Hay economías que además de informales son subterráneas porque no están solamente al margen de la ley sino en contra de ella. Este tipo de economías está constituido por actividades delictivas, como la prostitución, los juegos de azar, el tráfico de drogas, el lavado de dinero y eventualmente los delitos de violencia. Algunas de estas actividades son altamente remunerativas. En Colombia, Perú y Bolivia la “economía de la cocaína”, con un capital circulante calculado en 500 mil millones de dólares, es un negocio extraordinariamente rentable. Constituye para Colombia una fuente de ingresos más importante que la exportación de café o de piedras preciosas. Se estima que alrededor de un millón setecientos mil colombianos viven de esta economía subterránea, en sus diversas fases que van desde el cultivo de coca hasta el “blanqueo” del dinero procedente del narcotráfico.
En Perú la narcoguerrilla —que es la alianza formada por >Sendero Luminoso y la >mafia de la droga— produjo casi cinco toneladas de droga en el año 2010 y sus utilidades acumuladas hasta ese año se calculaban en 1.200 millones de dólares, equivalentes a la mitad de las exportaciones legales anuales del país. La venta de la coca en Bolivia representaba centenares de millones de dólares anuales y su cultivo era tan importante para la economía campesina que el gobierno, previamente a la reconversión de las tierras sembradías actuales, exigía a los Estados Unidos una enorme indemnización.
La economía subterránea opera clandestinamente y está compuesta por una cadena de actividades ilegales y delictivas. Sus resultados económicos son extraordinariamente rentables. Parte de ellos se destinan a la propia protección de sus actividades, al soborno de las autoridades y a la impunidad de sus actores. Por desgracia este tipo de economía ha florecido en los países que pertenecieron a la órbita marxista. Ha habido en ellos un “destape” de ambiciones de dinero. De la austeridad anterior, de la falta de incentivos monetarios para la producción y el trabajo, incluso de cierta resignación con la pobreza, se ha pasado al otro extremo: a la fiebre de ganar dinero por cualquier método y de cualquier manera. Y esto ha llevado al florecimiento de la economía subterránea, que ofrece enormes perspectivas de enriquecimiento. La >mafia forma parte de esta economía. Es hoy una organización transnacional. Ya no es sólo la mafia tradicional siciliana o napolitana ni la de Chicago de principios de siglo, sino las nuevas organizaciones criminales que se han multiplicado en Italia —la sacra corona unita de la región de la Puglia, por ejemplo, entre muchas otras— o las que se han establecido en Los Angeles, San Francisco, Las Vegas, Nueva York, Miami y en los países que pertenecieron a la órbita soviética. Desde que cayó el comunismo y al socaire de las “privatizaciones” han proliferado miles de grupos mafiosos. Se calcula que Rusia tiene 5.700 asociaciones de esta clase, algunas muy sofisticadas, que se dedican a la comercialización de drogas, al lavado de dinero, a la prostitución, a la extorsión y, lo que es más grave, al tráfico de materiales radiactivos robados de los arsenales de la antigua Unión Soviética. Rumania es una ruta privilegiada de la droga. Bulgaria, Polonia y la República Checa fabrican y venden grandes cantidades de anfetaminas y sustancias sicotrópicas.