El Tratado de la Unión Europea —mejor conocido como Tratado de Maastricht por la ciudad holandesa donde se lo negoció— fue suscrito el 7 de febrero de 1992. En él se estableció la integración económica y se plantearon los objetivos políticos de la Unión Europea (UE), entre ellos los de instituir la ciudadanía común, crear la moneda única, institucionalizar el Banco Central Europeo, implantar una política exterior y de seguridad compartida, establecer la cooperación aduanera y formular normas comunes en materia de asilo, inmigración, delincuencia, drogas, terrorismo y asuntos fronterizos.
Probablemente el elemento más polémico del tratado es el de la Unión Económica y Monetaria (UEM), porque implica la creación de una moneda única en sustitución a las monedas nacionales y la implantación de órganos comunitarios para manejar la política monetaria común. En torno de ella se abrió una gran polémica en cada uno de los países miembros de la Unión Europea, que fue especialmente fuerte en aquellos que sujetaron el tema a discusión pública y lo sometieron a la aprobación de la voluntad popular por la vía plebiscitaria. La controversia se centró especialmente en la creación de la moneda única y de sus instituciones. Los impugnadores del tratado sostenían que esto implicaba el recorte de la soberanía de los Estados que en lo futuro ya no podrían definir ni ejecutar una política monetaria nacional e independiente, en tanto que sus defensores afirmaban que la moneda única era el complemento necesario del mercado común.
Los economistas añadieron otros puntos de vista a la discusión.
Por ejemplo, Norbert Walter, economista alemán del Deutsche Bank, abogaba por la unión monetaria y afirmaba que todos los países miembros se beneficiarán de la introducción de una moneda única porque quedarán reducidos o eliminados los riesgos de la evolución de los tipos de cambio y los costes de las conversiones. Maurice Alais (1944-2012) —Premio Nobel de Economía francés— manifestó que el Tratado de Maastricht, “escrito en lenguaje tecnocrático ambiguo, poco comprensible, si no incomprensible”, resultaba “potencialmente peligroso para el futuro” porque “extiende la competencia de la Unión Europea a un número considerable de ámbitos que, en virtud del concepto de subsidiaridad (proclamado en el artículo 3.B del tratado), deberían permanecer como competencia de los Estados”. El economista francés se refería a la política fiscal, la educación, la formación profesional, la salud pública, la protección de los consumidores, la política industrial y otros elementos macroeconómicos sobre los cuales asumirían competencia las autoridades comunitarias.
Hubo un manifiesto de sesenta economistas alemanes, publicado en el “Frankfurter Allgemeine” en julio de 1992, contrario al Tratado de Maastricht. Para los alemanes, en efecto, sería especialmente duro abandonar su moneda fuerte. El profesor de Harvard Martin Felstein, tomando parte en el debate desde el otro lado del océano, opinó que la adopción de la moneda única pudiera conducir al deterioro de la situación económica, la elevación del desempleo y el aumento de la tasa de inflación. En cambio, el exministro de economía de Francia, Edouard Balladur, en un artículo de “Le Monde”, argumentó durante el curso del plebiscito francés que los peligros del rechazo al tratado serían mayores que los de su aprobación y que es falso que una moneda única conduciría a la recesión económica ni a un aumento del desempleo. Así quedó trabada la discusión en el curso de la ratificación del tratado. En ella intervinieron políticos, académicos, economistas y periodistas de Europa y de otros países.
La mayor parte de los Estados europeos decidieron la ratificación del tratado por medio de resoluciones parlamentarias en tanto que otros —Irlanda, Francia, Suecia, Austria, Finlandia— lo hicieron por la vía de consultas plebiscitarias que se resolvieron por estrechos márgenes de votación después de arduos debates. Sin embargo, Noruega se abstuvo plebiscitariamente de ingresar a la Unión Europea y en Dinamarca el plebiscito fue contrario a la ratificación del tratado y los votantes exigieron ciertas modificaciones a su texto.
En todo caso, a los ciudadanos que favorecen el Tratado de Maastricht se los llama “europeístas” puesto que impulsan la integración política y económica de Europa para que pueda hacer frente exitosamente a los retos económicos y políticos planteados por los Estados Unidos de América y Asia en el siglo XXI. El “europeísmo” considera que el Tratado de la Unión Europea —con la unidad económica, la moneda única, sus instituciones monetarias supranacionales, el compromiso de defensa común y de común política internacional— es no solamente un hito decisorio en el proceso de integración regional sino también el instrumento más importante que se haya celebrado con miras al futuro desarrollo económico y político de Europa.