Proviene de la palabra latina educatio que significa “enseñanza”, “disciplina”, “crianza”. En su acepción más general, designa la transferencia y aprendizaje de conocimientos útiles para que el ser humano pueda satisfacer sus necesidades y defenderse de la hostilidad del medio. En este sentido, la educación es el método de transmisión de las nociones culturales de una generación a la siguiente. Hubo ya educación, por tanto, en las sociedades primitivas, en la medida en que se enseñaron las técnicas de que disponían, defendiendo sus características fundamentales pero, al mismo tiempo, dejando abierta la posibilidad de la innovación, aunque sus métodos eran rudimentarios y tenían poco que ver con lo que hoy llamamos “didáctica” y “pedagogía”.
En la antigua Grecia, durante los siglos IV y V antes de la era cristiana, los filósofos de la escuela de los sofistas, que fueron hombres cultos e innovadores y ejercieron una enorme influencia sobre la sociedad de su tiempo, impartieron educación a cambio de honorarios. Enseñaron historia, filosofía, ciencias, literatura, retórica, dialéctica y otras materias. Esto disgustó mucho a Platón, que les acusó de comercializar con los conocimientos, y fue causa de encendidas polémicas. Platón fundó más tarde la academia, que en cierto modo fue la primera >universidad del mundo y representó un acontecimiento extraordinario en la historia de la cultura.
Según el Informe a la UNESCO de la Comisión Internacional sobre Educación para el Siglo XXI, publicado en 1997 en el libro titulado “La Educación”, ésta debe comprender cuatro aprendizajes fundamentales: aprender a conocer, o sea adquirir los instrumentos de la comprensión; aprender a hacer, para poder influir sobre el propio entorno; aprender a vivir juntos, es decir capacitarse para participar y cooperar con los demás en todas las actividades humanas; y aprender a ser, o sea desarrollarse corporal, mental y espiritualmente y desenvolver la inteligencia, la sensibilidad, la responsabilidad y los sentidos ético y estético de la vida, en el curso de un proceso que comienza por el conocimiento de sí mismo y se abre después a las vinculaciones con los demás.
Uno de los temas fundamentales del proceso educativo es la relación entre la generalidad de los conocimientos y su especialización. Nadie puede pretender conocer todo. La idea de un cerebro omnisciente es una quimera. Hoy se impone la especialización del saber. En los albores de la cultura humana los filósofos abarcaban todos los campos del conocimiento. La filosofía y la ciencia aún no se habían separado. No era raro encontrar un filósofo inventor o un filósofo astrónomo o un matemático filósofo. Hoy eso no es posible. El volumen de los conocimientos crece exponencialmente: se duplica cada cuatro o cinco años, de modo que las ramas de la ciencia se han diversificado, cada una de ellas ha profundizado en su campo hacia los particularismos más sorprendentes y hasta se ha llegado a un cierto grado de incomunicación entre ellas. Pero la especialización no debe ser incompatible con la cultura general. Aun para estudiar a fondo un pequeño número de materias es menester que la mente tenga las necesarias referencias de un marco cultural más amplio, con la apertura a otros lenguajes y conocimientos. De lo contrario, el especialista —encerrado en su propia ciencia— corre el riesgo de perder la perspectiva del mundo, desinteresarse en lo que hacen los demás y afectar por tanto su propia capacidad para señalar las metas sociales de sus conocimientos. Por consiguiente, es conveniente conciliar las tendencias hacia la generalidad y hacia la especialidad para poner en acción las sinergias de la cooperación científica y tecnológica.
La educación debe contrarrestar algunos de los efectos negativos de la televisión y de la subcultura de las imágenes que ella porta. Este debe ser uno de los objetivos que se asignen a la educación, especialmente de los niños. Despertar la curiosidad intelectual, aprender a comprender el mundo, estimular los afanes de conocer y descubrir, alertar el sentido crítico, asumir autonomía de juicio, descifrar la realidad circundante deben ser objetivos claves de la educación. La relación —no deseada pero existente— de la televisión con los niños, que empieza cuando el televisor se convierte muy tempranamente en la baby sitter moderna, es tremendamente perniciosa. Los niños empiezan a ver programas televisuales —y, por lo general, programas para adultos— desde su más temprana edad. La televisión es para ellos su primera escuela. Las estadísticas demuestran que los niños ven televisión todos los días y con frecuencia varias horas al día. Según datos de finales de los años 90, puntualizados por el politólogo italiano Giovanni Sartori (1924-2017) en su libro “Homo Videns” (1998), la media en Estados Unidos es de tres horas diarias para los niños que todavía no van a la escuela y de cinco para los de 6 a 12 años. Lo cual es absurdo. Ellos absorben y registran todo lo que ven. Crecen frente al televisor: son los video-niños, que dice Sartori, que sólo responden a los estímulos audiovisuales y que por lo general desdeñan la lectura y el saber transmitido por la cultura escrita. Serán adultos culturalmente empobrecidos aunque su información de trivialidades sea mucha.
La interferencia de la televisión en el proceso educativo de la niñez y de la juventud es enorme. La sociedad digital, al margen de sus progresos sorprendentes, tiene anomalías muy graves porque moldea un tipo de hombre cada vez menos apto para comprender abstracciones. El hombre “videoformado”, al que se refiere con tanta displicencia Sartori, está aquejado de graves debilidades para interpretar el universo simbólico que le rodea, formado por las lenguas, la literatura, los mitos, el arte, la religión y las demás categorías que entretejen su trama semiológica.
Fue la >televisión la que primero modificó la naturaleza de las comunicaciones masivas al interferir el simbolismo de la palabra con la presencia de la imagen y este proceso fue seguido después por la informática. Ellas han suplantado los conceptos por figuras y han contribuido a anular buena parte de la capacidad de abstracción del hombre. El lenguaje conceptual y abstracto ha sido reemplazado por imágenes concretas que no dejan espacio para la imaginación. Sartori considera que ellas degradan la capacidad cognitiva porque “el acto de ver empobrece el entendimiento”. Los verdaderos estudiosos seguirán leyendo libros —dice— y se servirán de >internet sólo para completar datos y para obtener las informaciones breves que antes encontraban en los diccionarios.
En tales condiciones, una de las misiones básicas de la educación es corregir estas desviaciones y salir por los fueros de la cultura escrita que no debe ser arrasada por la videocultura. En el referido documento presentado a la UNESCO se hace notar que la vertiginosa sucesión de informaciones en los medios de comunicación y el frecuente —y a veces hasta maníaco— cambio de canal en el televisor atentan contra la permanencia y la profundización de la información captada y disminuyen las facultades de concentración mental de las personas.
La educación debe producir gente con autonomía de pensamiento y con capacidad de autoprogramación y de adquisición de conocimientos a lo largo de la vida. Bajo un sistema de información interactivo, está llamada a desarrollar la capacidad educativa en un sentido amplio y no simplemente de adquisición de conocimientos.
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) —fundada en 1961 para promover políticas que mejoren el bienestar económico y social de la gente alrededor del mundo—, en su Informe Anual sobre Educación 2012 colocó a los países latinoamericanos en los últimos niveles educativos correspondientes a los tres años anteriores en las materias objeto de su estudio: lectura, matemáticas y ciencia. Entre los 65 países investigados, Chile ocupó el puesto 51, México 53, Uruguay 55, Costa Rica 56, Brasil 58, Argentina 59, Colombia 62 y Perú 65.
El Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (PISA, en sus siglas en inglés) midió los conocimientos de más de medio millón de estudiantes de entre 15 y 16 años de 65 países en las materias de matemáticas, ciencias y lectura.
Pero a pesar de las malas calificaciones, en la estadística de felicidad los alumnos de América Latina eran los más contentos en sus colegios.
1. Educación y distribución del ingreso. Hay una relación directa, estrecha y constante entre educación y distribución del ingreso. Los conocimientos determinan, cada vez con mayor definición, el lugar que las personas ocupan en la organización social. Sin educación la pobreza se perpetúa: se torna hereditaria. La educación es la “palanca” para salir de la pobreza en términos individuales y familiares y para alcanzar la innovación, la equidad y el desarrollo en términos sociales.
La moderna teoría del crecimiento revela que ella es un factor determinante de la expansión económica de una sociedad y de la reducción de la pobreza.
Con mucha razón, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948, dice en su artículo 26 que ‘toda persona tiene derecho a la educación. La educación debe ser gratuita, al menos en lo concerniente a la instrucción elemental y fundamental. La instrucción elemental será obligatoria. La instrucción técnica y profesional habrá de ser generalizada; el acceso a los estudios superiores será igual para todos, en función de los méritos respectivos”.
El proceso educativo, en las sociedades industrializadas, está íntimamente ligado a la economía. La educación está llamada a producir los elementos bien adiestrados para las faenas de la producción, es decir, el <capital humano. A medida que la educación avanza, se perfecciona y se especializa en los diversos campos de la ciencia y la tecnología, produce personas mejor preparadas para asumir responsabilidades en las tareas del desarrollo. El gasto que hace el Estado en este tipo de educación se considera como una inversión porque a mediano plazo la sociedad recibe los réditos en forma de eficiencia y productividad. Algunos economistas norteamericanos afirman que el mejoramiento de los factores de la producción tradicionales —capital, trabajo y tecnología— explican sólo parcialmente el crecimiento del producto nacional y que hay un factor, al que denominan “residual”, uno de cuyos componentes es precisamente la educación, que coadyuva decisoriamente en el proceso del desarrollo.
A partir de estas consideraciones surgió la noción de la economía de la educación cuya finalidad central es la de incorporar la preparación de recursos humanos como un factor muy importante de la producción. Se ha denominado “educación-inversión” a la que está destinada a incrementar la productividad del trabajo y la política educativa del Estado debe decidir el cúmulo de recursos que destina a financiar este tipo de aprendizaje.
Los avances educacionales de un país se medían hasta 1993, según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), a través de la tasa de alfabetización de adultos y la media de años de escolarización de las personas de más de 25 años de edad, indicador que a partir de 1995 fue sustituido por el de la alfabetización de adultos y la tasa combinada de matriculación primaria, secundaria y terciaria. El organismo internacional considera que estos elementos forman parte del <desarrollo humano.
Con el propósito de forjar una universidad europea de calidad —que pudiera ser más competitiva en la era de la sociedad del conocimiento, de la nueva economía y de la globalización— veintinueve ministros de educación de Europa se reunieron en Bolonia el 19 de junio 1999 para trazar las líneas maestras del Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), destinado a instrumentar una profunda reforma universitaria, con nuevas metodologías docentes yla diversificación del financiamiento universitario, que condujera —según deseaban sus inspiradores— a convertir a la economía europea “en la economía, basada en el conocimiento, más competitiva de mundo”.
Los propósitos de la reunión quedaron recogidos en su declaración final. Y de ella salió el compromiso intergubernamental europeo de poner la universidad al servicio de las economías nacionales para tornarlas más competitivas.
Este fue el denominado Proceso de Bolonia —que entrañaba una visión europea de la universidad: la universidad para Europa—, al que se incorporaron después 46 países europeos y al que siguió la Estrategia de Lisboa, aprobada en la reunión del Consejo Europeo en la capital portuguesa el 23 y 24 de marzo del 2000, donde los jefes de Estado y de gobierno fijaron una serie de objetivos a cumplirse en la década para “llegar a ser la economía basada en el conocimiento más competitiva y dinámica del mundo, capaz de alcanzar un crecimiento sostenible con más y mejores empleos y mayor cohesión social”.
En este orden de ideas, la universidad, sacada de su aislamiento, está llamada a ser el centro de la dinámica de desarrollo económico de los países europeos.
En las reuniones de Bolonia y de Lisboa se identificaron nuevas fuentes de financiamiento para las universidades, mediante los aportes de las empresas privadas, el aumento de las tasas de los estudiantes y otras fuentes no convencionales de recursos, que disminuyeran la carga del Estado en la educación superior.
El Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) pretende la convergencia de los sistemas educativos superiores, muy distintos entre sí, para facilitar la movilidad de estudiantes y profesores en el ámbito europeo y conceder validez a los títulos universitarios en todos los países de la región. Con ese fin se propone unificar las titulaciones universitarias —dentro de un sistema basado en tres ciclos: grado, máster y doctorado— de modo que los profesionales que las ostenten pudieran trabajar indistintamente en cualquiera de los países del Viejo Continente. Y esa alta movilidad comprendería no solamente estudiantes sino también profesores, investigadores, académicos, profesionales y personal de administración y servicios universitarios.
En un ejercicio de pragmatismo, los gobiernos europeos han buscado la productividad del conocimiento —en desmedro de las disciplinas humanísticas—, lo cual supone, sin duda, la supresión o condensación de las disciplinas “no rentables” y la orientación de la universidad hacia la nueva economía —la economía del conocimiento—, que ha surgido de la conjunción de los modernos software de la informática con el avance tecnológico de las telecomunicaciones y la aplicación de la robótica a la producción industrial. En esta nueva economía —economía digital—, fundada en bites almacenados en la memoria de los ordenadores, con capacidad para movilizarse por la red a la velocidad de la luz, el conocimiento es un insumo que representa un altísimo componente del producto interno bruto de un país.
El denominado e-learning, que es el uso de las nuevas tecnologías multimedia e internet para mejorar la calidad del aprendizaje, forma parte de la nueva economía.
Los temas tratados en el Proceso de Bolonia y en la Estrategia de Lisboa —y en reuniones posteriores de los mismos actores— por supuesto que abrieron encendidas discusiones dentro y fuera de los círculos académicos. A partir del 2008 hubo movimientos estudiantiles de protesta contra el EEES en algunos países europeos. Sus detractores sostenían que se pretendía “mercantlizar” y “privatizar” la universidad y supeditarla a los intereses del mercado. Afirmaban que había carencia de democracia y sometimiento de la educación superior a los intereses y demandas de las empresas privadas, futuras empleadoras de los titulados universitarios.
Algunos de los ataques contra el Proceso de Bolonia se hicieron bajo la sospecha de que éste había recogido los planteamientos formulados en la European Round Table of Industrialists (ERT), celebrada en 1995, por los ejecutivos de las grandes empresas transnacionales —Nestlé, British Telecom, Total, Renault, Siemens y otras— que se juntaron para “presentar la visión de los empresarios respecto a cómo ellos creen que los procesos de educación y aprendizaje en su conjunto pueden adaptarse para responder de una manera más efectiva a los retos económicos y sociales del momento”.
Estuvo también en consideración la influencia que pudieron ejercer sobre el Proceso de Bolonia las ideas del viejo profesor austriaco de Harvard, Peter F. Drucker (1909-2005) —a quien se suele asignar la autoría de los conceptos privatization, outsourcing, management theory, knowledge workers y knowledge economy—, en torno de las cuales se creó la escuela de pensamiento empresarial denominada druckerism, que tuvo muchos seguidores en el mundo capitalista.
2. El conocimiento tecnológico. La sociedad moderna, fundada sobre el conocimiento —especialmente el conocimiento tecnológico— tiende a dividirse cada vez más entre los que saben y los que no saben. Fenómeno que se da lo mismo entre las personas que entre los pueblos.
Las diferencias entre los países desarrollados y los subdesarrollados en el campo de la ciencia y de la tecnología son aun mayores que las que existen en lo económico. Según el Club de Roma —que es la organización de pensadores y científicos creada en 1968 para estudiar los problemas del planeta y vislumbrar el futuro de la humanidad— aproximadamente el 95% de la investigación científica y tecnológica del mundo se realiza en los Estados desarrollados. Esta desproporción determina una creciente brecha en el ritmo de progreso de los países y la consecuente agudización de las relaciones de dependencia. Se da un verdadero círculo vicioso: la capacidad productiva de los países no puede incrementarse sin una sólida infraestructura científica y tecnológica pero ésta no existe sin los recursos financieros procedentes del desarrollo. La forma de salir de este punto muerto es uno de los tantos desafíos que arrostran los países atrasados.
Algunos filósofos de la historia sostienen que el conocimiento se duplicó desde los tiempos de Cristo hasta mediados del siglo XVIII y que volvió a duplicarse en los siguientes 150 años. Hoy su desarrollo es tan vertiginoso que se duplica cada 4 o 5 años. Sin embargo esto no garantiza por sí solo el progreso de todos ni la formación de sociedades igualitarias porque el conocimiento va camino de concentrarse en pocas mentes y está destinado a jugar por tanto el mismo papel disociador y excluyente que por largo tiempo ha jugado la riqueza concentrada en pocas manos.
Sería muy triste que el conocimiento —y, particularmente, el conocimiento tecnológico— desempeñe un rol discriminatorio dentro de los países y entre éstos y divida implacablemente a los individuos y a las sociedades entre los que saben y los que no saben.
No hay duda de que en la moderna sociedad del conocimiento el saber, la inteligencia y la creatividad han suplantado a la máquina como la fuente principal de la riqueza social, de la misma manera que la máquina sustituyó a la tierra a partir de la primera revolución industrial. El saber es hoy —en forma de texto, imágenes, sonido y movimiento, ya solos, ya combinados— la “materia prima” con la que trabajan los ordenadores y los modernos instrumentos de producción. Ese saber está depositado en el cerebro de los hombres y en la memoria de las computadoras.
El profesor norteamericano de origen japonés, Michio Kaku, que enseñaba física teórica en la Universidad de Nueva York, en una entrevista concedida a la revista BMW Magazine de Munich en marzo de 1998 dijo, con relación a la educación, que “la información se convertirá en una fuerza productiva decisiva. Algunos países creen que son ricos por poseer riquezas naturales como el petróleo, el gas, los diamantes o el café. Pero los bienes materiales cada vez tienen menos importancia y, por el contrario, cada vez son más relevantes la fantasía y la creatividad. La ciencia es la clave del futuro y los países que descuiden la investigación científica se quedarán atrás”.
3. La tele-educación. Los cambios que la >informática ha impuesto en la moderna sociedad del conocimiento son impresionantes: en lo político, en lo laboral, en las comunicaciones y también en la educación. Las nuevas tendencias son hacia la implantación de la tele-educación o educación en línea, esto es, la educación a distancia por medios electrónicos. Al hablar de tele-educación no me refiero a la presencia de los ordenadores en la actividad educativa, que ha potenciado la educación convencional y ha obligado a redefinir la actividad educacional en los diferentes niveles sino a la posibilidad, tecnológicamente cierta, de la creación de aulas virtuales, alejadas de los campus universitarios y de los planteles educacionales, en las que los educandos hacen uso de las libertades que los ordenadores suelen entregar a sus usuarios para los fines del aprendizaje. El sistema exige de ellos un mayor grado de responsabilidad ya que no están controlados como en los centros de educación convencionales. Cada estudiante es responsable de su propio aprendizaje. Tiene toda la información necesaria. La red informática, el CD-ROM (compact disk-read only memory), el DVD (digital video disc), el HD DVD, el Blu Ray, el flash memory, internet, grid software, podcasts, blogs, chats, wikis, web cams, la telemática, el ciber-espacio, la tecnología fotónica y los nuevos software, constituidos en herramientas de aprendizaje, abren horizontes inusitados para sus tareas educativas. El disco compacto, capaz de concentrar una inmensa cantidad de información en forma de texto, imagen, gráficos y sonido, permite al estudiante “navegar” por sus informaciones. internet le proporciona conocimientos actuales sobre todos los temas imaginables y le abre posibilidades infinitas de acceder a datos colaterales acerca de ellos. Los nuevos software crean aulas virtuales, o sea los escenarios o hiperespacios educativos que entregan el conocimiento a través de los sentidos de la vista, el oído y el tacto de los estudiantes.
Los profesores no podrán ser sustituidos por computadoras pero tendrán que prepararse para manejarlas y para sacar de ellas el mayor provecho en la enseñanza. Esto significa que los Estados deberán en lo futuro invertir mucho dinero en la capacitación del magisterio en las técnicas de la informática. Ocurre con frecuencia que los alumnos son más hábiles para el manejo de los ordenadores que los profesores, especialmente si éstos tienen ya cierta edad. Lo cual produce un defase indeseable en el proceso educativo, que impide obtener todo el provecho que ofrecen potencialmente las nuevas tecnologías de la >informática.
El nuevo modelo educativo, creado a partir de la tecnología informática, sustituye a las aulas tradicionales por la exploración individual a través de ordenadores conectados en red, con ilimitados accesos a la información. La absorción pasiva del estudiante da paso al aprendizaje en modelos de simulación creados por medios electrónicos. El profesor “consejero”, capaz de guiar al estudiante y ayudarlo a “navegar” por internet, sustituirá al antiguo profesor “omnisapiente”. El formato escrito de antes ha sido reemplazado en buna medida por la pantalla del ordenador. El cambio es radical. Con muchas ventajas más, como la posibilidad de acceso a informaciones actualizadas, incremento de la interacción en el proceso educativo, fácil localización de la información disponible, presentación de la información en forma de texto, imagen, dibujos, sonido y movimiento, y la posibilidad de verla desde diversos ángulos y perspectivas.
Las universidades norteamericanas de Harvard, Stanford, MIT, Amherst, Boston, Phoenix, estatal de Nuerva York, Illinois y muchas otras imparten conocimientos de maestría y ofrecen cursos en línea de ciencias e ingeniería a millones de estudiantes. Combinan, en algunos casos, la educación convencional en los campus con el aprendizaje digital. Y esto les ha dado excelentes resultados.
En España está en marcha el proyecto mentor de educación a distancia instrumentado por el respectivo ministerio, que a fines de 1996 tenía ya dos mil alumnos. La educación se imparte con base en las imágenes, textos, dibujos, sonidos, voz y movimiento transmitidos a los estudiantes por medio de sus ordenadores personales. Se han dictado de este modo cursos de contabilidad para pequeños empresarios, conducidos por tutores que orientan las actividades educativas a distancia en esta suerte de campus virtual que ha creado la informática.
Con el propósito de crear oportunidades educativas para los niños pobres del mundo y evitar que ellos repitan la ignorancia, la pobreza y el aislamiento de sus padres, el profesor norteamericano Nicholas P. Negroponte del Instituto Tecnológico de Massachussetts (MIT), fundador y presidente de la organización no gubernamental One Laptop per Child, presentó en diciembre del 2005 en el Foro Económico Mundial de Davos el proyecto de producir masivamente pequeños ordenadores portátiles para distribuirlos a precios bajos a los niños del tercer mundo.
El proyecto se puso en marcha un año después, luego de superar una serie de problemas técnicos. El prototipo del ordenador fue el 2B1, cuya fabricación en serie se confió a la empresa Quanta Computer Inc. de Taiwán. La distribución de los pequeños ordenadores portátiles, conectados con internet, a precio muy bajo —algo más de cien dólares cada uno—, comenzó por Brasil, China, India, Argentina, Egipto, Nigeria, Chile, Tailandia y Colombia.
Los pequeños computadores se convertirán en herramientas de educación para disminuir en alguna medida la <brecha digital que separa a los países desarrollados de los subdesarrollados.
4. Educación y ética. En el mundo actual, en medio de las tensiones y desajustes que caracterizan a la >sociedad de masas, están confiadas a la educación responsabilidades muy especiales, no sólo en el campo del <conocimiento sino también en la lucha contra ciertas desviaciones éticas que azotan al género humano: la subversión de valores, el >hedonismo, la adoración del becerro de oro, la <corrupción, el >individualismo, el culto a la desigualdad social, la >violencia, la drogadicción, la tendencia a imponer el interés particular sobre las conveniencias de la sociedad. Que se sepa, en ninguna otra época han estado tan extendidas las enfermedades psíquicas que bajo el mundo actual. El hombre vive una verdadera angustia existencial por diversos factores. Y la educación es la llamada a contrarrestar esto y a promover un desarrollo humano sostenible, al mismo tiempo que a capacitar al hombre para hacer el mejor y más eficiente uso de las nuevas tecnologías que han surgido de la revolución digital de nuestros días.