La palabra homosexualität (de homo y sexual) apareció por primera vez en el idioma alemán, en la carta pública dirigida en 1868 por el poeta y escritor austro-húngaro Karl-Maria Kertbeny (1824-1882) al Ministro de Justicia germánico con ocasión del nuevo código penal destinado a reemplazar a la normativa prusiana anterior que sancionaba como delito la relación erótica entre personas del mismo sexo.
La opinión de Kertbeny, en el encendido debate que se abrió en esos momentos, era que los actos sexuales privados, libremente consentidos, no debían ser penalizados.
Lo cierto fue que del alemán homosexualität, el término pasó al inglés —homosexuality—, al francés —homosexualité—, al italiano —omosessualità—, al español —homosexualidad—, al portugués —homossexualidade— y a otros idiomas. En todo caso, como suele ocurrir con frecuencia, la práctica antecedió con muchos siglos —recordemos las antiguas Grecia y Roma— a la palabra que la designa.
Sodomía es la homosexualidad masculina y lesbianismo, la femenina. La primera de estas denominaciones proviene de Sodoma, la antigua ciudad palestina en la cual se practicaba toda clase de vicios deshonestos, que por eso fue destruida mediante la lluvia de azufre y fuego caídos del cielo, según relata la Biblia en el Libro del Génesis (cap. XIX); y la segunda, de Lesbos (antiguo nombre de la isla griega de Mitilene) donde la poetisa Safo, seis siglos antes de nuestra era, escribió acerca del amor entre mujeres.
Según la Biblia, la homosexualidad debe ser castigada con la pena muerte. En el Libro del Levítico del Antiguo Testamento (Cap. XVIII número 22) se dice que “el Señor habló a Moisés diciendo: no cometas pecado de sodomía, porque es una abominación”; y luego le previno en el monte Sinaí (Cap. XX número 13) que “el que pecare con varón como si éste fuera una hembra, los dos hicieren cosa nefanda; mueran sin remisión: caiga su sangre sobre ellos”. Y le advirtió al final: “Guardad mis leyes y decretos, y ejecutadlos, para que la tierra en que vais a entrar y habitar no os arroje también a vosotros con horror fuera de su seno”.
En su Epístola a los Romanos del Nuevo Testamento el Apóstol san Pablo afirma que “los varones, desechando el uso natural de la hembra, se abrasaron en amores brutales de unos con otros, cometiendo torpezas nefandas varones con varones, y recibiendo en sí mismos la paga merecida de su obcecación” (Cap. 1 número 27).
Y en su Epístola Primera a los Corintios expresa que “ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avarientos, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los que viven de rapiña, han de poseer el reino de Dios” (VI, 10).
Sin embargo, en una de las numerosas contradicciones que contiene la Biblia, en el Libro II de los Reyes del Viejo Testamento (Cap. I núm. 26) Samuel relata que David, al enterarse de la muerte de Jonatán, exclamó: “Angustia tengo por ti, hermano mío Jonatán, que me fuiste muy dulce. Más maravilloso me fue tu amor que el amor de las mujeres”.
Aquí no hay una condena contra la homosexualidad, ni mucho menos, sino casi una exaltación.
Han sido demasiado frecuentes, por desgracia, las conductas homosexuales de los miembros del clero en todo el mundo. Graves escándalos de pederastia han conmovido a la Iglesia Católica. En noviembre del 2005 el papa Benedicto XVI envió al Brasil una comisión eclesiástica secreta para investigar ciertas denuncias contra miembros del clero. Pero la revista brasileña “Istoé” y el diario italiano “Corriere della Sera” destaparon la cloaca: mil setecientos sacerdotes —o sea el diez por ciento de los curas y seminaristas brasileños— estuvieron envueltos en abusos sexuales contra niños y mujeres. Lo cual motivó el repudio general en el país católico más grande del mundo.
Después estallaron escándalos similares en Holanda, Italia, Austria, Polonia, Reino Unido, Estados Unidos, Australia, Puerto Rico, Colombia, Argentina, México, Costa Rica, Irlanda, Alemania, Chile y otros países, que indujeron al Vaticano a expedir una “instrucción” a los obispos para que no ordenasen sacerdotes “a aquellos que practican la homosexualidad, presentan tendencias homosexuales profundamente radicadas o sostienen la llamada cultura gay, porque se trata de una situación que obstaculiza una correcta relación con hombres y mujeres”.
A pesar de que la “instrucción” mandó tratar con “respeto y delicadeza” a los homosexuales, no faltaron voces de protesta por la “discriminación” contra éstos. Franco Grillini, líder de la organización gay italiana, fue el primero en reclamar por el “documento que discrimina a los homosexuales y muestra una creciente homofobia en la Iglesia”. Y Francis DeBernardo, personero de la asociación norteamericana New Ways Ministry, que agrupa a los sacerdotes católicos de la comunidad homosexual, expresó que esa medida “impulsará a los sacerdotes y seminaristas gays a esconderse aun más”.
En el documento “Orientaciones para la utilización de las valoraciones psicológicas en la admisión y formación de los candidatos al sacerdocio”, expedido el 9 de junio del 2008, Benedicto XVI prohibió terminantemente que los homosexuales fueran admitidos en los seminarios y que pudieran ordenarse como sacerdotes. Bastaba que tuvieran tendencias homosexuales o que revelaran una “identidad sexual incierta” para que fueran rechazados, aunque se mantuvieran sexualmente castos.
No obstante, la prensa del mundo dio cuenta, a mediados de marzo del 2010, de que el cardenal Ratzinger, cuando dirigía la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, encubrió y protegió al sacerdote pederasta estadounidense Lawrence C. Murphy, acusado de haber abusado sexualmente de más de doscientos niños sordos de una escuela especial de Wisconsin, Estados Unidos, en la que trabajó desde 1950 hasta 1974. “The New York Times”, en su edición del 25 de marzo del 2010, publicó documentos que demostraban que Ratzinger detuvo el proceso canónico que el cardenal Tarcisio Bertone inició contra el sacerdote paidófilo y que Ratzinger nunca respondió las cartas de denuncia contra éste enviadas en 1996 por el arzobispo de Milwaukee. Murphy murió en 1998 en pleno ejercicio de sus funciones sacerdotales.
Según publicó la British Broadcasting Corporation (BBC) de Londres y la prensa del mundo el 9 de abril del 2010, el entonces cardenal Joseph Ratzinger encubrió y protegió también al sacerdote norteamericano Stephen Kiesle, acusado en 1981 de prácticas pederastas y que antes, en 1978, había sido condenado a tres años de libertad condicional por abuso sexual contra dos niños en San Francisco de California. La defensa del cura pederasta la hizo Ratzinger “por el bien de la Iglesia Universal”, según consta en la carta escrita en latín, y firmada por él, el 6 de noviembre de 1985, en la que desarrolló sus argumentos para no expulsar al cura pederasta de sus funciones sacerdotales. Esta carta —cuya veracidad no pudo ser negada por el Vaticano— fue publicada por la agencia The Associated Press en los medios de comunicación del mundo. Los hechos ocurrieron cuando Ratzinger se aprestaba a asumir la jefatura de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe —encargada precisamente de investigar los casos de abuso sexual de los sacerdotes— y, por tanto, era un hombre muy influyente en el Vaticano. De todas maneras, por encima de las reticencias de Ratzinger, Kiesle fue finalmente condenado por la autoridad judicial secular a seis años de cárcel en el 2004 tras admitir haber abusado de un joven nueve años antes y, a partir de ese momento, entró a formar parte de la lista pública de los delincuentes sexuales registrados en California.
Otro sacerdote pederasta: el mexicano Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, se vio también largamente protegido por las autoridades eclesiásticas hasta el día de su muerte en el 2008, a pesar de todas las acusaciones de drogadicción y abusos sexuales contra adolescentes y seminaristas que se le imputaban. Juan Pablo II lo nombró Miembro de la Asamblea Especial para América del Sínodo de los Obispos, pese a que Maciel no tenía ese rango.
La BishopAccountability —entidad norteamericana sin fines de lucro establecida en Massachusetts en junio del 2003— se ha dedicado en los últimos años a investigar a fondo el proceso de los abusos sexuales del clero católico en Estados Unidos y, a través de internet, ha hecho público el resultado de sus indagaciones sobre la sodomía y otras perversiones sexuales perpetradas por miembros del clero católico contra niños y jóvenes menores de edad en Estados Unidos.
Según sus datos, tomados de la diócesis de Covington, desde 1950 hasta agosto de 2009 en Estados Unidos fueron públicamente denunciados o acusados 10.531 prelados, sacerdotes, diáconos, clérigos, monjas y seminaristas por violar y sodomizar, mientras cumplían sus tareas eclesiásticas en las respectivas diócesis, a niños, adolescentes y jóvenes menores de 18 años.
Partiendo de las experiencias existentes, la entidad norteamericana formuló una proyección del posible número de víctimas y concluyó que no podían ser menos de medio millón los niños y adolescentes abusados.
No obstante, hubo discrepancias cuantitativas entre las entidades que habían estudiado el tema. Según las cuentas actualizadas de la United States Conference of Catholic Bishops (USCCB), las cifras eran menores: 5.600 miembros del clero comprometidos y 280 mil niños y jóvenes afectados.
Otro escándalo de paidofilia que estalló en Italia ensombreció aun más la imagen de la Iglesia. El diario italiano “Il Fatto Quotidiano” publicó el 6 de abril del 2010 que alrededor de 130 sacerdotes católicos habían sido detenidos, inculpados y condenados por la justicia italiana por pederastia, sodomía y otros delitos sexuales durante los dos años anteriores. El abogado Sergio Cavaliere, quien reunió la documentación sobre estos casos, afirmó que “es una cifra alarmante, si se considera que no es nada más que la parte visible del iceberg”. Antes el fiscal de Milán, Piero Forno —a cuyo cargo estaban los casos de violaciones y otros delitos sexuales—, había dicho a la prensa que la lista de sacerdotes investigados por la justicia milanesa “no es corta” y que “nunca llegaron denuncias de ninguna clase por parte de las jerarquías eclesiásticas”. La Curia de Milán respondió que nunca había puesto trabas a las investigaciones judiciales.
Todo lo cual ha ocurrido en medio del más absoluto secreto impuesto por la clerecía. Algunas de las víctimas, sin embargo, pudieron romper el silencio y denunciar a los malhechores, pero por cada revelación, según afirma la BishopAccountability, han quedado centenares encubiertas por el manto de silencio extendido por la Iglesia sobre los curas corruptos. Aproximadamente dos terceras partes de los sacerdotes afincados en Estados Unidos fueron señalados en el 2002 de haber protegido a clérigos acusados de abusos sexuales o de haberlos acreditado a nuevos destinos eclesiásticos en otros países. Lo afirmaron los investigadores norteamericanos Brooks Egerton y Reese Dunklin en el “Dallas Morning News”, el 12 de junio del 2002.
A finales de junio del 2017 la Iglesia se vio conmovida con nuevos escándalos en San Pedro. El cardenal australiano George Pell —hombre de confianza del papa Francisco I, quien en ese momento era el Tesorero del Vaticano— fue acusado por los órganos de justicia de su país de haber abusado sexualmente de niños cuando era sacerdote en la ciudad de Ballarat entre 1976 y 1980 y después cuando fue arzobispo de Melbourne (1996-2001). Acusaciones de las que debió defenderse el 18 de julio del 2017 ante un tribunal de Melbourne. El papa protegió al cardenal y no lo separó de sus funciones. Según las denuncias que se formularon en aquel tiempo, los casos de pederastia en los que estaban involucrados en ese país 1.880 sacerdotes sumaban 4.400 entre 1950 y 2015, de acuerdo con los datos de la comisión investigadora australiana.
Y es que esta fue a lo largo de décadas una práctica sistemática de muchas jerarquías católicas en todo el mundo. Lo reconoció públicamente el papa Francisco I durante la primera reunión que mantuvo con un grupo de víctimas de los abusos sexuales el 12 de octubre del 2015 en el Vaticano. Allí afirmó que esa reprochable conducta sacerdotal se había convertido en un “culto sacrílego” y acusó a la Iglesia de haber mantenido “una complicidad que no puede ser explicada”
Otro escándalo sexual explosionó en el seno de la Iglesia el 18 de julio del 2017. Al menos 231 niños y adolescentes pertenecientes al coro católico alemán “Regensburger Domspatzen”, a un jardín de infantes y a un colegio de Ratisbona, en el sur de Alemania, fueron víctimas de violaciones y otros abusos sexuales en los que estuvieron implicados el cardenal Gerhard Ludwig Müller —a la sazón jefe de la Congregación para la Doctrina de la Fe, acusada a su vez de haber protegido a pederastas—, Johan Meier, director de la escuela, y otros docentes católicos entre 1945 e inicios de 1990. Todo esto bajo la contemplación y tolerancia de monseñor Georg Ratzinger —hermano mayor del papa Benedicto XVI—, quien dirigió el coro por tres décadas entre 1964 y 1994 y dijo que nada había visto.
Uno de cada tres alumnos del coro sufrió abusos sexuales, “desde tocamientos a violaciones”, por parte de los sacerdotes, según el informe presentado por el abogado alemán Ulrich Weber, a quien la Iglesia encomendó la investigación de los casos, que estallaron a la luz pública en el año 2010.
Pero las víctimas fueron ignoradas y protegidos sus autores en medio de la “cultura del silencio” impuesta por el Vaticano en aquellos años. Y como a la fecha del informe de Weber los execrables delitos cometidos por los prelados estaban ya prescritos jurídicamente, no fue posible juzgarlos por los tribunales de justicia ni imponerles las penas correspondientes, de modo que sus autores quedaron en la impunidad.
Según información difundida por varios medios de comunicación —entre ellos, la British Broadcasting Corporation (BBC) de Londres—, hasta el 31 de diciembre del 2014 el gobierno de Irlanda había recibido 16.626 denuncias de abusos sexuales en instituciones educativas dirigidas por la Iglesia Católica en Dublin, con inclusión de escuelas y orfanatos donde algunas monjas abusaron sexualmente de las niñas confiadas a su cuidado. Una de esas denuncias se refería a un orfanato católico irlandés, donde en los años 60 los niños de entre 6 y 11 años de edad sufrieron toda suerte de violaciones sexuales y abusos por algunos de los curas y monjas que lo dirigían.
En el informe de 2.500 páginas elaborado y publicado por la comisión de investigación formada por el gobierno irlandés —como fruto de nueve años de trabajo indagatorio que recogió el testimonio de 1.090 testigos presenciales y víctimas directas de los abusos entre los años 1914 y 2000— se acusó directamente a la jerarquía católica puesto que, según dijo el informe, “las autoridades religiosas sabían que los abusos sexuales eran un problema persistente en las instituciones religiosas” y nada hicieron para impedirlos. “Cuando se presentaban evidencias de abuso sexual —dice el informe— la respuesta de las autoridades religiosas era transferir al infractor a otro lugar donde, en muchos casos, estaba libre para cometer abusos nuevamente”. Las instituciones investigadas fueron “escuelas de integración y reformatorios, hogares de acogida para menores, hospitales y escuelas de educación primaria, lavanderías y hostales” dirigidos por sacerdotes o monjas.
Una de sus víctimas, bajo el pseudónimo de Irene Kelly, escribió medio siglo después su libro autobiográfico “Pecados de una Madre” (2015), en cuyas páginas relató los inhumanos atropellos sexuales de los que fue víctima en el orfanato irlandés.
A comienzos de octubre del 2015 el Vaticano expulsó de la Congregación para la Doctrina de la Fe al prelado polaco Krzysztof Charamsa, quien se desempeñaba como su Segundo Secretario y ejercía también la cátedra de teología en la Universidad Pontificia Gregoriana de Roma, por haber confesado al periódico “Corriere della Sera” que era homosexual, tenía pareja y estaba orgulloso de su identidad.
El 9 de febrero del 2016, en medio de la sorpresa general, la cinta norteamericana “Spotlight” —dirigida por Thomas McCarthy— conquistó la 88ª edición del Oscar a la mejor película del año. Su guion —escrito por Thomas McCarthy y Josh Singer— se basó en las investigaciones periodísticas realizadas por cuatro reporteros del diario “The Boston Globe” —Michael Rezendes, Sacha Pfeiffer, Matt Carroll y el editor Walter Robinson— sobre los abusos sexuales de los curas paidófilos en la ciudad de Boston. Esas investigaciones destaparon los escándalos homosexuales de los 249 sacerdotes de la arquidiócesis de esa ciudad norteamericana, mayoritariamente católica.
Las investigaciones se iniciaron en el verano del 2001 por los cuatro periodistas del mencionado diario norteamericano, quienes partieron de las leves sospechas que recaían sobre el cura John Geoghan y terminaron por hacer público el fenomenal escándalo de los 249 sacerdotes que se habían dedicado a abusar sexualmente de los niños.
En una conferencia de prensa celebrada con ocasión del premio, McCarthy relató a la prensa la forma cómo estructuró el guión de la película. Dijo que indagó el tema a profundidad, rastreó archivos, contrastó testimonios, luchó contra el ostracismo de la Iglesia y entrevistó a víctimas, abogados, curas y jueces para descubrir la verdad acerca de los abusos de miembros del clero contra sus pequeños fieles. Relató que conoció una carta dirigida por la madre de una de las víctimas a un sacerdote, en la que decía: “Querría seguir siendo católica pero habéis violado a siete de mis hijos. ¡Ayudadme!”. Y McCarthy se quejó de que, frente a todo esto, desde el Vaticano “sólo llega silencio”.
Y, en realidad, la Iglesia protegió a los sacerdotes acusados y guardó sepulcral silencio sobre los crímenes que ellos cometieron. Ninguno de los casos de paidofilia salió a la luz. Sus autores fueron simplemente reubicados una y otra vez por las autoridades eclesiásticas, que además presionaron fuertemente a “The Boston Globe” y a los autores de la película para que no hicieran públicos los resultados de sus investigaciones.
Pero, venciendo toda suerte de presiones, las investigaciones fueron llevadas al cine e, interpretando los movimientos y la insaciable curiosidad de los reporteros, los actores de la película reprodujeron cinematográficamente la dolorosa y repugnante tragedia social.
Así nació el premio Oscar 2016 para la película norteamericana “Spotlight”, que ganó también el trofeo al mejor guion original.
En el Fuero Juzgo —código visigodo establecido en España en el año 506, que contiene la compilación de las leyes formuladas en latín por los más prominentes juristas de ese tiempo— se calificaba a la homosexualidad como “crimen nefando” y se penalizaba severamente a los que “fazen pecado de luxuria contra natura”. El Título XXI señalaba que “sodomítico dizen al pecado en que caen los omes yaziendo vnos con otros, contra natura, e costumbre natural”. Y agregaba que “de tal pecado nacen muchos males en la tierra do ze faze, e es cosa que pesa mucho a Dios…”
Como este cuerpo legal fue implantado por los reyes godos previa consulta y aprobación de los obispos, se entiende que sus preceptos gozaban de la aquiescencia de la Iglesia Católica. El Fuero Juzgo, llamado también Libro de los Jueces —Liber Judicum—, rigió largamente en España y reunió el conjunto de las leyes que servían a los jueces para administrar justicia.
En la setena partida del código de Las Siete Partidas compuesto por iniciativa y bajo la dirección del rey Alfonso El Sabio en el siglo XIII, se repetía: “Sodomítico dizen al pecado en que caen los omes yaziendo unos con otros contra natura, e costumbre natural (…) e si le fuere provado deve morir; tambien el que lo haze, como el que lo consiente”.
La lucha de los sodomitas y las lesbianas por alcanzar los mismos derechos que las demás personas ante la ley, especialmente con respecto al matrimonio, a la adopción de hijos y a su reconocimiento social, se inició en Alemania en 1864 bajo el liderazgo de Magnus Hirschfeld, un liberal ortodoxo de aquella época que sostenía que las leyes que penalizaban la homosexualidad entrañaban una violación de la intimidad de las personas. En aquellos tiempos el único país en Europa que no tenía una ley contra la homosexualidad era Francia, que por eso se convirtió en el refugio de intelectuales y artistas gays, como André Gide, Óscar Wilde, el barón von Gloeden y muchos otros.
Siglo y medio más tarde, como resultado de esa persistente lucha, la cámara baja del parlamento alemán —el Bundestag— aprobó el 10 de noviembre del 2000, con los votos de los diputados socialdemócratas y de los “verdes”, el estatuto jurídico que reconoce el derecho de las parejas gays y lesbianas de obtener un status equivalente al matrimonio civil e inscribirse en el respectivo registro de matrimonios. El Senado y la Cámara Baja de Bélgica aprobaron el 27 de noviembre del 2002 la ley que autoriza el matrimonio entre personas del mismo sexo. Antes lo habían hecho Suecia y Holanda. En junio del 2005 lo hizo Canadá. En diciembre del 2005 Bélgica autorizó que las parejas homosexuales pudieran adoptar niños. Una pareja de homosexuales contrajo matrimonio civil por primera vez en Argentina en diciembre del 2009, en la ciudad sureña de Ushuaia, bajo amparo judicial, y el 3 de marzo del 2010, con la autorización de una jueza de Buenos Aires, otra pareja de sodomitas celebró su enlace nupcial. La ley que permitió los matrimonios gays en Ciudad de México entró en vigencia el 4 de marzo del mismo año. Por su parte, el Vaticano en un documento expedido por su departamento de asuntos familiares el 21 de noviembre del 2000 reiteró una vez más su condenación a la unión de las parejas homosexuales y atacó las iniciativas de los parlamentos de varios países europeos que pretenden concederles los mismos derechos y legitimidad que las parejas heterosexuales.
Fue Holanda el primer país en implantar el matrimonio entre personas del mismo sexo y en autorizar a los contrayentes la adopción de niños. Lo hizo mediante una ley que entró en vigencia el 1 de abril del 2001. Después fue Bélgica el 1 de junio del 2003, aunque el derecho de adopción se aprobó tres años más tarde. Les siguieron: Canadá y España en el 2005, Sudáfrica en el 2006, Noruega 2008, Suecia 2009, Portugal e Islandia 2010, Argentina 2010 —y fue el primer país de América Latina en legalizar el matrimonio homosexual—, Dinamarca 2012, Uruguay, Nueva Zelandia, Francia y Brasil 2013. En Estados Unidos estos matrimonios estuvieron autorizados en Massachusetts, Connecticut, Iowa, Vermont, New Hampshire, New York, Maryland, Washington, Maine, Rhode Island, Delaware, Minnesota, el distrito de Columbia —al que pertenece la ciudad de Washington— y otros estados pero fueron prohibidos expresamente en algunos de los cincuenta que integran la Unión norteamericana —cuyas legislaciones definían el matrimonio como la unión de hombre y mujer—, hasta que el 26 de junio del 2015 el Tribunal Supremo de Justicia —por cinco votos a favor y cuatro en contra— aprobó los matrimonios gay y lesbiano en todo el territorio estadounidense.
Hasta mediados del año 2017 los Estados que admitían el matrimonio entre personas del mismo sexo eran: Holanda, Bélgica, España, Noruega, Suecia, Portugal, Islandia, Finlandia, Alemania, Reino Unido, Irlanda, Dinamarca, Francia, Luxemburgo, Eslovenia, Nueva Zelandia, Argentina, Uruguay, Brasil, Colombia, México, Canadá, Estados Unidos de América y Sudáfrica.
Hay países que aceptan las uniones civiles entre personas del mismo sexo, con todos los derechos inherentes a este tipo de uniones, pero no la institución matrimonial homosexual. La mayoría de las religiones rechaza este tipo de matrimonio, pero algunas iglesias y confesiones lo admiten. Entre ellas: la Iglesia de la Comunidad Metropolitana, la Iglesia Luterana, la Iglesia del Pueblo Danés, la Iglesia Unida de Canadá, la Iglesia Unida de Cristo, la Iglesia Universalista, el Judaísmo Conservador, el Judaísmo Reformado, los Cuáqueros y algunas sectas o ramas minoritarias de la Iglesia Anglicana, del Hinduismo y del <Budismo.
En el Sínodo convocado por el pontífice Francisco I, que se reunió del 5 al 19 de octubre del 2014 en la Ciudad del Vaticano con la asistencia de 191 padres sinodales, 16 expertos, 38 auditores y 8 delegados fraternos, se trataron diversos temas conflictivos dentro de la Iglesia: la admisión eclesiástica de los homosexuales, los divorciados, las parejas de uniones libres y el control de la natalidad.
Dentro del Sínodo, en medio de encendidas discusiones entre los obispos progresistas y los conservadores en torno a los temas tratados, se aprobó acoger en el seno de la Iglesia, “con respeto y delicadeza”, a los hombres y mujeres con tendencias homosexuales y, respecto a la comunión de los divorciados que se hubieran vuelto a casar, se decidió analizar y profundizar más sobre la cuestión en el futuro, aunque se reconoció que se debe “ayudar a lograr la plenitud del plan de Dios” a las parejas casadas civilmente, a los divorciados y vueltos a casar o a los convivientes. Y en cuanto al control de la natalidad, los obispos reclamaron una relectura de la encíclica Humanae Vitae de 1968 que marcó la posición contraria de la Iglesia a los controles artificiales de la natalidad, pero expresaron la necesidad de respetar la dignidad de las personas en la evaluación moral de los métodos de control.
El documento final del encuentro —el Relatio Synodi—, aprobado por los padres sinodales, trató de recoger las conclusiones de la reunión y para ello tuvo que acudir a un lenguaje enrevesado y ambiguo puesto que la contradicción de opiniones internas no daba para más. En el documento se dijo: “las personas homosexuales tienen dones y cualidades para ofrecer a la comunidad: ¿estamos en grado de recibir a estas personas, garantizándoles un espacio de fraternidad en nuestras comunidades? A menudo desean encontrar una Iglesia que sea casa acogedora para ellos. ¿Nuestras comunidades están en grado de serlo, aceptando y evaluando su orientación sexual, sin comprometer la doctrina católica sobre la familia y el matrimonio?” Y se agregó: “Sin negar las problemáticas morales relacionadas con las uniones homosexuales se toma en consideración que hay casos en que el apoyo mutuo, hasta el sacrificio, constituye un valioso soporte para la vida de las parejas. Además, la Iglesia tiene atención especial hacia los niños que viven con parejas del mismo sexo, reiterando que en primer lugar se deben poner siempre las exigencias y derechos de los pequeños”.
Concluyó el documento con la insinuación de que lo acordado en el Sínodo no era vinculante ni de obligatorio cumplimiento, sino que simplemente “las reflexiones propuestas, fruto del diálogo sinodal llevado a cabo en gran libertad y en un estilo de escucha recíproca, buscan plantear cuestiones e indicar perspectivas fáciles”.
Sin embargo, la difusión del Relatio Synodi desató una tormenta en el seno de la Iglesia. Violentas protestas se desataron alrededor del mundo católico. Jean-Marie Guénois, especialista en asuntos vaticanos del diario francés “Le Figaro”, lo explicó en esos días con referencia al tratamiento de las uniones homosexuales y de los divorciados vueltos a casar: “La onda expansiva que partió de Roma vuelve como un bumerán desde los Estados Unidos, donde los católicos están muy organizados para la defensa de la vida; de África, donde estas preocupaciones occidentales aparecen como surrealistas; pero también de bastiones católicos como Polonia, que no admiten semejante vuelta de campana romana después de tres decenios de enseñanzas de Juan Pablo II y Benedicto XVI.”
Las reacciones adversas de grandes sectores conservadores del catolicismo estallaron por doquier en disconformidad con la forma como el Sínodo, en una apertura sin precedentes, trató temas tan repudiados por la doctrina eclesiástica tradicional, como la homosexualidad, el divorcio, las uniones libres y el control de la natalidad.
Monseñor Stanislaw Gadecki, Presidente de la Conferencia Episcopal de Polonia, consideró “inaceptable” el informe “porque se aleja, en particular, de la enseñanza de Juan Pablo II”.
El cardenal Gerhard Müller, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe —en ejercicio del mismo cargo que ocupó Benedicto XVI durante el pontificado de Juan Pablo II—, hizo públicas sus críticas a la propia Santa Sede por “manipular la información sobre el Sínodo para dar relieve a una sola tesis en vez de reportar fielmente las diferentes posiciones”.
También el cardenal estadounidense Raymond Burke, Prefecto del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica, denunció la manipulación informativa. “Esto me preocupa mucho —dijo en entrevista con el diario italiano “Il Foglio”— porque un número consistente de obispos no acepta las ideas de apertura”, pero la opinión pública no lo sabe ya que no se le ha informado. Aseveró que “todo esto debe terminar porque provoca un grave daño a la fe”. Y recordó que el papa todavía no se había pronunciado sobre estos temas. “Yo estoy esperando un pronunciamiento suyo —expresó—, que sólo podrá estar en continuidad con la enseñanza que la Iglesia ha dado durante toda su historia”.
Y es que el propio papa Francisco I —impulsor de las tesis aprobadas en el Sínodo— había incurrido en un cambio radical de opinión. Hace no mucho tiempo —cuando era el cardenal Jorge Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires— se manifestaba abiertamente opuesto a la aceptación eclesiástica de la homosexualidad, según consta en documentos de la época, mientras que en los días del Sínodo sostenía la tesis contraria, compartida ciertamente por amplios sectores de la opinión pública mundial.
Todo lo cual forzó a la Santa Sede a convocar inmediatamente una conferencia de prensa para aclarar que el Retatio Synodi era sólo un “documento de trabajo”, apto para ser corregido y enviado al papa para su decisión final. El vocero del Vaticano, Federico Lombardi, recordó además que el Sínodo no concluyó en el 2014 sino que tendrá una segunda sesión el año siguiente.
En los tiempos del >maoísmo chino la homosexualidad estuvo penalmente perseguida. Mao la consideraba como producto del “decadente estilo de vida del capitalismo”. Pero en la China actual los gays y las lesbianas han empezado a exigir el reconocimiento y la legalización de sus relaciones.
Después de la Segunda Guerra Mundial la lucha se reinició en Suecia y Noruega y fue especialmente intensa en Estados Unidos, donde los homosexuales se organizaron como minorías políticas influyentes que con frecuencia hermanaron su lucha con los movimientos feministas y negros en reivindicación de sus derechos. Generalmente se considera que el punto de partida de esta lucha fue la revuelta de Stonewall en el Greenwich Village de Nueva York en junio de 1969, en que centenares de gays se enfrentaron violentamente por tres días a la policía como protesta contra la redada en una taberna gay. A partir de este incidente los gays empezaron a salir a la luz pública individual y colectivamente y en 1973 había alrededor de 800 organizaciones homosexuales en Estados Unidos, la mayoría de ellas en Nueva York y Los Ángeles. Sin embargo, la comunidad gay más grande, visible y politizada se constituyó en San Francisco de California, donde los gays y las lesbianas se apoderaron de un amplio sector de la ciudad para vivir y trabajar. En ese barrio todos son homosexuales: el médico, el abogado, el ingeniero, el tendero, el carnicero, el bar tender de la esquina, el vendedor de gasolina. Es un espacio de subcultura gay.
El sociólogo español Manuel Castells, en su investigación sobre el tema, llegó a la conclusión de que la comunidad homosexual de esta ciudad representaba en los años 80 el 17% de su población total, del cual dos tercios eran gays y el resto lesbianas. Explica que “San Francisco siempre fue un lugar de normas morales tolerantes” y un “punto de encuentro para marineros, viajeros, transeúntes, soñadores, estafadores, empresarios, rebeldes y desviados, un entorno de encuentros casuales y pocas reglas sociales, donde la línea divisoria de lo normal y lo anormal era borrosa”. Allí florecieron formas de vida y de subcultura alternativas como las de los beatniks y más tarde los hippies, en cuyo seno los gays fueron aceptados con tolerancia y amistad.
La comunidad gay en San Francisco se organizó políticamente bajo el liderazgo de Harvey Milk, profesor frustrado después de haber sido expulsado de la Marina de Guerra por homosexual, y ejerce una importante influencia en el gobierno local. De San Francisco surgió el movimiento de liberación homosexual que se extendió por Estados Unidos y se articuló con el europeo en busca del “poder gay”.
Durante las dos últimas décadas del siglo XX se multiplicaron en el mundo las organizaciones de homosexuales. Miles de ellas se formaron en Estados Unidos y Europa occidental y centenares en América Latina, el Caribe, África y Asia. En 1978 se fundó la International Lesbian and Gay Association (ILGA) como una organización y un foro internacionales en el que están representados los sodomitas y las lesbianas de más de 80 países.
En España el movimiento homosexual es muy activo y aspira a consolidarse como un “poder” dentro de la sociedad española. De hecho constituye, como en otros países europeos, una minoría políticamente influyente e incluso un mercado atractivo para algunas empresas comerciales, que lanzan publicidad específica hacia este segmento de la población. Está organizado en numerosos gremios, grupos y asociaciones, y se presenta a través de varias siglas —Colectivo de Gays, Lesbianas y Transexuales de Madrid (COGAM), Federación Estatal de Lesbianas y Gay (FELG)—, que luchan dura y desenfadadamente por la igualdad, el matrimonio y la adopción, apoyados por los partidos políticos de izquierda.
Mediante una reforma a su Código Civil, España autorizó el matrimonio entre personas del mismo sexo y aprobó que las parejas homosexuales pudieran adoptar niños. Las reformas legales, propuestas por el gobierno socialista del presidente José Luis Rodríguez Zapatero, fueron aprobadas por el Congreso de los Diputados el 30 de junio del 2005 con 187 votos a favor, 147 en contra y 4 abstenciones. Se sustituyeron en el Código Civil las palabras “marido y mujer” por “cónyuges” y, “padre y madre”, por “progenitores”. Al texto original del artículo 44 se añadió: “El matrimonio tendrá los mismos requisitos y efectos cuando ambos contrayentes sean del mismo o de diferente sexo”.
El casamiento entre homosexuales y su derecho de adopción levantaron una encendida polémica en España. Fueron duramente repudiados por el Partido Popular, la alta jerarquía católica y entidades de defensa de la familia. La Asociación Española de Pediatría manifestó que los niños educados por gays probablemente desarrollarán la misma orientación sexual. Fundó su opinión en un estudio publicado en 1997 por Developmental Psychology, según el cual existe “una incidencia significativamente mayor de relaciones homosexuales entre los que habían crecido con madres lesbianas comparada con los que habían crecido con madres heterosexuales”. Un grupo de profesionales españoles suscribió una declaración en la que decía que la adopción de niños por las parejas homosexuales será un “experimento traumático” y que los niños “tienen derecho a poseer un referente masculino y otro femenino”. Agregaba: “Cuando la figura del padre o de la madre esté ausente, debe aclararse al menor las razones de esta circunstancia, sin confundirle al asumir personas de distintos sexos funciones que no les corresponden”.
El Presidente José Luis Rodríguez Zapatero respondió que defiende “una visión laica de la sociedad española en la que nadie impondrá sus creencias para lograr una España moderna y tolerante” y, en el debate parlamentario, expresó que “una sociedad decente no humilla a sus miembros”.
Antes el parlamento de Cataluña había aprobado el 2 de abril del 2005 una modificación del Código de Familia para permitir que las parejas homosexuales pudieran adoptar hijos, siguiendo el ejemplo de Navarra, el País Vasco y Aragón.
Irlanda —el país más católico de Europa— admitió en su legislación el matrimonio homosexual mediante referéndum celebrado el 22 de mayo del 2015. Consultó a los ciudadanos sobre la legalización del matrimonio entre parejas del mismo sexo y, pese a la beligerante oposición de la Iglesia irlandesa, el voto “sí” alcanzó una amplia mayoría: el 62,1% (1’201.607 votos) frente al 37,9% en contra (734.300 votos). La asistencia a las urnas —el 60,52% de los ciudadanos con derecho a voto— fue la más alta desde el referéndum de 1995 sobre la legalización del divorcio. En el ámbito latinoamericano, fue en México donde se formó a comienzos de los años 70 del siglo XX el Frente Revolucionario Gay (FRAG) como vanguardia de la lucha homosexual, para enfrentarse, según afirmaban sus líderes, al “machismo” mexicano. Este grupo fue seguido de otros, como el liderado por Luiz Mott en Brasil y el Movimiento Homosexual de Lima (MHOL), empeñados en en “recrear una imagen positiva de gay y lesbianas rompiendo los estereotipos que dañan la integridad moral de las personas al denostarlas” —según afirma el economista e intelectual gay de Perú, Óscar Ugarteche— y en abrir para su comunidad espacios culturales y políticos.
Buenos Aires se convirtió en diciembre del 2002, por decisión de su parlamento, en la primera ciudad de América Latina en legalizar las uniones civiles entre homosexuales —tanto de sodomitas como de lesbianas—, y en reconocer que ellas gozan de los mismos derechos que cualquier pareja heterosexual en concubinato. Lo cual significa que pueden “celebrar contratos que regulen sus relaciones personales y efectos patrimoniales derivados de la convivencia, como así también las compensaciones económicas que consideren adecuadas para el caso de disolución de la unión”.
Y ocho años después Argentina fue el primer Estado latinoamericano en autorizar el matrimonio entre personas del mismo sexo y en reconocer a los gays y lesbianas todos los derechos y obligaciones inherentes a la institución matrimonial. El controvertido proyecto de ley, procedente de la Cámara de Diputados, fue aprobado y convertido en ley federal por el Senado el 15 de julio del 2010 con 33 votos a favor, 27 en contra y 3 abstenciones. La Iglesia católica y las iglesias evangélicas argentinas promovieron una intensa campaña contra la iniciativa, que culminó con una movilización popular de sesenta mil personas para presionar al Congreso.
Los homosexuales norteamericanos alcanzaron una importante victoria en junio del 2003 cuando la Corte Suprema de Estados Unidos, por seis votos contra tres, declaró inconstitucional y anuló una ley de Tejas que consideraba un delito que personas del mismo sexo realizaran “actos sexuales desviados”. Este fallo del supremo tribunal tuvo incidencia en la legislación de doce estados de la Unión norteamericana que prohibían, en nombre de la moral pública, las relaciones homosexuales. En mayo 17 del 2004 Massachussetts fue el primer estado de la Unión en aprobar el matrimonio entre homosexuales y le siguieron California en septiembre del 2005 y Connecticut en octubre del 2008.
De acuerdo con la resolución tomada el 30 de noviembre del 2004 por la Corte de Apelaciones, con sede en Bloemfontain, la República Sudafricana fue en el continente negro el único Estado que aceptaba el matrimonio entre personas del mismo sexo.
En los otros Estados africanos se ha marcado una tendencia a combatir las prácticas homosexuales, a las que se atribuye la terrible expansión del VIH-SIDA en amplios sectores de la población. Incluso el parlamento de Uganda aprobó en diciembre del 2013 una ley, promulgada por el presidente Yoweri Museveni, que tipificaba la homosexualidad como delito sancionado con la pena de cadena perpetua.
La Ley de Matrimonio Civil expedida en Canadá el 20 de julio del 2005 autorizó los casamientos gay para todos los efectos civiles.
El 21 de diciembre del 2005, en la alcaldía de Windsor, 687 parejas homosexuales, acogiéndose a la nueva ley británica que regula la unión entre personas del mismo sexo, formaron la denominada “asociación civil”, que es la equivalencia homosexual del matrimonio.
Amnistía Internacional (AI) denunció en junio del 2004 que setenta y nueve países aún tenían leyes persecutorias contra los homosexuales, lesbianas, bisexuales y transexuales, de los cuales nueve preveían la pena de muerte para los autores de estas prácticas.
Esa lucha ha avanzado, aunque sus protagonistas no han logrado que su perversión —que va desde la homosexualidad excluyente hasta la bisexualidad— sea considerada por la sociedad como algo normal. Sus líderes han pasado del ostracismo social a la arrogancia. Ya no aspiran a que se les tolere sino que quieren imponer sus normas a la sociedad. Han adoptado posiciones de lucha contra la heterosexualidad y su cultura, para lo cual han formado alianzas militantes con los movimientos feministas radicales. Celebran el día del orgullo gay con desfiles públicos en los que quieren ser vistos y reconocidos. Iniciaron en San Francisco de California los juegos olímpicos de los homosexuales del mundo en 1982 —los gay games— que se realizan periódicamente con el propósito, según dijo en las competencias de Amsterdam de 1998 su portavoz Paul van Yperen, de “reforzar el orgullo de los homosexuales y las lesbianas, y cultivar el respeto y la comprensión en el mundo no homosexual”. En la apertura de este certamen, inaugurado por el Alcalde de la ciudad con la presencia del Primer Ministro holandés, desfilaron 15.000 deportistas gays empeñados en hacer de estos juegos una réplica de la copa del mundo en el ámbito futbolístico.
Mediante sentencia emitida el 9 de junio del 2016 el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, con sede en Estrasburgo, estableció que “no existe el derecho al matrimonio homosexual”. Sus 47 jueces —de los 47 Estados miembros del Consejo de Europa— votaron unánimemente en favor de la referida sentencia y sustentaron sus votos con argumentos jurídicos, filosóficos, antropológicos y científicos. Recordó el Tribunal que la institución del matrimonio está regida por el Convenio Europeo de Derechos Humanos, que consagra “el concepto tradicional del matrimonio, a saber, la unión de un hombre y de una mujer”, pero sin desconocer el derecho de los gobiernos de abrir el matrimonio a las personas del mismo sexo.
En lo que fue hasta ese momento la mayor movilización de homosexuales en la historia de su lucha por la liberación, cerca de dos millones de personas desfilaron el domingo 29 de mayo del 2005 en Sao Paulo —ciudad a la que su alcaldesa Marta Suplicy había calificado orgullosamente en junio del 2002 como la “capital del movimiento gay en América Latina”— en la VII Marcha del Orgullo Gay que recorrió desde la Avenida Paulista hasta la Plaza de la República, en el centro de la ciudad, para exigir la reforma legal que autorizara el matrimonio entre personas del mismo sexo.
Para ellos la homosexualidad es cuestión de simple “preferencia sexual” semejante al hecho de que “unos prefieren el vino seco y otros el vino dulce, o unos jamón y otros queso”, como escribe Ugarteche. Tratar de esta manera las cosas me parece no sólo superficial sino sesgado. La sodomía y el lesbianismo no pueden definirse como meras “preferencias sexuales”: son identidades sexuales que tienen causas y predisposiciones patológicas probablemente genéticas —y por eso resulta injusto penalizarlas— pero no son opciones meramente “preferenciales”. Considerarlas “normales” supondría aceptar como válido un régimen sexual que, de generalizarse, acabaría con la reproducción de la especie.
Desde la perspectiva dialéctica, la vida se desarrolla, en todos sus órdenes, por la unidad y lucha de los contrarios. En la dialéctica sexual lo contrario de varón no es otro varón sino la hembra. Varón y hembra se contraponen y se unen así en la dimensión humana como en la animal y la vegetal. Esa es la cópula natural de los contrarios, que permite la reproducción de las especies.
En enero del 2002 se produjo un acto emblemático de liberación sexual: el conservador ministro de finanzas del gobierno demócrata-cristiano de Noruega, Per Kristian Foss, contrajo matrimonio con su compañero Jan Erik Knarbakk, en una ceremonia celebrada en la embajada noruega en Estocolmo, de acuerdo con la ley sueca promulgada en 1993 que otorga a los homosexuales todos los derechos, incluso el de casarse civilmente, aunque no el de adoptar niños.
Esto contradice el viejo principio jurídico —instituido como sacramento por la religión católica— de que el matrimonio es un contrato solemne por el cual un hombre y una mujer se unen para vivir juntos, procrear y auxiliarse mutuamente. Por supuesto que la unión de los dos sexos, que es común a todos los seres animados y que pertenece al orden de la naturaleza, precedió a la institución de las ceremonias y los sacramentos de las religiones y a la formulación de las normas jurídicas por el poder político.
El “Tesoro de la Lengua Española”, escrito en homenaje a la memoria de Felipe II por Sebastián de Covarruvias Orozco —capellán del rey y consultor del Santo Oficio de la Inquisición—, define el matrimonio, remitiéndose a la palabra latina matrimonium, como la “maris & faeminae coniugatio”, siguiendo al pie de la letra la admirable definición de la ley romana. Don Pedro de Valencia, cronista general del rey, después de haber revisado el libro y ejercido su derecho de censura, afirmó no haber hallado “cosa contraria a la Fe, ni a las buenas costumbres”, por lo que ordenó su publicación en Madrid el 3 de mayo de 1610.
En el “Diccionario de Autoridades” compuesto por la Real Academia Española bajo las expensas del rey Felipe V de España, publicado en 1732, se define el matrimonio como “un contrato de derecho natural, que se celebra entre hombre y mujer, por mutuo consentimiento externo, dando el uno al otro potestad sobre su cuerpo, en perpetua y conforme unión de voluntades”.
El Código de Napoleón dio por sentado que el matrimonio se contrae entre los dos sexos, de modo que su artículo 144 se limitó a prescribir que “el hombre antes de los 18 años cumplidos y la mujer antes de los 15 años cumplidos, no pueden contraer matrimonio”.
En el “Diccionario Razonado de Legislación y Jurisprudencia” de don Joaquín Escriche, edición publicada en 1851, se dice que el matrimonio es “la sociedad legítima del hombre y de la mujer, que se unen con vínculo indisoluble, para perpetuar su especie, ayudarse a llevar el peso de la vida y participar de una misma suerte”.
De allí que el jurista ecuatoriano doctor Luis Felipe Borja, en sus “Comentarios al Código Civil Chileno” publicados en París en 1907 (7 tomos), afirma que “no cabe ni suponerse matrimonio entre personas de un mismo sexo”.
Al margen de la homosexualidad, pero ligadas con ella, existen otras dos aberraciones sexuales: la transexualidad y el travestismo.
La transexualidad es la mutación de los caracteres sexuales de una persona mediante tratamiento hormonal o quirúrgico, de modo que ella adquiere los caracteres del sexo opuesto. Los transexuales modifican su anatomía y su apariencia física y adoptan las formas de vestir, las conductas y las preferencias caract erísticas del otro sexo. Inconformes con su condición, los hombres quieren ser mujeres y las mujeres se sienten hombres. Por medio de la cirugía ellos se eliminan el pene y los testículos y se crean una vagina funcional. Se administran estrógenos para aumentar el volumen del pecho y se eliminan el vello de la piel mediante electrólisis. Las mujeres, en cambio, se someten a la reconstrucción de los genitales masculinos y mediante la administración de testosterona modifican sus caracteres sexuales secundarios.
En esta perversión gravita, sin duda, una cuestión patológica en virtud de la cual ciertos hombres biológicos se consideran mujeres —quieren ser mujeres— y ciertas mujeres se identifican sexual y emocionalmente como hombres.
El travestismo es la perversión sexual que consiste en vestirse con la ropa del sexo opuesto. Se da en ambos sexos pero es más frecuente entre los hombres. Es una suerte de inversión sexual que se expresa en la adopción de las formas de vestir del sexo opuesto.
Fue célebre el caso del Charles d´Éon (1728-1810) —caballero, diplomático y agente secreto francés—, quien solía disfrazarse de mujer para cumplir ciertas tareas de espionaje o por puro placer. De allí que a esta perversión sexual, distinta de la homosexualidad pero emparentada con ella, se denomina también eonismo, en recuerdo del caballero francés.
El travestismo se ha reflejado en la literatura. El dramaturgo inglés de origen checo Tom Stoppard escribió su comedia “Travesties” (1974) y el novelista español Eduardo Mendicutti publicó una novela titulada “Una mala noche la tiene cualquiera” (1988), que narra las angustias de un travesti el día del intento de golpe de Estado del Teniente Coronel Antonio Tejero contra el gobierno español el 23 de febrero de 1981.
El hermafroditismo, en cambio, es la presencia en una persona de glándulas sexuales —gónadas— masculinas y femeninas. La palabra proviene de la leyenda de Hermaphroditus, que fue el personaje mitológico que heredó los sexos de sus progenitores: Hermes y Afrodita. Los hermafroditas son mitad machos y mitad hembras. Sus formas exteriores son sexualmente indefinidas. Esta anomalía está ligada a una alteración funcional de las glándulas endocrinas —aquellas que, por no tener conductos excretores, vierten directamente a la corriente sanguínea las sustancias que secretan—, especialmente de la hipófisis o de las glándulas adrenales. Resulta difícil establecer si un hermafrodita es una mujer con un clítoris excesivamente desarrollado o un varón con un pene atrofiado. A estas personas se les suele aplicar tratamientos quirúrgicos u hormonales para dotar de funcionalidad a los caracteres sexuales más activos.