Es la tendencia a conceder exagerada importancia a los actos electorales en el desenvolvimiento de una sociedad política, hasta el punto de confundir <democracia con <elecciones. El electoralismo considera a las elecciones como un fin en sí mismas y no como un medio para designar a los funcionarios representativos del Estado. Supone que la democracia se agota en el acto electoral y hace del voto un punto de llegada y no un punto de partida del sistema democrático. Lo cual lleva a una subversión de valores por la sustitución del ritualismo electoral a la sustancia democrática.
No debemos cometer el error de confundir democracia con electoralismo. La democracia no se reduce al rito periódico de depositar un voto en una urna. La democracia no se agota en el acto electoral. La democracia es un punto de llegada mientras que las elecciones son un punto de partida para organizar las cosas sociales, políticas y económicas en términos de libertad, justicia y equidad, es decir, en términos democráticos.
El electoralismo es a veces una aberración en la que incurren los partidos políticos. Pierden de vista los grandes objetivos nacionales, descuidan la preparación ideológica de sus militantes, abandonan el análisis de la realidad nacional y concentran todos sus esfuerzos en las campañas electorales. En esas condiciones, las alianzas entre partidos se efectúan en función de las conveniencias eleccionaria y no de consideraciones programáticas. Ellos se reactivan cuando se convocan elecciones. Permanecen adormilados todo el tiempo que va de una elección a otra, abandonan sus obligaciones políticas y su actividad en este período es casi inexistente; pero cuando se aproximan elecciones salen de su apoltronamiento y reemprenden con fuerza sus manejos electoralistas.