Viene del vocablo francés enquète y éste del latín vulgar inquaesita, que significa “buscar” o “averiguar” algo. La encuesta es un método estadístico de medición de los fenómenos políticos, sociales y económicos. Su naturaleza es esencialmente matemática y representa una aproximación cuantitativa a ellos. No obstante, dado que la cantidad se refleja en la calidad según la conocida ley dialéctica, las mediciones cuantitativas no dejan de conducir a conclusiones cualitativas respecto de la fenomenología social.
La encuesta se puede hacer de dos maneras: por censo y por muestreo. En la primera se indaga a la totalidad de los miembros del grupo a investigarse; en la segunda, a una pequeña fracción de él.
El muestreo es un método de investigación a través del cual se trata de establecer las características de un grupo social, llamado “universo”, con base en la indagación de una pequeña fracción representativa de él, que es la “muestra”. En el caso de una encuesta electoral, por ejemplo, el “universo” es el conjunto de las personas con derecho a emitir su voto y la ”muestra” es una pequeña fracción de él. La fidelidad del procedimiento depende fundamentalmente de la representatividad que tenga la muestra, a fin de que los datos que arroje la indagación puedan proyectarse al universo social. Por tanto, la selección de la muestra, que se hace mediante técnicas especiales, reviste la mayor importancia. Por supuesto que siempre hay un margen de error en todo muestreo, calculado de antemano. Este margen de error está medido matemáticamente. Mientras mayor es el tamaño de la muestra más pequeño tiende a ser el grado de equivocación. El único método de encuesta exento de error es el <censo, esto es, la entrevista a todos y cada uno de los integrantes del universo social que se quiere estudiar.
Lo importante, sin embargo, es que el margen de error sea mínimo. Para lo cual debe seleccionarse la muestra con base en registros estadísticos lo más precisos posibles, formularse las preguntas de manera adecuada y realizarse el trabajo de campo en condiciones óptimas. En los Estados Unidos, por ejemplo, donde se ha perfeccionado el sistema de encuestas, que además cuenta con datos estadísticos muy eficientes, se suelen utilizar muestras de 2.000 personas para indagar una población de centenares de millones de habitantes. Y sin embargo los resultados arrojan bandas mínimas de error, de alrededor del 2%, lo cual demuestra la fidelidad del procedimiento.
La muestra eficiente es la que representa fielmente el universo social en sus características de edad, cultura, ocupación, lugar de residencia, nivel educativo, sexo, etnia, religión y posición socioeconómica. Para llegar a ella se requiere una profunda y minuciosa investigación social. La muestra es la clave del proceso de encuesta. En la medida en que ella sea representativa, es decir, en que su composición refleje fielmente la estructura y las características de la población en su conjunto, los resultados de la encuesta tendrán la menor franja de error posible. Para decirlo de otra manera, el acierto de la encuesta es directamente proporcional a la representatividad de la muestra.
En la integración de ésta debe procurarse mantener las mismas características y proporciones del conglomerado social que se desea investigar. Si en él existe, por ejemplo, un 30% de obreros, de edades que van de los 20 a los 60 años, con determinadas características socioeconómicas, la muestra deberá reflejar en su composición esa misma proporción. Y lo propio hará con los otros segmentos de la población. Todos ellos deberán estar proporcional y fielmente representados en la muestra.
A la tarea de ejecutar in situ la indagación programada, mediante entrevistas individuales a los integrantes de la muestra, se suele llamar “trabajo de campo”. Este consiste en formular las preguntas constantes en el interrogatorio y registrar las respuestas. El trabajo debe planificarse con mucho cuidado. Para desempeñarlo se requiere personal entrenado, que sepa hacer su presentación ante el entrevistado, suscitar su confianza, manejar las preguntas y evitar las inducciones, las ambigüedades y los sesgos en las respuestas. Los datos obtenidos en el trabajo de campo son procesados por medios electrónicos para identificar, cuantificar y cualificar los resultados.
1. Antecedentes. El primer sondeo de opinión del que se tenga noticia lo hizo el periódico “The Pennsylvanian” de la ciudad de Harrisburg para averiguar las preferencias electorales de los ciudadanos de Wilmington, Delaware, Estados Unidos, en 1825. Muchos años después, un grupo de periódicos norteamericanos integrado por el “The Boston Globe”, el “New York Herald Tribune”, el “St. Louis Republic” y “Los Angeles Times” realizó un nuevo trabajo de esta clase. La iniciativa se extendió. Otros periódicos hicieron lo mismo. Se cuenta como anécdota que en 1936 la revista “Literary Digest” tuvo un aparatoso fracaso cuando, después de enviar cuestionarios a diez millones de personas, predijo la pérdida del candidato Franklin D. Roosevelt, quien alcanzó un abrumador triunfo electoral. Esos diez millones de personas, todas con automóvil y teléfono, no eran ciertamente una “muestra” adecuada. Allí estuvo el error. El estadístico norteamericano doctor George Gallup (1901-1984) se propuso en 1932 ayudar a su suegra Alex Miller, candidata por el Partido Republicano en Iowa, mediante la realización de una encuesta electoral. Utilizó por primera vez métodos estadísticos de investigación basados en la clasificación de las personas según la edad, el sexo, los ingresos, la posición social y otras referencias. Su experimento le resultó alentador. Predijo el triunfo de su suegra y acertó. Su tesis doctoral versó precisamente sobre técnicas de muestreo. Y fundó en 1935 un instituto especializado en sondeos de opinión pública, que se volvió famoso. Por esos años surgieron también otros encuestadores de renombre: Elmo Ropper, Archibald Crossley y otros. En 1948 las empresas encuestadoras sufrieron un aparatoso fracaso en Estados Unidos. Todas ellas vaticinaron el triunfo del candidato Dewey sobre Truman. Pero las cosas resultaron al revés. Sin embargo, las indagaciones sociales, políticas y electorales, con sus métodos perfeccionados, ganaron mucho terreno en los Estados Unidos y en el resto del mundo. Hoy están presentes en el ejercicio del poder y en todos los procesos electorales, desde 1939 en que el presidente Roosevelt llevó consultores políticos y encuestadores a la Casa Blanca. El presidente Kennedy utilizó los servicios de Louis Harris, Reagan los de Richard Wirthlin, Clinton los de Stanley B. Greenberg, considerado como el mejor encuestador del mundo en aquellos momentos.
Usan también las encuestas, como instrumentos auxiliares para sus investigaciones sociales, las universidades y las entidades científicas de todo el mundo.
2. Clases de encuestas. Existen muchos tipos de encuestas, dependiendo de la técnica que utilicen y del campo en que se efectúen. Hay encuestas de comercio, de industria, de mercadeo, de inclinaciones de consumo, de población, de vivienda y, por supuesto, de opinión política. Su valor en todos los casos depende de la bondad de la técnica escogida para hacer la investigación.
Se las puede hacer principalmente por dos métodos: el de <censo y el de muestreo. En el primer caso se acude con la indagación a todos y cada uno de los individuos que conforman el grupo a investigarse. Sus resultados son, por tanto, muy precisos dado que el universo de la investigación coincide cuantitativamente con la población cuya opinión o características desea conocerse. Los censos de población, de vivienda, de ocupación, de educación pertenecen a esta categoría. En el segundo caso, la cosa es más complicada. Como no sería posible por razones financieras y a veces también técnicas indagar a todos los miembros del grupo —con frecuencia varios millones de personas— es menester seleccionar una muestra representativa de él para recabar los datos deseados. La elaboración de la muestra es el punto crucial de la encuesta. Existen procedimientos técnicos para lograrlo. El pliego de preguntas a plantearse es otro elemento fundamental. Deben formularse preguntas claras, simples, que no se presten a inducciones, equívocos ni ambigüedades.
Las encuestas por muestreo son, por tanto, diferentes de los <censos, puesto que en ellas se consulta solamente a un reducido grupo representativo del todo social en tanto que en los segundos se llega con la indagación a todas las unidades humanas que conforman la población a investigarse. La diferencia es muy clara. Cuando se realiza el censo de una población se interroga a todas y cada una de las personas que la componen y cuando se realiza un muestreo se interroga solamente a un pequeño número de ellas, al que se supone representativo del universo social. La encuesta por muestreo será tanto más fidedigna cuanto más representativa sea la muestra. Toda deficiencia en ésta producirá sesgos, o sea distorsiones y fallas en los resultados.
3. Las encuestas socioeconómicas. Constituyen un método moderno de indagación e información en el campo de la macroeconomía, la microeconomía y otras ciencias sociales. Por este medio se establecen los niveles generales de precios, la población económicamente activa, los índices de desocupación, las características del mercado, las tendencias del consumo, las preferencias de los compradores. Los sorprendentes avances de la >informática le han dado una mayor precisión y rapidez en el procesamiento de los datos y han contribuido poderosamente a su desarrollo.
En el campo de las ciencias sociales las encuestas sirven para indagar cualquier tema político o socioeconómico. Se las efectúa a través de un sondeo de opinión dirigido a cierto número de individuos, escogidos por muestreo, cuyas características de edad, sexo, etnia, cultura, nivel educativo, religión, profesión u oficio, lugar de residencia, condiciones socioeconómicas, etc. han sido establecidas previamente de acuerdo con determinados parámetros técnicos, de modo tal que ese grupo de personas constituya una muestra fiel de la estructura demográfica, cultural y socioeconómica de la población que se desea investigar. Generalmente la muestra comprende entre 800 y 1.200 entrevistados. Si ella es eficiente, los datos recogidos servirán para inferir, con un reducido margen de error, el modo de pensar de la sociedad en su conjunto. La precisión de los resultados es directamente proporcional a la eficiencia de la muestra. Y para ser eficiente, ella debe ser representativa, es decir, reflejar fielmente las características del todo social, de modo que sus datos sirvan para una proyección lo más aproximada posible de la realidad.
4. Las encuestas políticas y electorales. Las fluctuaciones de la opinión pública sobre determinados temas, la aceptación de las medidas de un gobierno, las preferencias del voto, el grado de respaldo público de los candidatos y cualquier otra información que sea necesaria o conveniente para la toma de las decisiones políticas pueden ser obtenidos, con un apreciable grado de fidelidad, mediante las encuestas por muestreo. En el campo político se utiliza cada vez con mayor frecuencia este sistema de investigación social. Los gobiernos y los partidos hacen de él un “radar” para la toma de sus decisiones. Las encuestas dan a los políticos una información muy aproximada de las necesidades y anhelos prioritarios de la comunidad. Los candidatos miden a través de sus resultados las posibilidades suyas y las de sus adversarios y detectan las debilidades propias y ajenas, a la luz de la opinión pública. Esto les ayuda a enmendar sus errores y a descubrir los puntos flacos de sus adversarios.
Las encuestas se han convertido en los últimos años en un instrumento de enorme utilidad para la conducción electoral. Sirven para anticipar la forma en que los ciudadanos votarán en unas elecciones. La pregunta usual es: ¿por qué candidato votaría usted si las elecciones fueran hoy? Cuando la encuesta es “abierta” no se le dan nombres al encuestado: se espera que él enuncie los de su preferencia. Cuando es “cerrada” se le mencionan los de los candidatos respecto de los cuales quiere hacerse la investigación. La validez de los resultados soporta varios condicionamientos. En primer lugar, la época en que fue hecha la encuesta: el elector dice por quien votaría si los comicios fueran en ese día pero no por quien votará en la fecha futura de las elecciones. Luego, el electorado es un cuerpo fluido y móvil. Su opinión de hoy puede no ser la de mañana. Los errores de los candidatos, los hechos supervenientes, los sucesos espectaculares y otros imponderables pueden cambiar las intenciones de voto de los electores.
Hay dos clases de encuestas electorales: las llamadas ”probabilísticas”, que se basan en la selección de una muestra representativa del espectro electoral con arreglo a los principios de la probabilidad, cuyos resultados son bastante ceñidos a la realidad; y las “no probabilísticas”, de validez muy relativa y a veces nula, que por lo general suelen promover los medios de comunicación entre sus lectores, oyentes o televidentes. Esta es una vieja práctica que inició en 1825 el periódico “The Pennsylvanian” de Harrisburg en Estados Unidos y que desde entonces, aunque con muchas deficiencias, se extendió por el mundo.
Las encuestas electorales “probabilísticas”, en las que se hacen indagaciones cuantitativas y cualitativas del universo de votantes, son cada vez más frecuentes para anticipar el resultado de las elecciones e, incluso, para orientar las campañas electorales y sugerir las rectificaciones necesarias en la conducta, imagen y comunicación de los candidatos.
Sin embargo, en los países en que su realización no está regulada por la ley suelen producirse abusos que las desvirtúan. Con frecuencia se las utiliza no para conocer el pensamiento de los electores sino para influir sobre ellos. Los empresarios electorales saben muy bien que la abultada votación de un candidato sirve para inclinar la voluntad de los indecisos o para cambiar las intenciones de voto de los poco convencidos. Sé perfectamente que lo que digo contradice la opinión de uno de los más afamados consultores políticos del mundo, el norteamericano Joseph Napolitan, quien afirma que no existe el llamado efecto de “unirse al carro vencedor” en las elecciones. Yo discrepo de esta tesis. El hombre es un ser esencialmente “gregario” y en su conducta tiene mucha influencia lo que el sociólogo francés Gabriel Tarde denominaba la imitación. En esas condiciones hay siempre una tendencia a hacer lo que hacen los demás, sobre todo si los demás son mayoría. Por eso los sondeos de opinión usados como instrumentos de propaganda tienen un innnegable efecto inductor del voto. Lo cual explica por qué se producen las llamadas “guerras de encuestas” durante los procesos electorales. Empresas poco serias o abiertamente venales se prestan a este juego. Todo lo cual supone un uso muy poco responsable de este instrumento de indagación social y una total desnaturalización de sus objetivos.
Hay una modalidad específica de encuesta electoral que se denomina en inglés “exit poll” y que se hace por medio de entrevistas a los electores, a la salida de las urnas, acerca del contenido de su voto. Sus respuestas sirven para elaborar un cuadro de proyecciones de los resultados. La característica de esta encuesta es que se elabora en el curso del acto electoral y no antes como las encuestas convencionales. En la puerta de salida de los recintos electorales se pregunta aleatoriamente a los votantes, esto es, indistintamente y sin hacer muestreo alguno, sobre cómo votaron. Su grado de precisión es muy alto puesto que se trabaja sobre datos reales y no sobre expectativas o intenciones de voto.
5. Encuestas y propaganda. De las encuestas se valen también los “consultores” y los “hacedores de imagen” de las modernas campañas electorales para “vender” mejor su producto. Creo incluso que se ha llegado a exageradas manipulaciones de la opinión pública en este campo. Las empresas de promoción política “fabrican” candidatos y los venden como mercancías. Forjan artificialmente<carismas y manufacturan imágenes para entregarlas al “mercado” político o electoral. Por eso es que las campañas eleccionarias de los países desarrollados difieren poco de las campañas publicitarias de las grandes empresas comerciales que quieren colocar sus productos en el mercado. La técnica y los ardides promocionales son bien parecidos. Se valen de las encuestas de opinión para detectar lo que el público quiere, lo mismo si se trata de mercancías que de candidatos. Las encuestas determinan a qué grupos conviene llegar preferentemente —a la gente joven, a las mujeres, a los trabajadores, a los campesinos, a los deportistas, a las minorías étnicas o de otra clase— y de acuerdo con eso se prepara la imagen del político, su discurso y su <eslogan.
Naturalmente que hay ciertas diferencias entre la propaganda política y la publicidad comercial. Influir sobre la opinión pública para crear, consolidar o modificar sus criterios no es exactamente igual a publicitar un producto comercial. No en vano en la propaganda política está de por medio el hombre y sus ideas. Y esto hace alguna diferencia. Sin embargo, las técnicas son similares. Acudir al subconsciente —donde germinan las motivaciones profundas de los actos humanos— con medios subliminales para modificar sutilmente su voluntad, simplificar las ideas y repetirlas incesantemente hasta incrustarlas en el cerebro de las personas, martillar con los slogans propagandísticos hasta lograr condicionar su conducta, repetir la invariable presencia gráfica del logotipo para que el objeto de la promoción entre también por los ojos. Todo esto forma parte de la técnica publicitaria mercantil y también de la propaganda política, que persiguen por igual, aunque cada una por su lado, inducir la conducta de la gente, al estilo de los reflejos condicionados de Pavlov.
El elector y el consumidor cada vez se parecen más y cada vez son más susceptibles de manipulación por una propaganda que, partiendo de los datos de las encuestas, apunta a condicionar su conducta política o comercial.
Pero en el campo político hay muchas otras asechanzas en relación con las encuestas cuando las empresas que las promueven son poco serias. Las respuestas que la gente da a los sondeos de opinión dependen mucho de la manera en que se formulan las preguntas. Aquí hay un amplio espacio para la manipulación. En tratándose de candidaturas el simple orden en que se colocan los nombres en la pregunta puede ser determinante para las respuestas. El jurista y politólogo italiano Giovanni Sartori (1924-2017), en su libro “Homo Videns” (1998), sostiene que en un sondeo Roper efectuado en los Estados Unidos en septiembre de 1988, durante el proceso electoral, cuando el nombre de Dukakis, candidato demócrata a la presidencia, se mencionaba en primer lugar por los encuestadores, el contrincante republicano Bush se ponía 12 puntos por debajo, mientras que la diferencia se reducía a 4 puntos cuando se pronunciaba primero el nombre de Bush.
Por otro lado, la mayoría de las respuestas que recogen los encuestadores —quienes ciertamente no quieren regresar con las “manos vacías” ante sus jefes— son opiniones precarias, fruto de contestaciones improvisadas o nerviosas de los ciudadanos, cuyo temor o incomodidad a responder “no sé” están siempre presentes en su ánimo. Por eso tales opiniones pueden cambiar incoherentemente en pocos días —y de hecho cambian— sin que medien razones de fondo que justifiquen la mutación. Y esas inconsistencias son hábilmente aprovechadas por las empresas poco serias para llevar el agua a su molino.
La presencia de las encuestas en la vida del Estado ha creado un tipo de políticos “sondeodependientes” que las toman como “artículo de fe” para sus determinaciones. Cuando esos políticos están en el poder las cosas llegan a ser trágicas para un país: nada hacen al margen de los sondeos y las principales decisiones de gobierno, lejos de obedecer al interés general, se subordinan a los vaivenes de las frágiles, mudables e inconsistentes opiniones de la gente.