Es el sistema filosófico enseñado por el filósofo griego Epicuro (337-270 a. C.), que sostuvo que la moral se funda en el bienestar físico y espiritual del hombre. Mal entendido en su época y aun después, se pensó de él que defendía la gula y los placeres carnales como elementos de la felicidad humana y, por ende, de la moral. Pero no fue así. Para él la moral coincide con la tranquilidad de ánimo y el bienestar. Todo lo que a ellos conduce es bueno. El ser humano debe a alejarse del dolor, del sufrimiento y del quebranto y buscar el placer. Pero el placer, para Epicuro, no fue la concupiscencia sino el sosiego espiritual y la salud.
Epicuro fue, sin duda, uno de los filósofos peor comprendidos de la historia. No fue el apologista de la voluptuosidad, como algunos creen. El placer que él postuló como uno de los grandes objetivos humanos fue la sanidad del cuerpo y la tranquilidad del espíritu. Y no otro. La moral consiste en tratar de conseguirlos, es decir, en buscar la felicidad. Este fue el recto sentido de sus máximas.
No es lo mismo epicureísmo que hedonismo. El >hedonismo es la consecución del placer y del dinero como el supremo fin de la vida humana. Epicuro nunca postuló eso.
En la vida pública con frecuencia se acusa de “epicureísmo” a ciertos políticos, pero la connotación que suele darse a este término es la de lujuria de poder, apego a los bienes materiales —especialmente monetarios— y falta de vocación de sacrificio por el bien público. Lo que en realidad quiere decirse es >hedonismo o >eudemonismo, que son cosas distintas.