Esta palabra tiene dos significaciones: la una es la <autocracia ruda, cruel e intransigente establecida en la Unión Soviética durante el largo gobierno de casi doce años de Joseph Stalin (1879-1953) —cuyo nombre original fue Joseph Vissarionovich Dzhugashvili—; y la otra es la interpretación, no digamos más ortodoxa, sino más autoritaria, dogmática e inflexible del marxismo hecha por Stalin y sus seguidores desde el poder en la Unión Soviética. Interpretación tan dogmática e intransigente que no admitía el menor apartamiento de la verdad oficial y castigaba rigurosamente, a veces con la pena capital, cualquier desviación de ella.
En este último sentido, el estalinismo fue la interpretación que dio el autócrata soviético al marxismo para consolidarlo en su país. Su concepción fue extremadamente dura e inflexible. Hizo del marxismo un dogma inmutable y eterno. En su nombre implantó un régimen de terror por 30 años en la Unión Soviética. Las purgas y la eliminación física de aquellos a quienes consideraba sus opositores fueron parte de su sistema de gobierno.
Resulta difícil establecer los rasgos biográficos de Stalin porque durante los largos años de su dictadura absoluta —y como parte del <culto a la personalidad que se levantó bajo sus pies— una serie de “biógrafos” soviéticos, por presión psicológica y amenaza de cárcel, produjeron muchas páginas de mitos y leyendas en torno al autócrata georgiano. Se sabe que nació el 21 de diciembre de 1879 en Gori, Georgia, hijo de campesinos georgianos que no hablaban ruso y que asistió a la escuela religiosa de su pequeña ciudad, donde aprendió el idioma. Entró a estudiar teología en el seminario ortodoxo de Tbilisi, la capital de Georgia, de donde fue expulsado en diciembre de 1899 por sus lecturas marxistas. Se afilió al Partido Obrero Socialdemócrata Ruso en 1899 y se le encomendó la tarea de adoctrinar a los trabajadores de los ferrocarriles de Tbilisi. Fue encarcelado en Batum durante más de un año y luego confinado en Siberia, de donde fugó en 1904. Aquella fue la primera de las ocho detenciones que sufrió bajo el régimen zarista. La más larga fue entre 1913 y 1917. En 1910 adoptó el sobrenombre de Stalin, que significa “acero”. Se casó dos veces: con Yekaterina Svanidze, quien murió en 1910, y con Nadezhda Alliluyeva, que se suicidó en 1932.
Durante las disensiones internas en el seno del partido apoyó siempre a la fracción <bolchevique, liderada por Lenin. En 1907 participó en el atraco a un banco de Tbilisi para “expropiar” el dinero de los banqueros. En 1912 fue nombrado miembro del comité central del partido. Al año siguiente asumió por poco tiempo la tarea de editar el periódico partidista "Pravda" y escribió su primera obra titulada "El marxismo y la cuestión nacional".
Tras la revolución de marzo de 1917 que derrocó al zar, Stalin regresó a San Petersburgo y reanudó la publicación de "Pravda", desde donde propugnó una política de moderación y cooperación con el gobierno provisional de Alexander Kerenski (1881-1970), en contra de la opinión de Lenin. Después del triunfo de la Revolución de Octubre y del ascenso al poder de los bolcheviques, Lenin lo designó comisario del pueblo para las nacionalidades y junto a Yákov Mijáilovich Sverdlov (1885-1919) y León Trotsky (1879-1940) asesoró al jefe del Estado durante los primeros y difíciles momentos de la guerra civil que siguió a la revolución rusa, en la que participó como comandante en varios frentes. Fue un tenaz trabajador en la organización partidista. Se desempeñó como comisario del pueblo para el control del Estado entre los años 1919 y 1923 y se convirtió en secretario general del partido en 1922.
Fue allí donde surgieron sus diferencias de opinión con Lenin, que determinaron que en su testamento político el líder bolchevique aconsejara la destitución de Stalin como jefe del partido. Testamento que fue ocultado por Stalin y cuyo contenido conoció el pueblo soviético recién en 1958 gracias al proceso de “desestalinización” promovido por Nikita Kruschov (1894-1971).
El escritor argentino Juan Gasparini, en su libro "Mujeres de Dictadores" (2002), relata que Stalin dejó morir a su hijo Iakov, preso en un campo de concentración nazi, porque desechó la propuesta de Hitler de canjearlo por un general alemán hecho prisionero en la Unión Soviética. “No cambio un general por un soldado”, habría respondido Stalin.
Tras la muerte de Lenin en 1924, Stalin se unió a Grigori Zinóviev (1883-1936) y a Lev Borisovich Kámenev (1883-1936) —quienes formaban parte del ala considerada conservadora o moderada del partido— para enfrentar a sus rivales y asumir el gobierno de la Unión Soviética. Tuvo a León Trotsky —quien era el principal candidato para suceder a Lenin— como su más fuerte contendor. Stalin pronto se enemistó con sus aliados de la troika —Zinóviev y Kámenev— y éstos, juntos con Trotsky, desafiaron la autoridad de Stalin pero no pudieron evitar que consolidara en 1919 su posición y se erigiera como líder único de la Unión Soviética. Trotsky tomó el camino del exilio y Zinóviev, Kámenev y Bujarin fueron sometidos a juicio bajo la acusación de "crímenes contra el Estado" y, sin posibilidad alguna de defensa, condenados a muerte.
Pero el precio que tuvo que pagar Trotsky por sus divergencias con Stalin fue también la muerte. En 1940 fue asesinado en México por el catalán Ramón Mercader, agente de la NKVD estalinista. Trotsky escribió varios libros: “Terrorismo y Comunismo” (1920), “Nuevo Curso” (1923), “Lecciones de Octubre” (1924), “La Guerra y la Internacional” (1924), “La Revolución Permanente” (1930), “Mi vida” (1930), “Historia de la Revolución Rusa” (1933), “La Revolución Traicionada” (1937), en los cuales proyectó su pensamiento filosófico, político y social.
Al terminar la Segunda Guerra Mundial con la victoria de los aliados, Stalin participó en las conferencias de Teherán (1943), Yalta (1945) y Potsdam (1945) con los gobernantes de las potencias de Occidente, en las que logró que se reconociera a la Unión Soviética un importante espacio en el nuevo orden político y económico internacional de la posguerra. Lo cual le permitió extender el dominio comunista sobre la mayor parte de los países liberados del nazi-fascismo por el ejército soviético, en los que se establecieron las llamadas <democracias populares. Vino después la siniestra etapa de la >guerra fría, en la cual Stalin jugó un papel de primera importancia.
Stalin en realidad no fue más que un político pragmático e inescrupuloso, sin principios ni cultura, que manipuló a su antojo el pensamiento de Lenin para someterlo a sus intereses políticos. Un grupo de pensadores y filósofos —entre ellos, Abram M. Deborin (1881-1963) y Mark Borisovich Mitin (1901-1987)— le ayudó en la tarea de subordinar las teorías y los principios a los requerimientos de su táctica. Hacia el año 1930 Stalin había logrado completamente acomodar a sus intereses la ideología y la historia de la Unión Soviética.
Megalómano como era, se preocupó de proyectar la imagen de ideólogo e intelectual. Entre 1946 y 1951 hizo publicar por el Instituto Marx-Engels-Lenin de Moscú sus "Obras" en varios volúmenes, que contenían sus cartas, discursos, proclamas, entrevistas, informes, monografías, folletos y libros real o supuestamente escritos por él. La publicación quedó interrumpida después de su muerte en el volumen 13, que llegó hasta el año 1934. El norteamericano R. H. McNeal, profundo conocedor de la bibliografía estalinista, retomó en 1967, en nombre de la Hoover Institution on War, Revolution, and Peace de Stanford, California, la tarea de completar la publicación de las obras de Stalin posteriores a 1934. Por el escritor norteamericano se pudo conocer los defectos, supresiones, adiciones, enmiendas, modificaciones, montajes y arreglos de la edición de Moscú, que fue supervisada directamente por el dictador soviético con el ánimo de perpetuar su memoria en términos de su mayor conveniencia. Al margen de algunos pasajes de sus discursos se interpolaron expresiones entre paréntesis, tales como “ovaciones”, “atronadores aplausos” o, cuando era del caso, “hilaridad general”, que sin duda fueron impuestas por Stalin para perfilar su apoteosis, porque así fue de generoso consigo mismo. Muchos analistas tienen la certeza de que algunas de las obras atribuidas a Stalin no fueron escritas por él sino por los precursores rusos de los ghostwriters norteamericanos.
Es preciso anotar que nadie, exceptuados sus áulicos, ha considerado a Stalin como un ideólogo, a pesar de que cuando sus intereses pragmáticos así lo aconsejaron hizo irrupción en este campo para apartarse de la doctrina de los clásicos, bajo el sensato argumento de que la evolución histórica había superado sus preceptos; y no obstante también que contribuyó a difundir textos breves y simplificados del marxismo para que fueran entendidos y dogmáticamente aplicados por los funcionarios incultos de nivel medio del partido.
León Trotsky (1879-1940), en nombre de los ideales de 1917, consideró que el estalinismo era una “degeneración” de la revolución. Fueron varios los puntos de fricción ideológica y estratégica que tuvo con Stalin. Quizás el más importante fue el de la revolución permanente, es decir, el de la revolución mundial y del socialismo internacional postulados por Trotsky, fiel al principio de que la clase proletaria se extiende más allá de las fronteras nacionales —es una clase internacionalizada— contra la tesis de Stalin del socialismo en un solo país, que implicaba una modificación sustancial de las metas originales del marxismo.
En consecuencia, Trotsky sostenía que la revolución proletaria no dedía circunscribirse a un solo país, como lo sostenía Stalin, sino que, por su propia seguridad, debía extenderse hacia otros países.
Pensaba Trotsky que el socialismo no podría subsistir en un país si no se consolidaba concomitantemente en su entorno internacional y, particularmente, en los Estados de mayor desarrollo industrial. Por mantener esta tesis fue inculpado de “aventurerismo” y de “derrotismo” por la alta dirigencia estaliniana que vio en las ideas de Trotsky una “subvaluación” de las virtudes de lucha del pueblo soviético.
Nadie conoció mejor a Stalin que Vladimir Ilych (Lenin) puesto que había trabajado con él por mucho tiempo. En una carta suya al XIII Congreso del partido comunista en diciembre de 1922, poco tiempo antes de su muerte, afirmó que “después de asumir la posición de Secretario General, el camarada Stalin acumuló en sus manos inconmesurable poder y no estoy seguro de si él será capaz de usarlo siempre con el cuidado que se requiere”. En esa carta, conocida en la historia del partido como el “testamento” de Lenin, éste calificaba a Stalin de “rudo”, “déspota” e “intransigente”. Pedía vanamente que sea retirado de esa posición y sustituido por “un hombre que difiera de Stalin en una cualidad solamente, vale decir, mayor tolerancia, mayor lealtad, mayor bondad y una actitud de mayor consideración hacia los camaradas”.
Lenin no fue escuchado. Murió poco tiempo después. Y Stalin tomó el poder e impuso su voluntad de acero sobre la Unión Soviética.
Nadie ha descrito mejor lo ocurrido durante el estalinismo que Nikita Khruschev en su discurso secreto ante el XX Congreso del Partido Comunista de la URSS en febrero de 1956. Allí denunció, en primer lugar, el “culto a la personalidad” de Stalin llevado a extremos demenciales durante su largo gobierno, hasta convertirlo en “un superhombre, dotado de características sobrenaturales semejantes a las de un dios. Tal hombre, se supone, conoce todo, ve todo, piensa por todos los demás, puede hacer cualquier cosa y es infalible en su conducta”.
Denunció también su incapacidad como gobernante y sus errores en la conducción del país y especialmente en el manejo de los problemas de la Segunda Guerra Mundial.
Luego se refirió a la personalidad de Stalin. Lo describió como un hombre cruel, rudo y caprichoso, capaz de llegar a los peores extremos de “violencia brutal, no solamente hacia cualquier cosa que se le opusiera sino también hacia todo aquello que para su caprichoso y despótico carácter pareciera contrario a sus conceptos”. Según la denuncia de Kruschov, Stalin exigía una absoluta sumisión a su voluntad y quienquiera que se opusiera a sus designios o tratara de probar sus puntos de vista, era condenado a la aniquilación moral y física.
La querella de Kruschov —que sólo se la conoció en Occidente por una publicación de la Secretaría de Estado norteamericana, que nunca ha sido desmentida por los soviéticos— fue muy extensa y completa. En ella acusó a Stalin de haber tenido un temperamento caprichoso y brutal, de haber abusado del poder, causado daños al partido comunista, desconocido el principio leninista de la jefatura colectiva, empleado la violencia y el terror, incurrido en <desviacionismo, violado el sistema legal, forjado procesos seudojurídicos contra comunistas respetables, ejecutado a sus adversarios políticos bajo la acusación de “enemigos del pueblo”, forjado la caída de Anastas Ivanovich Mikoyan y de Vyacheslav Mihailovic Skrjabin Molotov, fusilado a 98 de los 139 miembros del comité central del partido elegidos en su XVII Congreso, encarcelado a 1.108 de los 1.966 delegados a este congreso, promovido un innecesario conflicto con el mariscal Tito de Yugoeslavia, incurrido en negligencia ante las advertencias del ataque alemán durante la Segunda Guerra Mundial, adoptado una conducta indecisa e histérica en las primeras semanas de la guerra mundial y una serie de otras acusaciones extremadamente graves.
El despotismo estaliniano se agudizó después del XVII Congreso del PCUS, en que muchos líderes prominentes del partido fueron eliminados físicamente. Stalin creó la acusación de “enemigo del pueblo” como una fórmula para aniquilar materialmente a quienes discrepaban en lo mínimo con sus designios y para justificar sus atrocidades.
Según los escalofriantes datos de la policía secreta N.K.V.D., revelados por Kruschov en 1956, de 139 miembros del comité central del Partido Comunista soviético elegidos en el XVII Congreso, 98 fueron arrestados y fusilados bajo la acusación de ser “enemigos del pueblo” entre 1937 y 1939.
Igual cosa sucedió con la mayoría de los delegados al XVII Congreso del PCUS. 1.108 de 1.966 delegados, que fueron activos y honestos comunistas en las horas duras de la revolución, fueron apresados bajo la inculpación de “contrarrevolucionarios” y la mayoría de ellos eliminados, a pesar de que ese Congreso se conoció como el Congreso de la Victoria.
Stalin sufría de una rara manía persecutoria que era la contrapartida de su delirio de grandeza. En todas partes veía conspiradores, espías y contrarrevolucionarios y los fantasmas del >trotskismo, del zinovievismo y del bujarinismo no le dejaban dormir. Esto le condujo a ordenar arrestos y ejecuciones en masa y a usar el terror contra los cuadros del partido. Nadie estaba seguro. La delación era arbitrio corriente en los círculos palaciegos. Se forjaban documentos y patrañas para condenar a quienes Stalin consideraba adversarios. Jueces incondicionales hacían el papel de verdugos.
Era el imperio del más espantoso >terrorismo de Estado.
Nikita Kruschov, en una parte de su célebre discurso de 1956 ante el XX Congreso del PCUS, dijo al respecto: “Stalin fue un hombre muy desconfiado, lleno de enfermiza suspicacia. Sabemos esto por nuestra colaboración con él. El podía mirar a un hombre y decir: ¿Por qué tiene usted los ojos tan huidizos hoy? O ¿por qué se mueve usted tanto hoy y evita mirarme directamente a los ojos? La morbosa sospecha creaba en él una desconfianza general aun hacia miembros prominentes del partido que él había conocido durante años. En todos los lugares y en todas las cosas él veía 'enemigos', gente de 'dos caras' y 'espías”.
Tantas personas fueron arrestadas o fusiladas durante el gobierno de Stalin, muchas de ellas de muy alto nivel en el partido, que después hubieron de ser reivindicadas póstumamente por los regímenes posteriores. Según datos del propio Kruschov, desde 1954 hasta 1956 la Sala Militar de la Suprema Corte de Justicia rehabilitó a 7.679 personas que habían sido condenadas por Stalin. La mayor parte de ellas fue rehabilitada en forma póstuma.
Así fue el estalinismo.
Llegó a los peores extremos de vesania e impuso por más de tres décadas el imperio del terror en la Unión Soviética.
El escritor e investigador español de la historia, Santiago Camacho, en su libro sobre los “Illuminati” (2005), dice de Stalin que, después de la muerte de su primera mujer, “para no verse interferido por ningún vínculo afectivo, envió a su pequeño hijo a vivir con sus parientes. Su segunda esposa le dio dos hijos, pero al poco tiempo, desilusionada por sus políticas represivas y sus crueldades, se suicidó. Cuando su hijo mayor también intentó suicidarse, Stalin se burló de él por fallar. Prisionero de los alemanes en la Segunda Guerra Mundial, el sufrido hijo mayor supo que su padre no lo incluyó en un intercambio de presos: corrió a una de las cercas eléctricas del campo de prisioneros y se lanzó hacia ella para morir electrocutado”.
El exgobernante soviético Mijail Gorbachov, en su “Carta a la Tierra” (2003), escribió: “La utopía socialista, en cuyo nombre millones de campesinos apoyaron a la revolución que les prometió las tierras, terminó por convertirse en un régimen de servidumbre estalinista”. Este régimen reclamó y obtuvo la obediencia absoluta a sus mandatos ya que, aparte de la brutal presencia de las agencias de espionaje y represión, como el Estado era el único proveedor de empleo, “quien no obedecía no comía”, según comentó alguna vez Trotsky.
Hay historiadores que piensan, sin embargo, que el estalinismo fue una fase necesaria para la consolidación del régimen soviético y para la erección de un punto de referencia obligado del movimiento obrero internacional. Aceleró el proceso de industrialización urbana y de colectivización de la tierra agrícola en la Unión Soviética. Lo hizo a sangre y fuego, con purgas y genocidios. Impuso una férrea planificación central para impulsar la industria pesada y, al propio tiempo, comprimir el consumo de la población. Forzó de ese modo el proceso de acumulación. Los precios agrícolas, bajos para los productores y altos para los consumidores, fueron uno de los mecanismos de la “acumulación socialista”. Los sindicatos fueron una mera correa de transmisión de los designios del partido comunista, total y absolutamente dominado por Stalin. Para colectivizar la tierra exterminó a los kulakz, que eran los campesinos propietarios de parcelas agrícolas, y en su lugar fortaleció las granjas colectivas —los >kolkjoz— y multiplicó los >sovjhoz, que eran las granjas estatales creadas en 1918. El sistema del kolkhoz surgió en 1922, en el marco de la llamada nueva política económica (novaïa ekonomitcheskaïa politika NEP) aplicada desde 1921 a 1928 y se extendió después como parte del proceso de colectivización de la tierra y de liquidación de los >kulaks. En 1927 Stalin encargó a la SPLAN, que era el ente de planificación estatal, la preparación del primer plan quinquenal para el período 1928-1932. Durante este lapso el producto nacional bruto creció en un 87%. Vino luego el segundo plan quinquenal (1933-1937), aplicado con el máximo autoritarismo estaliniano, que dobló el PNB en el período y determinó importantes progresos en materia de educación y de formación de mandos técnicos. Se implantaron grandes combinados industriales en los Urales y en Siberia. La Segunda Guerra Mundial interrumpió el crecimiento de la economía y tuvo consecuencias dramáticas para la URSS. Pero la derrota militar de los alemanes consolidó el liderato de Stalin, que le permitió extender su sistema hacia Europa oriental e impulsar la revolución china. La reconstrucción soviética a partir de 1945 fue espectacular. Hubo tasas de crecimiento que llegaron hasta el 164% en los años del cuarto plan quinquenal. El último plan quinquenal de Stalin fue el quinto, que se aplicó hasta su muerte en 1953. Puede decirse, en general, que durante el estalinismo las prioridades estuvieron dirigidas hacia el desarrollo de la industria pesada, la siderurgia, las industrias mecánicas, la reconstrucción postbélica, la fabricación de medios de producción y sólo al final la producción muy restringida de bienes de consumo.
El capitalismo de Estado que se consolidó en la Unión Soviética durante todos esos años reprodujo casi todas las aberraciones del capitalismo clásico, si bien no en beneficio de los empresarios privados sino de la tecnoburocracia dominante: el control de los medios de producción por un pequeño grupo, la acumulación del capital con base en bajos salarios y consumo insuficiente de la población, la supresión de los derechos laborales, largas jornadas de labor, explotación de la fuerza de trabajo, apropiación estatal de la plusvalía arrancada al obrero y deficientes condiciones de vida de los trabajadores.
El >trotskismo criticó duramente a finales de la década de los 30 el sistema soviético, al que lo calificó de “capitalismo burocrático de Estado”.
En todo caso, el rápido crecimiento de la URSS por esos años, que amenazaba alcanzar a los Estados Unidos en volumen de producción y en potencial bélico, planteó a Occidente lo que por entonces se llamó el “reto soviético”, que un día le permitó al jactancioso Nikita Jhrushov exclamar al gobernante norteamericano: “¡os enterraremos!”.
Stalin tuvo muchos seguidores. Varios de los regímenes marxistas europeos y asiáticos observaron su línea ideológica y de acción. El de Alemania oriental y el de Albania fueron los más visibles en Europa. El de Corea del Norte en Asia. En julio de 1994 murió de un sospechoso “infarto cardíaco” el gobernante norcoreano, Kim il-Sung, después de permanecer en el poder 46 años, desde que fue colocado allí por Stalin al término de la Segunda Guerra Mundial. El culto a la personalidad creado en torno a este misterioso personaje fue imponderable. El mismo se hizo construir, en su propio homenaje, un gigantesco monumento con su efigie. Se le llamaba “grande y bienamado líder”, “héroe” de la resistencia ante los japoneses, el “guerrero más grande de todos los tiempos”, “el mejor patriota de todas las eras”. Se compusieron odas en su honor. Kim il-Sung elaboró la versión coreana del marxismo-leninismo. Se mantuvo alejado de la controversia chino-soviética. En 1986 designó como su sucesor a su hijo primogénito Kim Jong-il, en su extraña e inédita monarquía marxista.
De todos estos hechos ha surgido el término estalinismo para designar la concepción dogmática y autoritaria del poder. Se dice que un gobernante o un político es estalinista cuando propugna la implantación de un régimen autocrático, centralista e intolerante de izquierda radical.