael Guzmán;
v) el >tercermundismo, que tiene dos significaciones: el compromiso con la defensa de los intereses de los países pobres en su lucha por un trato justo en el orden internacional, y el comportamiento político inmaduro, tropical y visceral que a veces adoptan los políticos del tercer mundo;
w) el >trilateralismo, que son las ideas y estrategias sustentadas por la Comisión Trilateral constituida en Tokio el 23 de octubre de 1973 por empresarios, políticos, economistas y diplomáticos influyentes de Estados Unidos, Europa y el Japón con el propósito de buscar una mayor cohesión entre las grandes corporaciones transnacionales, fortalecer el capitalismo y resistir la presión de los países comunistas en los tiempos de la <guerra fría;
x) el >tropicalismo, que designa despectivamente una peculiar ideación y conducta políticas caracterizadas por la superficialidad de juicio, la exaltación de ánimo, la incontinencia verbal, la locuacidad y el menguado rigor científico de las ideas;
y) el <globalismo, que es la teoría surgida a comienzos del siglo XXI para defender la nueva estrategia de los Estados industriales, que es la <globalización, y enaltecer el fundamentalismo del mercado, exaltar la libertad de comercio, bregar por el abatimiento de las barreras arancelarias, impulsar el flujo internacional libre de los factores de la producción, propugnar el desmantelamiento del Estado, implantar la monarquía del capital, fomentar la internacionalización de la economía, promover el uso de las nuevas tecnologías, defender la “desregulación” de las actividades económicas, favorecer la homologación de las costumbres, imitar las pautas de consumo y extender la sociedad consumista.