Enciclopedia es una obra en que se trata, de forma ordenada y sistemática, el conjunto de los conocimientos de las ciencias, las artes o las letras. La palabra proviene de las voces griegas encyclios, que significa “ciclo”, “círculo” o “serie de fases por las que pasa un fenómeno”, y paideia, que quiere decir “instrucción”, “educación” o “enseñanza”. Enciclopedia, por tanto, es el estudio “circular” o “en redondo” acerca de algo, es decir su análisis desde diversos ángulos y perspectivas. El conocimiento enciclopédico gira en torno de una cosa para percibirla en todos sus contornos hasta penentrar en sus entrañas.
La idea de reunir en una sola obra la suma de conocimientos de una época es muy antigua. Noticias de las primeras enciclopedias provienen de la vieja China, aunque no es mucho lo que se sabe de ellas. Se supone que, en la antigua Grecia, Espeusipo fue uno de los precursores del enciclopedismo, pero han trascendido sólo fragmentos de su obra. Fue sobrino de Platón y asumió la dirección de la Academia en el año 347 a. C.
Situado entre la historia y la mitología, Hermes Trismegisto —nacido a orillas del Nilo en la segunda mitad del siglo III de nuestra era—, a quien se atribuye la autoría de una serie de textos filosófico-religiosos escritos en griego, es también otro de los precursores del enciclopedismo en la Antigüedad. Nacido en el poblado argelino de Madaura o Madaurus —que entonces formaba parte de una provincia del Imperio Romano— el escritor y retórico medieval Martianus Capella, siglo V d. C., reunió en un solo libro las siete ciencias que en su época resumían los conocimientos humanos: gramática, dialéctica, retórica, geometría, astrología, aritmértica y música.
En la Edad Media se publicaron libros de contenido enciclopédico pero se los llamó con otros nombres: summae, bibliotheca, tabla, specula, orbis disciplinarum. Hubo varios autores a los que pudo llamarse enciclopédicos por el contenido y metodología de sus obras: san Isidoro de Sevilla con sus “Etimologías” en el siglo VII; Salomón —obispo de Constanza— con su “Diccionario Universal” en el siglo IX; en el siglo XIII Vicente de Beauvais y su “Speculum Historiale, Naturale, Doctrinale, et Morale”; en el siglo XVI: Gerólamo Cardano con su obra “De Varietate Rerum”, Leonardo Fioravanti con “Specchio di Scienza Universale”, Doménico Delfino con “Sommario di tutte le Scienze” y Orazio Toscanella con el “Quadrivio”.
En el mundo árabe pueden mencionarse varios nombres: Alvardi Serageddin, Kazvini, Salani Abdalmelech, Abunassae, Ebn Sina Abu, Nassireddin, Makrizi, Alkindi y otros.
El primero en utilizar la palabra enciclopedia fue el humanista, matemático y astrólogo flamenco Joachimus Fortius Ringelbergius, en su obra “Lucubrationes vel Potius Absolutissima Kyklopaideia” en 1541. Le siguieron Matías Martins con su libro titulado “Idea Brevis et Methodicae Encyclopaediae seu Adumbratio Universitatis” y el conde húngaro Pablo Scalichius de Lika en 1599 con su “Encyclopaediae seu Orbis Disciplinarum Epistemon”.
El filósofo alemán Juan Enrique Alsted, que publicó en Herborn su “Encyclopaedia Septem Tomis Distincta” en 1630; el italiano Tarquino Galluzzi (1574-1649), con su “Oratio de Encyclopaedia”; y el filósofo, escritor y político inglés Francisco Bacon (1561-1626) con sus obras “Organon Scientiarum” y “De Dignitate et de Augumentis Scientiarum”, en las que intentó la ordenación de las ciencias en función filosófica, fueron también precursores del enciclopedismo.
En 1673 el presbítero y erudito francés Luis Moreri publicó en Lyon su “Gran Diccionario Histórico o Miscellanea Curiosa de la Historia Sagrada y Profana”, en diez volúmenes, con sujeción al orden alfabético. Poco tiempo después el erudito suizo Johann Hofmann publicó en Basilea en 1677 su “Lexicon Universale”. Y en 1697 Pierre Bayle, protestante francés refugiado en Holanda por la persecución católica, sacó a luz los cuatro volúmenes de su “Diccionario Histórico y Crítico”.
El veneciano fray Vicente Coronelli se propuso escribir su “Biblioteca Universal” en 45 volúmenes, pero sólo alcanzó a publicar los siete primeros en 1701 porque la muerte le sorprendió en 1718. Otra extensa publicación de este género fue la del librero y editor alemán Johann Heinrich Zedler: “Grosses Vollstandiges Universal Lexikon”, en 64 volúmenes, editada en 1732, en lengua alemana.
El inglés Efraín Chambers publicó en Londres en 1728 su “Cyclopaedia, or, a Universal Dictionary of Arts and Sciences”, que fue una obra realmente importante.
Pero la enciclopedia por antonomasia fue la publicada en Francia en 1751 bajo la dirección de Denis Diderot y Jean Le Rond d’Alembert, titulada “Encyclopédie, ou Dictionnaire Raissoné des Sciences, des Arts et des Métiers”, cuyas ideas inspiraron la Revolución Francesa de 1789. En ella colaboraron, además de Diderot y d’Alembert: Juan Jacobo Rousseau, François-Marie Arouet —Voltaire—, Charles-Louis de Secondat —Montesquieu—, Étienne Bonnot de Condillac, Louis De Jancourt, Claude-Adrien Helvetius, Paul Henri Thiry —Barón d’Holbach—, André Morellet, el abate Ivon, Louis-Jean-Marie Daubenton, Jean-François Marmontel, Francisco Quesnay, Anne-Robert-Jacques Turgot, Fréderic-Melchior Grimm —Barón von Grimm— y más de ciento cincuenta filósofos, humanistas, historiadores, literatos, científicos y hombres notables de ese tiempo. Su trabajo comprendió veintiocho volúmenes, y la investigación y escritura de ellos tomó a sus autores veintiséis años, durante los cuales sufrieron a toda clase de amenazas, dificultades y riesgos provenientes del poder político y del poder religioso.
El primero de los veintiocho volúmenes apareció en París en 1751 y el último en 1772.
A partir de su publicación se dio el nombre de enciclopedismo al conjunto de las ideas revolucionarias profesadas por los autores de la enciclopedia francesa en los diversos campos del saber humano. El propósito de los enciclopedistas fue reunir todos los conocimientos de su época en forma ordenada y metódica, pero al mismo tiempo crear nuevos conceptos filosóficos, políticos, sociales y económicos para reemplazar a los que habían caducado bajo el viejo régimen.
La enciclopedia estuvo inspirada en el espíritu de racionalidad e independencia respecto de la tradición, la religión, la autoridad y las verdades oficiales. A esta nueva actitud ante la vida se llamó espíritu de la enciclopedia y reflejó la absoluta confianza del hombre en su propio poder para descubrir y conocer la verdad, para desgarrar los dogmas de los teólogos y las falacias de los sofistas. Proclamó que el pensamiento humano no debe estar sometido a limitaciones ni aduanas, que puede y debe ir tan lejos como quiera, que nada hay prohibido para la mente humana y que no hay cosa alguna que no pueda o deba ser pensada e investigada. Este fue el espíritu de la enciclopedia.
La literatura enciclopédica alcanzó un extraordinario esplendor, especialmente en Europa, durante el siglo XIX. Se publicaron muchísimas y muy valiosas enciclopedias generales y especiales que pretendieron recopilar el mayor acervo posible de información en el campo de la universalidad de los conocimientos o en las diversas ramas especializadas del saber.
En Inglaterra apareció en 1768 la primera edición de “The Encyclopaedia Britannica”, publicada en tres volúmenes por el editor escocés Guillermo Smellie de Edimburgo, que abrió hacia el futuro numerosas y cada vez más amplias reediciones de ella. Y han sido muchas y valiosas las enciclopedias que salieron a luz en ese país durante tal período. Pueden mencionarse: “The English Encyclopaedia”, “British Encyclopaedia”, “Imperial Encyclopaedia”, “Cyclopadia”, “Enciclopedia de Edimburgo”, “Encyclopaedia Perthensis”, “Edinensis”, “Modern Encyclopaedia”, “Penny Cyclopaedia” y otras.
En esa época son dignas de mención en Alemania: la “Allgemeine Encyklopädie der Wissenschaften und Künste”, la “Oekonnomisch-technologische Encyklopädie” y el diccionario enciclopédico “Konversations-Lexikon”, entre las numerosas obras enciclopédicas que salieron a luz durante el siglo XIX.
En España se publicaron, entre otras, la “Enciclopedia Española del Siglo XIX”, la “Biblioteca Universal de Instrucción” y el “Pan-Lexikon”.
En la primera mitad de ese siglo los franceses presentaron: la “Enciclopedia Mundial”, la “Enciclopedia Moderna”, la “Enciclopedia del Siglo XIX”, la “Nueva Enciclopedia” (de Pedro Larousse y Juan Reynaud), la “Enciclopedia Católica” y la “Enciclopedia de Ciencias Religiosas”.
En Italia aparecieron obras dignas de elogio, como el “Dizionario di Converzacione”, la “Enciclopedia Moderna”, “L’Enciclopedia Popolare”, el “Dizionario Storico Biografico”, la “Enciclopedia Illustrata” y la “Enciclopedia Universale”.
Ese impulso enciclopédico europeo se proyectó hacia el siglo XX y se vio enriquecido a finales de siglo y comienzos del XXI por el avance de la ciencia y de la tecnología electrónicas que, al cambiar el formato escrito en papel por la pantalla de los ordenadores, ha permitido reducir toda la enorme cantidad de información bibliográfica al pequeño volumen de un CD-ROM, DVD, HD DVD, Blu Ray o flash memory, que pueden ser usados en cualquier ordenador personal. De modo que las enciclopedias modernas ya no están en libros ni ocupan grandes espacios en los anaqueles de las bibliotecas sino que van contenidas en los pequeños discos láser que caben en un bolsillo. Con la ventaja adicional de que al consultarlas se obtiene información textual, gráfica y sonora sobre cualquier tema. En las enciclopedias hipermedia, por ejemplo, al buscar la historia de un país se puede obtener un testimonio audiovisual de él y al abrir la biografía de un político es posible ver su imagen y ecuchar su voz. A esta amplificación de la información se conoce en el mundo de la informática como hipertexto, que permite no sólo combinar palabras, imágenes, gráficos y sonido sino también asociar temas y documentos, a través de múltiples enlaces, con informaciones de otros documentos, superando las limitaciones de los textos impresos. Basta mover el mouse del ordenador para saltar del texto actual a la información conexa sobre el tema.
Por estas consideraciones, la célebre “Enciclopedia Británica”, después de 244 años de edición en papel —desde que su primer ejemplar salió a luz en Edimburgo en 1768—, tomó la decisión en marzo del 2012 de sustituirla por la edición digital para su masiva circulación por internet. Dos factores principales determinaron esa decisión: la disminución de su patrón de consumo y de su demanda y la posibilidad de actualización constante, sin las trabas ni demoras de la edición impresa.
Antes lo había hecho el popular semanario norteamericano “US News and World Report”, que desde comienzos del 2011 empezó a editarse digitalmente, y poco tiempo después, cuando se acercaba su aniversario número 80, tomó igual decisión la revista semanal norteamericana “Newsweek”, cuyos personeros expresaron que ella podía ser más eficiente para sus lectores en el formato digital, a partir de enero del 2013. En aquel momento, el 39% de los estadounidenses había expresado que obtenía sus noticias en línea, es decir, por la vía digital, según el estudio del Pew Research Center —un think tank con sede en Washington— publicado en septiembre del 2012. “Dejar lo impreso es un momento extremadamente difícil para todos los que amamos el romanticismo del papel y la camaradería semanal única de esas horas febriles antes del cierre de los viernes”, explicó la editora de “Newsweek”, Tina Brown.
Sin embargo, un año después de abandonar las rotativas, los nuevos propietarios de esta revista norteamericana —IBT Media— afirmaron que ella volvía a imprimirse en papel en el año 2014.
Lo más sorprendente que ha producido la tecnología moderna en este orden de cosas es la llamada internet, que es la más grande enciclopedia de todos los tiempos, capaz de reunir la suma mayor de conocimientos jamás conocida. Ella es una suerte de “enciclopedia electrónica”, creada por la informática, que interconecta un gran número de centros de investigación, universidades, bibliotecas, bases de datos, archivos, museos y laboratorios alrededor del mundo, a través de la cual pueden obtenerse los datos que se requieran sobre centenares de miles de temas distintos. Está en capacidad de proporcionar información sobre todo lo imaginable. No hace falta más que apretar unas teclas del ordenador e inmediatamente la pantalla presenta el “menú” de posibilidades de información. El investigador puede entonces seleccionar los asuntos de su interés y tendrá enseguida ante sus ojos todo el material que se haya publicado sobre ellos. Por este medio se pueden consultar a distancia libros y documentos de las más importantes bibliotecas del mundo —Harvard, Oxford, la Biblioteca del Congreso en Washington— y leerlos en la pantalla del computador. Incluso es factible imprimir las páginas deseadas para facilitar la investigación. La inagotable gama de los conocimientos humanos está a disposición de quien quiera consultarlos en esta moderna enciclopedia electrónica universal, que a inicios de este siglo tenía más de ochocientos millones de páginas.
A comienzos del año 2000 se empezó a hablar de la sucesora de internet: denominada la “malla”, fundada en una nueva tecnología millones de veces más poderosa y capaz de conectar entre sí las computadoras del mundo. En el proyecto trabajan los científicos norteamericanos Ian Foster, de la Universidad de Chicago, y Carl Kesselman, de la Universidad de Southern California, con el apoyo financiero del gobierno de Estados Unidos. La “malla” será una red global de alta velocidad que enlazará supercomputadoras, bases de datos, procesadores especializados y ordenadores personales del mundo entero para proporcionar a sus usuarios, en instantes, cualquier género de información desde cualquier lugar del planeta.