Se han dado diversas definiciones sobre la economía informal. Unas parten de conceptos jurídicos y tienden a considerar informales todas las pequeñas actividades económicas que se desarrollan al margen de la ley. Otras, desde la perspectiva estructuralista, estiman que es un sistema de autoempleo que surge como estrategia de supervivencia en las sociedades que tienen excedentes de fuerza laboral. Y, finalmente, hay un enfoque cultural del problema, que ve en la economía informal una expresión de las tradiciones, valores, conocimientos, comportamientos, habilidades y nivel tecnológico de las sociedades atrasadas.
La verdad es que ninguno de estos puntos de vista es completo. El sector informal de la economía participa de los tres elementos: el jurídico, el estructural y el cultural.
El origen de la informalidad económica es, sin duda, de orden estructural. La economía urbana de los países pobres no tiene la capacidad para absorber la mano de obra en explosivo crecimiento. Esto lanza a un altísimo porcentaje de la >población económicamente activa (PEA) a crear, fuera de los esquemas de la economía formal, una serie de actividades de autoempleo, con bajísima productividad, para poder subsistir. Y, naturalmente, a ellas se incorporan las personas que, por su falta de preparación, ofrecen una mano de obra no calificada que es usualmente desechada por el sector moderno de la economía. Las actividades informales se desenvuelven al margen de la ley, no sólo porque al Estado le resulta imposible controlarlas sino también porque a los actores de ellas les saldría muy oneroso cumplir los mandatos legales —registro de su actividad, pago de impuestos, patentes, regulaciones laborales y de seguridad social, etc.— puesto que los costos de obedecer las leyes consumirían la mayor parte de los beneficios que obtienen de su trabajo. En tales circunstancias, estos actores económicos prefieren mantenerse fuera de la ley.
Años atrás, el Banco Mundial, desde su peculiar punto de vista sobre los asuntos del >tercer mundo, al hablar de la economía informal de Perú, a la que llama “economía no estructurada”, sostiene en su Informe sobre el desarrollo mundial de 1987 que ella es el resultado de numerosos factores “incluidos un tipo de cambio crónicamente sobrevalorado, altos niveles de protección industrial, elevados impuestos, leyes de protección laboral, sindicatos poderosos, racionamiento del crédito y la reciente recesión”, así como “el exceso y difusión de las reglamentaciones que afectan la actividad económica”.
La economía informal ha recibido numerosas denominaciones: sector económico popular, microempresas de sobrevivencia, economías no oficiales, empresariado popular, economía no registrada, economía oculta, economía escondida, economía irregular, sector urbano no formal, segunda economía, sector marginal de la economía, economía espontánea y muchas otras.
Las características generales del sector económico popular son las siguientes: microempresas unipersonales o familiares, indiferenciación entre propietarios y trabajadores, muy pequeño componente de capital por puesto de trabajo, uso de tecnologías elementales e intensivas en mano de obra, división simple del trabajo, bajísima productividad, desarrollo de actividades económicas al margen de la ley, ausencia de horarios y reglamentaciones laborales, desvinculación de la seguridad social, operación en mercados populares muy competitivos y de muy baja capacidad de consumo.
La informalidad económica es un problema viejo aunque su investigación es reciente. Hace varios años los economistas italianos utilizaron la expresión “economía subterránea” para designar a los grupos que producían fuera de los canales de la economía formal. Más tarde, el primero en usar la denominación de economía informal fue Keith Hart en 1973 al estudiar el empleo urbano en Ghana. Poco tiempo después, el Programa Regional del Empleo para América Latina y el Caribe (PREALC) de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) desplegó investigaciones sobre el sector informal de la economía en Latinoamérica.
Pero por sus características específicas, probablemente ha sido en Perú donde más profundamente se ha investigado este fenómeno. Perú se ha convertido en una especie de laboratorio para el estudio de la informalidad durante la última década. Hay allí una extensa bibliografía sobre el tema. Daniel Carbonetto, Jenny Hoyle, Mario Tueros, Hernando de Soto, Alberto Bustamante Belaúnde, Eliana Chávez, Javier Tantaleán Arbulú, Susana Pinilla Cisneros y muchos otros han profundizado sus indagaciones sobre el sector económico popular, que absorbe más de la mitad de la fuerza de trabajo peruana pero que sin embargo apenas aporta con el 8 al 15% al producto interno bruto.
El sector informal de la economía es fundamentalmente un fenómeno de los países del mundo subdesarrollado, cuya estructura económica no logra ocupar a extensos segmentos de la población en aptitud de trabajar. La fuerza de trabajo expulsada del campo y no absorbida en las ciudades por el sector moderno de la economía se ve forzada a crear una multitud de unidades productivas informales y a inventar actividades económicas en el área de los servicios, de la artesanía, la construcción, el comercio ambulante y otras zonas de la actividad económica. Se apodera de las calles, plazas y rincones de las ciudades. Levanta quioscos de ventas, instala pequeños talleres en las aceras, desarrolla su comercio ambulatorio, en suma, impone allí su presencia abigarrada. Los menos pobres establecen microempresas unipersonales o familiares de subsistencia, que impulsan las más ingeniosas formas de trabajo, todas ellas de bajísima rentabilidad, reducida capacidad de ahorro, escasa inversión, tecnologías simples, bajos salarios, inadecuadas condiciones de trabajo y desprotección en el campo de la seguridad social.
La economía informal se ha incrementado drásticamente durante las últimas décadas en los países del mundo subdesarrollado debido a su crecimiento demográfico aluvional y a las masivas migraciones de los campesinos hacia las ciudades principales, que han desbordado toda capacidad de la economía formal para generar empleo productivo en beneficio de la población emergente.
En términos económicos y sociales, la informalidad es un modo peculiar de ser, de vivir, de producir, de intercambiar y de consumir de las grandes masas hacinadas en los cinturones de vivienda precaria alrededor de los centros urbanos. Los inmigrantes campesinos, al llegar y asentarse en ellos, chocan culturalmente contra la formalidad jurídica y económica. Las instituciones de la sociedad urbana les son ajenas e incluso hostiles. Éste es un choque cultural y no únicamente económico. Lo informal se manifiesta no solamente en las actividades productivas, dentro de las cuales el vendedor ambulante se ha convertido en un elemento emblemático del drama social, sino también en muchas otras situaciones de la vida cotidiana. La informalidad económica tiene que ver con las fases culturales, jurídicas y políticas de la sociedad. Ella representa una ruptura y, al mismo tiempo, una creación. En cuanto ruptura, entraña un conflicto social agudo entre las normas formales de la economía y los quehaceres informales, que lleva una alta carga de rebeldía inspirada en las infrahumanas condiciones de vida que sufren los trabajadores precarios. Éstos cuestionan desde abajo y desde la periferia el orden social establecido y la legalidad que lo ampara. Por eso el fenómeno es también político: porque forja movimientos populistas fuertemente reivindicatorios. El >populismo, que es un hecho político de raíces socioeconómicas, es uno de los subproductos del crecimiento desmesurado de las ciudades y de sus asentamientos de pobreza periféricos. Pero la informalidad económica es también un fenómeno creativo porque genera nuevos actores económicos y nuevas e imaginativas maneras de producir e intercambiar bienes y servicios. Los trabajadores precarios, para subsistir, se inventan formas de trabajo inéditas y generan modos de producción insospechados.
En los países que tienen sectores informales extensos es notoria la contraposición de intereses entre los trabajadores regulares y los marginales. A los segundos perjudican, en razón de sus efectos sobre el nivel general de los precios y los índices del desempleo, los incrementos salariales, las ventajas de la seguridad social y las garantías de estabilidad laboral, por los que presiona el sindicalismo tradicional.
En algunos de los países de América Latina porcentajes superiores al 50% de la población económicamente activa se dedican a las tareas económicas marginales. Esos porcentajes están en constante crecimiento. Son los sectores que forman los cinturones de miseria y vivienda precaria en torno a las grandes ciudades. Desde el punto de vista político, allí está la fuente del síndrome populista que es un fenómeno de raíces económicas y efectos políticos.
La informalidad económica tiene muchas dimensiones. La adquisición irregular y extrajurídica de la propiedad inmobiliaria en las zonas urbanas periféricas es una de ellas. Los inmigrantes del campo invaden tierras, se afincan en ellas, levantan rápidamente sus viviendas precarias y después presionan a la autoridad para que legalice el asentamiento. Así se han formado los barrios callampas de las áreas metropolitanas de Chile, las favelas brasileñas, los pueblos jóvenes de Lima, las villas-misera del gran Buenos Aires, los barrios suburbanos de Ecuador, las colonias pobres de México, los barrios de invasión de Colombia, los ranchos venezolanos, los cantegriles de Montevideo, las laderas de La Paz, los townships de Sudáfrica, los shanty towns de Kenia, los slums de varias otras ciudades y las demás áreas de hacinamiento y pobreza que sirven de albergue a los trabajadores informales y sus familias.
El microcomercio es la principal de las actividades económicas que desarrollan los trabajadores informales. En buena parte se trata de un comercio ambulatorio que se desenvuelve en las calles, generalmente al margen de las normas estatales y municipales que regulan el uso de los espacios públicos, o en puestos más o menos permanentes en la vía pública o en mercados improvisados levantados al margen de las autorizaciones municipales. Los comerciantes informales carecen de patentes y licencias para ejercer sus actividades económicas. No dan ni reciben facturas. No pagan impuestos. Muchas de las mercancías que venden han ingresado de contrabando. Estas actividades absorben la mano de obra redundante, o sea aquella mano de obra no calificada que no tiene cabida en la economía formal. El sociólogo peruano Hernando de Soto, que ha estudiado en profundidad este fenómeno en Perú, distingue dos clases de comercio ambulatorio: el que denomina “itinerante”, compuesto por personas que recorren las calles para vender pequeñas cantidades de baratijas, golosinas y alimentos no perecibles; y el que se ubica en un lugar “estratégico” de la vía pública, donde desarrolla su actividad de manera más o menos sedentaria, usualmente con la ayuda de miembros de su familia.
Otra actividad ligada a la informalidad económica es el transporte informal de pasajeros y carga, que conecta los asentamientos populares con los centros urbanos. Quienes se dedican a él suelen utilizar viejos vehículos desvencijados y no se rigen por los pliegos tarifarios expedidos por la autoridad pública sino que establecen sus propias tarifas. Viejos camiones sobre cuyo chasis se ha acomodado un tanque sirven para distribuir agua potable a los habitantes de los barrios que carecen de redes de suministro de este servicio.
Pero la informalidad económica empieza a verse también en el mundo desarrollado, si bien en forma incipiente todavía. Hace no muchos años, después de la caída del muro y de la unificación de Alemania, me llamó la atención la instalación de numerosos quioscos en la parte oriental de la Puerta de Brandenburgo en pleno Berlín, para la venta de las más insólitas mercancías: gorras y uniformes militares del ejército rojo, botas de campaña, condecoraciones y una serie muy amplia de baratijas. Había allí una gran cantidad de buhoneros muy pobres. La economía informal había llegado a Alemania. Y he podido observar también en otros países europeos la creciente presencia de inmigrantes convertidos en vendedores ambulantes, típicos del sector informal de la economía, que han quedado al margen del empleo regular.