Es, en la historia de la filosofía, el conjunto de las ideas propuestas por Aristipo de Cirene y por sus seguidores allá por los años 430 antes de nuestra era. Este filósofo griego fue discípulo de Sócrates. Fundó la llamada escuela cirenaica, que propuso la tesis de que el fin último del hombre es la consecución de la libertad de pensar y de los goces materiales.
El hedonismo, en consecuencia, es la postura filosófica que vincula el bien con el placer y el mal con el dolor y que, por tanto, conduce al hombre a la incesante búsqueda del placer como un mandato ético.
El hedonismo afirma, como principio, que todo placer es un bien y, recíprocamente, que no hay otro mal que el dolor. Por tanto, el ser humano debe conducirse de modo que aparte de su vida todo lo que le cause dolor y atraiga hacia ella todo lo que pueda ser fuente de placer. Pero el dolor y el placer están fundamentalmente concebidos en términos de sensualidad, esto es, de sufrimiento o de gozo de los sentidos. Y, además, de gozo actual, inmediato. En el hedonismo impera el aquí y el ahora, no el futuro. Alguien describió su actitud como la soberanía del instante.
En eso el <eudemonismo y el <epicureísmo son más amplios porque consideran que la dicha o el placer pueden ser también frutos del espíritu y que ellos pueden alcanzarse mañana.
Sobra decir que para la escuela cirenaica el deber no existe, en la medida en que no es fuente de deleites sino de esfuerzo y acaso de dolor.
Estas ideas han atravesado los tiempos. Buena parte de las sociedades contemporáneas se rigen por principios hedonistas. Las llamadas >sociedades de consumo no son otra cosa. En ellas el placer y el dinero se han convertido en el fin supremo de la vida. La consigna es ganar dinero de cualquier forma, aunque sea honradamente. Vivimos bajo el imperio del hedonismo: rehuimos los deberes y acaparamos los derechos, en medio de la más absurda vorágine de egoísmo económico y de concupiscencia.