Los promotores de la escuela contractualista —Tomás Hobbes, John Locke, Juan Jacobo Rousseau y otros— denominaron así a la primitiva etapa de la sociedad humana, en la cual, al decir del primero de ellos, la vida de los hombres, envuelta en una incesante guerra de todos contra todos, fue “solitaria, pobre, grosera, embrutecida y corta”. Cuando los hombres tomaron conciencia de su precaria situación convinieron, a través de una suerte de contrato social, en despojarse de los irrestrictos “derechos” que cada uno tenía sobre todo lo que le rodeaba y en constituir una sociedad ordenada, cuyo gobierno se confiase a personas designadas por la comunidad. Así quedarían asegurados el orden y la paz en la vida social. La etapa originaria de violencia y atropello fue el estado de naturaleza, del cual los hombres salieron, en virtud del <contrato social, para ingresar a la etapa posterior, que recibe el nombre de estado de sociedad o estado civil.
Este es el resumen de la teoría contractualista.
Desde entonces las expresiones estado de naturaleza, contrato social y estado de sociedad, que se encuentran en los escritos de Hobbes, Locke, Pufendorf, Grocio, Rousseau, Kant y muchos otros pensadores de los siglos XVII y XVIII, formaron parte de la historia de las ideas políticas.
Tomás Hobbes (1588-1679), al explicar el origen de la sociedad política, afirmó que el hombre es, por su natural condición, un ser egoísta, insociable, animado de un deseo perpetuo e insaciable de poder. Cada individuo considera a sus semejantes como sus competidores en la implacable lucha por la existencia y choca con ellos cuando trata de satisfacer sus apetitos. La convivencia humana es, en esas condiciones, un permanente estado de guerra de todos contra todos en el que, alternadamente, el fuerte se impone al débil por por la fuerza y el débil al fuerte por la astucia. A esta etapa desordenada, en la cual el hombre desenvolvió su vida en forma precaria y animal, Hobbes denominó “estado de naturaleza”.
Para salir de él, “contractualmente” los hombres convinieron en enajenar todos sus derechos naturales a favor de la colectividad y crearon una máquina omnipotente capaz de poner orden en la sociedad y de ejercer autoridad ilimitada sobre todas las personas. A esa máquina la llamó “leviathán”, especie de dios mortal al que el hombre debe su libertad y sus derechos. Desde ese instante nadie pudo reclamar prerrogativas frente al Estado pues los hombres se despojaron voluntariamente de su libertad de juicio sobre el bien y el mal, sobre lo justo y lo injusto, y se comprometieron a acatar las determinaciones del “soberano”.
Pensadores posteriores, como John Locke (1632-1704) y Juan Jacobo Rousseau (1712-1778), impusieron a la teoría de Hobbes una conversión democrática. Utilizando los mismos elementos —estado de naturaleza, <contrato social y >estado de sociedad— fundaron un sistema destinado a limitar el poder político y a proteger los derechos de las personas dentro de la vida social.
A diferencia de Hobbes, John Locke sostuvo que el individuo, al formar la sociedad política, no renunció en favor del Estado todos sus derechos sino que se reservó un cúmulo de ellos, sobre los que fincó su libertad civil y política.
El filósofo ginebrino Juan Jacobo Rousseau dio al contrato social un sentido eminentemente deontológico con el propósito de acentuar la necesidad racional de concebir el Estado como el fruto de la convergencia de las voluntades individuales, para así lograr el respeto y consagración de los derechos de cada persona en la vida social. A fin de lograr este efecto, Rousseau invocó el estado de naturaleza, que no fue un valor histórico sino meramente hipotético, destinado a poner de relieve la diferencia que existe entre aquella forma de vida desordenada y primitiva, en la que no hubo un medio eficaz de garantizar a todos el goce de sus derechos, y la forma de convivencia civilizada, fundada sobre normas e instituciones tutelares de los derechos de cada persona y regida por la voluntad de la mayoría.
“El tránsito del estado de naturaleza al estado civil produce en el hombre un cambio muy notable —escribió Rousseau en su “Contrato Social” (1762)— sustituyendo en su conducta la justicia al instinto y dando a sus acciones la moralidad que antes les faltaba”. Y agregó: “Aunque en este estado se halle privado de muchas ventajas que da la naturaleza, adquiere por otro lado algunas tan grandes, sus facultades se ejercen y se desarrollan, sus ideas se ensanchan, se ennoblecen sus sentimientos, toda su alma se eleva hasta tal punto, que si los abusos de esta nueva condición no le degradasen a menudo haciéndola inferior a aquella de que saliera, debería bendecir sin cesar el dichoso instante en que la abrazó para siempre y en que de un animal estúpido y limitado que era, se hizo un ser inteligente y un hombre”.