Descendiente del latín spatium, que significaba “espacio para correr” o “extensión”, esta palabra tiene hoy diversas significaciones. Desde el punto de vista filosófico es, juntamente con el tiempo, una de las dos grandes dimensiones en que se desenvuelve la vida. Aristóteles sostenía que el espacio y el tiempo eran valores absolutos e independientes entre sí. Newton más tarde compartió esta afirmación. Pero el físico alemán Alberto Einstein (1879-1956), al establecer a principios del siglo XX nuevas correlaciones entre ellos, en el marco de su teoría de la relatividad, sostuvo que las nociones de espacio y tiempo son categorías relativas e inseparables entre sí. La una implica necesariamente a la otra. El tiempo es, según Einstein, la cuarta dimensión del espacio. En su teoría, que cambió por su base las tesis de Newton —y, antes, las de Aristóteles—, sostuvo la existencia de un espacio y tiempo relativos e íntimamente correlacionados. Con su célebre ecuación E=mc2 revolucionó las ideas tradicionales acerca del espacio, del tiempo y del movimiento. Para Aristóteles el estado natural de los cuerpos era el reposo, del que no salían sino empujados por una fuerza o impulso exterior. Las cosas carecían de autodinamismo. Galileo y Newton contradijeron estas ideas y su noción de espacio y movimiento se tornó clásica, hasta que advino la teoría de la relatividad para revisarla. A partir de ella, el espacio curvo de Einstein y el tiempo como la cuarta dimensión del espacio constituyen una nueva concepción filosófica y física del universo.
Espacio y tiempo, fundidos en una sola realidad, son coordenadas que señalan la posición cósmica y planetaria de la vida del hombre y de todos los fenómenos conexos con ella.
Sin embargo, la teoría de la relatividad de Einstein, que ha resistido todas las pruebas experimentales a lo largo del tiempo, podría estar abocada a una reinterpretación a la luz de los experimentos hechos a principios de este siglo en laboratorios subterráneos por físicos europeos y norteamericanos que llevan a pensar que ciertas partículas elementales ultraligeras —denominadas neutrinos, mil millones de veces más pequeñas que un átomo de hidrógeno— se mueven 0,025 milésimas más rápido que la luz. La medición se ha efectuado en nanosegundos, es decir, en mil millonésimas de segundo. Como es bien conocido, a partir de la teoría de Einstein la velocidad de la luz es considerada la mayor de las velocidades cósmicas, de modo que nada puede viajar por el universo más rápido que ella. La hipótesis continúa en estudio y experimentación a pesar del escepticismo de algunos científicos de que fuera factible añadir una nueva dimensión a la teoría de la relatividad.
El espacio es, juntamente con el tiempo, una de las dos grandes dimensiones en que se desenvuelve la vida. Aristóteles sostenía que el espacio y el tiempo eran valores absolutos e independientes entre sí. Isaac Newton (1642-1727), más tarde, compartió esta afirmación. Pero el físico alemán Alberto Einstein (1879-1956) —al establecer a principios del siglo XX nuevas correlaciones entre ellos en el marco de su teoría de la relatividad— sostuvo que las nociones de espacio y tiempo son categorías relativas e inseparables entre sí. La una implica necesariamente a la otra. El tiempo es, según Einstein, la cuarta dimensión del espacio. En su teoría —que cambió por su base las tesis de Newton y, antes, la de Aristóteles— sostuvo la existencia de un espacio y tiempo relativos e íntimamente correlacionados. Con su célebre ecuación E=mc2 revolucionó las ideas tradicionales acerca del espacio, del tiempo y del movimiento.
Recordemos que para Aristóteles el estado natural de los cuerpos era el reposo, del que no salían sino empujados por una fuerza o impulso exterior. Las cosas carecían de autodinamismo. Pero Galileo y Newton contradijeron esas ideas y propusieron su noción de espacio y movimiento que se tornó clásica, hasta que advino la teoría de la relatividad para revisarla. A partir de ésta, el espacio curvo de Einstein y el tiempo como la cuarta dimensión del espacio constituyen una nueva concepción filosófica y física del universo.
Espacio y tiempo, fundidos en una sola realidad, son coordenadas que señalan la posición cósmica y planetaria de la vida del hombre y de todos los fenómenos conexos con ella.
En general —en una larga perspectiva histórica que se remonta a los hitos más lejanos de la ciencia— se puede afirmar que el Large Hadron Collider (LHC) tiene mayor importancia que la que tuvieron a su hora el telescopio de Galileo de 1609 que descubrió las cuatro lunas de Júpiter y las manchas del Sol; que la teoría de la gravedad y las leyes del movimiento universal descubiertas por Isaac Newton en 1687; que la teoría de la relatividad de Albert Einstein en 1921, con su célebre ecuación E=mc2 que revolucionó las ideas tradicionales del espacio, el tiempo y el movimiento; que la propuesta cosmológica del astrónomo belga Georges Lemaitre en 1927 acerca del origen del universo, sobre la cual levantó en 1948 el físico ruso-estadounidense George Gamow su teoría del big bang; que la construcción del ciclotrón por el físico norteamericano Ernest Lawrence en 1929, que fue primer acelerador de partículas de apenas diez centímetros de diámetro; que los descubrimientos del astrónomo estadounidense Edwin Hubble en 1929 sobre el distanciamiento de las galaxias más allá de la Vía Láctea a velocidades impresionantes; en fin, que todas las operaciones de la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio —National Aeronautics and Space Administration (NASA)— para desentrañar los secretos del ámbito interplanetario; y, especialmente, el lanzamiento en julio del 2001 de la sonda MAP (siglas que corresponden en inglés a “prueba anisotrópica de microondas”) para el viaje de un millón y medio de kilómetros con la misión de buscar los orígenes del big bang, o sea de la teoría que pretende explicar el nacimiento del universo.
La trascendencia científica del Large Hadron Collider (LHC) es imponderable.
Todo esto ha significado para la humanidad un avance sorprendente en muchas dimensiones. La velocidad es el signo de los tiempos. La dimensión temporal ha suplantado a la dimensión espacial como el factor más importante para el desarrollo de la vida humana. Las actividades sociales se han “desterritorializado”. En consecuencia, el aprovechamiento del tiempo se ha convertido en el factor clave del progreso. Los avances exponenciales de la informática, de las comunicaciones satelitales y de los transportes han empequeñecido el planeta. Lo nacional ha sido suplantado por lo global. Han emergido problemas que desbordan la capacidad individual de respuesta de los Estados y que demandan soluciones de escala internacional. Los Estados cuentan cada vez menos. El ámbito geográfico estatal es hoy menos importante que el tiempo como factor económico y social. Las “plazas financieras” ya no coinciden con la diagramación territorial de los Estados. Ha surgido la sociedad del conocimiento en la que la información —en forma de textos, gráficos, imágenes, símbolos, ideogramas y sonidos— es el principal “insumo” con el que trabajan los instrumentos de la producción
La política, la información, las telecomunicaciones, las actividades académicas, la educación, la producción, las transacciones mercantiles, las operaciones financieras, la rotación de los capitales y muchas otras acciones sociales, que antes tenían un referente territorial, han alcanzado velocidad de vértigo y escala planetaria a través de internet. El ciberespacio —escenario artificial forjado por los ordenadores— ha reemplazado al territorio estatal como base de muchas de las actividades sociales de nuestro tiempo y las soberanías estatales han quedado muy disminuidas. Muchas de las acciones que se desarrollan en el ámbito transnacional e ilimitado del <ciberespacio escapan al conocimiento y control de las autoridades políticas nacionales
Hay una extraordinaria movilidad de capitales especulativos por el planeta, que son los responsables de las recurrentes <crisis financieras y de la inestabilidad general en los mercados monetarios, bursátiles, cambiarios y crediticios. La gran acumulación de inversiones de cartera sumamente volátiles —que abandonan un Estado a los primeros síntomas de inestabilidad— producen dificultades financieras, caídas bursátiles, devaluaciones monetarias, corridas de dinero, quiebra de empresas y despidos laborales masivos
La >revolución digital —que avasalla todo, modifica el rostro del mundo, impone la velocidad como signo de los tiempos, suplanta la dimensión espacial por la dimensión temporal en todas o casi todas las actividades humanas, “desterritorializa” la vida y el comportamiento de las sociedades— ha impuesto la velocidad como signo de los tiempos y ha suplantado la dimensión espacial por la dimensión temporal en todas las actividades humanas
Y es que la dimensión temporal se ha superpuesto a la espacial, en el sentido de que lo que tradicionalmente se ha considerado como “nacional” ha sido desbordado por “lo global” y de que los Estados cuentan cada vez menos como factores de la actividad política y económica. La “alianza” entre las telecomunicaciones, la informática y los transportes ha empequeñecido el planeta. Ha aproximado sus puntos más distantes. Y ha vencido las dificultades que antes le imponía la geografía. Esto lo saben bien los actores políticos y económicos globales, a quienes interesa poco la territorialidad, en el sentido estatal de la palabra
Desde el punto de vista de la sociología, el concepto de espacio designa el entorno en que se desenvuelve la vida social. Ese entorno de ninguna manera es neutro o inocuo. Es siempre un espacio social, histórico, lleno de dinamismo, que se convierte en fuente permanente de interrelaciones con la sociedad. Este es un concepto muy antiguo. Todos los geógrafos lo han sostenido, desde Herodoto hasta Keith Buchanan, y más tarde lo han confirmado los sociólogos. El espacio físico siempre condicionó el desarrollo de los pueblos y es un elemento esencial en la consideración global del grupo humano.
En el ámbito jurídico la noción de espacio es diferente y mucho más restringida, no obstante que los avances de la ciencia y de la >tecnología han ampliado sorprendentemente su radio de comprensión. Se refiere a la inmensa zona ultraterrestre, compartida eventualmente con los habitantes de otros sistemas planetarios de vida inteligente, que comienza donde termina el espacio aéreo de los Estados.
El espacio aéreo es el conjunto de capas atmosféricas que gravitan sobre la costra terrestre y la superficie del mar territorial. Es parte inseparable del territorio estatal y es el ámbito hasta donde alcanza la soberanía en su sentido vertical.
Más allá del espacio aéreo, sometido a la soberanía de los respectivos Estados, empieza el espacio interplanetario, considerado como res communis de la humanidad.
Las nociones jurídicas del >espacio aéreo y del >espacio interplanetario se han modificado sustancialmente desde que el primer globo Montgolfier de aire caliente voló sobre París en 1783 hasta la fecha en que el Pioneer 10 llegó a Júpiter o el Pioneer 11 cumplió la misión de observar Saturno, en 1972 y 1979, respectivamente.