La palabra viene de histrión, que fue el nombre que los romanos dieron al actor que representaba disfrazado en la comedia o en la tragedia antiguas. Después se llamó histrión en Roma a cualquier mimo, cómico o danzarín teatral. Los histriones, aunque ganaban bien, fueron mal vistos, salvos los casos excepcionales de Esopo, Roscio y algún otro que lograron la consideración y amistad de personajes ilustres.
Por extensión, en la vida pública, se llama histrión al político simulador y mimético, en trance permanente de usar máscaras novedosas, e histrionismo a la actitud teatral de los políticos y a su tendencia a montar farsas políticas.
El hombre público tiene siempre algo de histrión. El dominio del escenario y algunas calidades dramáticas le son a veces necesarios para su relación con la masa y para comunicarle sus ideas, emociones e imágenes. Necesita cierta dosis de histrionismo para el éxito. Pero cuando estas características se exageran o cuando las formalidades suplantan al mensaje, el político se convierte en comediante e incurre en el histrionismo, que no es una virtud sino un defecto.
El histrionismo es uno de los rasgos fundamentales del político populista que, abandonando todo compromiso ideológico —las encuestas de opinión suplantan a la ideología en sus decisiones—, hace de la política una interminable y ridícula coreografía.
Y la revolución digital —que ha traído la "videopolítica", es decir, la política gestionada por medios informáticos, cuya característica principal es la sustitución de las palabras por las imágenes— ha favorecido enormemente al histrionismo político.
Las sofisticadas tecnologías informáticas han abierto un amplio campo para la simulación, el engaño, el truco y el fraude políticos. En complicidad con la televisión, han suplantado la inteligencia de los actores políticos por la telegenia, la realidad por la apariencia, la consistencia de las ideas por la eufonía y las tesis ideológicas y programáticas por histriónicas imágenes en la acción pública, con lo cual encumbran falsos valores humanos a las alturas del éxito político y del poder.
El histrionismo videopolítico tiende a favorecer al >populismo, que es una de las más perniciosas aberraciones de la vida pública, ya que pone a disposición de los hechiceros populistas una serie de modernos instrumentos audiovisuales para engatusar a la gente.
El 13 de enero del 2016 se produjo en España un espectacular acto de histrionismo político. La diputada Carolina Bescansa, del partido Podemos, llevó a su bebé de cinco meses de edad a su escaño parlamentario y, sentada en la zona central del hemiciclo, lo amamantó pública y notoriamente durante la sesión inaugural del período parlamentario del Congreso de los Diputados.
Lo hizo —a pesar de que la institución tenía una guardería infantil para el cuidado de los hijos de los legisladores— porque su objetivo era atraer la atención de los medios de comunicación. Fotógrafos y camarógrafos dirigieron hacía allá sus cámaras y el acto político-maternal se proyectó como noticia de primera plana en los medios de comunicación pública de España.
La respuesta de la opinión pública española ante ese acto de histrionismo fue una avalancha de duras críticas y entusiastas aplausos.