La palabra proviene del latín oeconomia, derivada del griego oikos, “casa”, y nomos, “ley”. De modo que la significación etimológica de economía es algo así como el conjunto de “normas de la administración de una casa”. Se considera que el médico francés Francisco Quesnay (1694-1774), creador de la escuela económica denominada fisiocracia y autor de la célebre tableau économique, fue el fundador de la economía como ciencia. La rescató de la ética, de la que era una de sus ramas, y la convirtió en una disciplina independiente. Aludiendo al concepto moderno de la palabra, el economista francés Juan Bautista Say (1767-1832) decía que la economía trata del modo en que se forman, se distribuyen y se consumen las riquezas de una persona o de una comunidad. En este sentido, economía es un término genérico que comprende diversos órdenes de la realidad socio-productiva: el manejo de la riqueza individual, familiar, empresarial, regional, estatal, internacional. De modo que la palabra economía siempre tiene que ir adjetivada.
Pero lo común entre las diversas economías es la escasez de la riqueza y, por tanto, la necesidad de la elección de su destino. Por eso, como alguien dijo, la economía es siempre la “ciencia de la elección” de recursos limitados para atender a ilimitadas demandas individuales, corporativas o sociales.
Tres son, por consiguiente, los elementos esenciales de toda economía: la escasez de recursos, las inagotables necesidades humanas y la fijación de prioridades para su atención. De allí que la economía forzosamente tiene que plantearse el qué, el cuánto, el cómo y el para quién de la producción de los bienes y servicios. Lo cual supone optar entre las diversas posibilidades. En este sentido resulta acertada la expresión de que la economía es la “ciencia de la elección”, sea que se mueva en el ámbito del individuo, de la familia, de la empresa o del Estado, ya que siempre tendrá que afrontar la necesidad de fijar prioridades en la producción, señalar las cantidades de bienes a producirse, establecer la metodología para su distribución y determinar los beneficiarios de ella.
Toda economía tiene que afrontar estos problemas. Primero, el de resolver qué bienes y servicios, de los muchos posibles, han de producirse. Luego, en qué cantidades. Después, el cómo se van a producir, es decir, con qué medios y tecnologías. Y, finalmente, para quién están destinados, esto es, quién va a disfrutar de ellos y cómo van a ser distribuidos.
No importa el signo ideológico del gobierno ni la escala de la economía ni el avance tecnológico que la respalda: estas tres cuestiones fundamentales son comunes a todas la economías, pero naturalmente la forma como aquéllas se resuelvan lleva implíciito un juicio de valor ideológico. La propia decisión respecto de quién ha de resolver estos problemas, si la >planificación del Estado o las >fuerzas del mercado, comienza por ser un acto profundamente ideológico.
Pero, como dije antes, estos problemas se suscitan por la escasez de los recursos que debe manejar la economía. Si estos fueran ilimitados no habría dificultades. Ni la producción ni la distribución de bienes abundantes serían problemas ni la economía, por ende, tuviera que señalar prioridades. Si ese fuera el caso no hubiera nacido siquiera el concepto de “bienes económicos”, cuyo rasgo esencial es la escasez, ni por tanto la noción de su >valor. Estaríamos frente al concepto de “bienes libres” como el aire y talvez el agua del mar, aunque ya empezaron las disputas internacionales por estos bienes y tanto el >espacio aéreo como el >mar territorial han sido materia de convenciones entre los Estados.
La ciencia económica, en la medida en que es una ciencia del ser y no del deber ser, no se preocupa de la ética de la producción. Quiero decir con esto que, al decidir qué bienes deben producirse, se rige por consideraciones pragmáticas y no morales. No le importa que sean alimentos, cigarrillos, joyas o eventualmente drogas. Lo que le importa es que haya demanda para esos bienes y que su producción genere ganancias. La economía no distingue entre la música clásica o la salsa, o entre Cervantes y Agatha Christie. Analiza lo que es y no lo que debe ser. Su punto de vista es la >utilidad de las cosas y no la ética de ellas, sobre todo en las economías de mercado. Son otras disciplinas sociales las que se encargan de las cuestiones morales y de encaminar a la economía por los senderos de la deontología.
La ciencia económica se divide en >macroeconomía y >microeconomía, según atienda a los problemas de la producción, distribución y consumo de bienes y servicios de la sociedad en su conjunto o se ocupe de estudiar el modo como las unidades económicas —empresas, economías domésticas, individuos— toman las decisiones para procurar la satisfacción de sus necesidades. Esta división, aunque con otras palabras, se la conoció desde muy remotos tiempos, en que con la locución >economía política se diferenció la administración del patrimonio público de la del patrimonio privado.
La economía es una ciencia de corto plazo. Ésta es una de sus características fundamentales, aunque pretendan negarlo quienes a ella se dedican. Quiero decir con ello que las categorías que maneja son siempre muy próximas: presupuestos, déficit, inflación, balanza de pagos, deuda pública, masa monetaria, etc. Son categorías generalmente referidas a cuestiones inmediatas o a períodos de tiempo muy cortos.
En los últimos tiempos se ha empezado a hablar de economía solidaria, combinando el concepto de economía con el de >solidaridad. La economía solidaria tiene entonces dos direcciones: una interna, que busca forjar un orden más justo de convivencia social; y otra externa, que se resuelve en la implantación de relaciones de equidad económica entre los Estados.
Los impulsores de esta idea sostienen que la economía debe someterse a normas morales, poner énfasis en la equidad antes que en el crecimiento, integrar al proceso económico y al mercado a los grupos tradicionalmente excluidos, promover la justa distribución del ingreso, resolver los problemas sociales generados por el mercado, dinamizar la producción mediante la cooperación y abrir igualdad de oportunidades para todos en las tareas productivas. En lo externo, debe ser el paradigma de una nueva y diferente >globalización que haga justicia a los sectores pobres dentro de los países y a los países pobres dentro del concierto internacional.
Éste fue uno de los temas más importantes de las deliberaciones del II Foro Social Mundial reunido en Porto Alegre, Brasil, a fines de enero del 2002.
El Premio Nobel de Economía empezó a adjudicarse desde 1969, cuando se lo entregó a los economistas Jan Tinbergen (1903-1994) de Holanda y Ragnar Frisch (1895-1973) de Noruega, y a partir de esa fecha se lo ha conferido anualmente a notables economistas de diversas tendencias ideológicas y de distintos países —con una amplia preponderancia de Estados Unidos—, entre los que están los norteamericanos Paul Samuelson en 1970, Simon Kuznets en 1971, Wassily Leontief en 1973, el inglés Friedrich Hayek y el sueco Gunnar Myrdal en 1974, el soviético Leonid V. Kantorovitch en 1975, el norteamericano Milton Friedman en 1976, el norteamericano Herbert Simon en 1978, el norteamericano James Tobin en 1981, George J. Stigler en 1982, Gerard Debreu en 1983, Richard Stone en 1984, el norteamericano Franco Modigliani en 1985, James H. Buchanan Jr. en 1986, Robert M. Solow en 1987, Maurice Allais en 1988, Trygve Haavelmo en 1989; Harry M. Markowitz, Merton H. Miller y Wiliam F. Sharpe en 1990, el inglés Ronald H. Coase en 1991, Gary S. Becker en 1992, Robert W. Fogel y Douglass C. North en 1993, John C. Harsanyi en 1994, Robert E. Lucas Jr. en 1995, el inglés James Mirrless en 1996, Robert C. Merton en 1997, el hindú Amartya Sen en 1998, el canadiense Robert Mundell en 1999, los norteamericanos James Heckman y Daniel McFadden en el 2000, los norteamericanos George A. Akerlof, A. Michael Spence y Joseph E. Stiglitz en el 2001; los estadounidenses Vernon Smith y Daniel Kahneman por sus avances en la aplicación de la investigación psicológica y los experimentos de laboratorio en el análisis económico, en el 2002; el economista norteamericano Robert Engle y el economista británico Clive Granger por el empleo de métodos estadísticos en series económicas de tiempo, en el 2003; el académico noruego Finn Kydland y el economista estadounidense Edward Prescott por sus investigaciones macroeconómicas que condujeron a los gobiernos a dar autonomía a los bancos centrales y, particularmente, por sus análisis de las causas que elevaron las tasas de inflación en la década de los años 70, en el 2004; el economista judío de la Universidad Hebrea de Jerusalén, Robert J. Aumann, y el norteamericano Thomas C. Schelling, profesor de economía de la Universidad de Maryland, en el 2005; el economista estadounidense y profesor de la Universidad de Columbia, Edmund S. Phelps, ganó el premio Nobel de economía por sus estudios macroeconómicos sobre la inflación y el empleo en el 2006; los académicos norteamericanos Roger B. Myersoin, Leonid Hurwicz y Eric S. Maskin obtuvieron el premio Nobel de Economía 2007 por sus investigaciones sobre el funcionamiento de los mercados. En el 2008 fue galardonado con este premio el economista y profesor estadounidense Paul Krugman por sus “análisis de patrones comerciales y la geografía de la actividad económica”. En reconocimiento por sus estudios sobre “el régimen enconómico, especialmente de los bienes comunes” fueron galardonados en el 2009 la norteamericana Elinor Ostrom, profesora de la Universidad de Indiana, juntamente con el economista estadounidense Oliver E. Williamson. En el 2010 los galardonados fueron los economistas estadounidenses Peter Diamond y Dale Mortensen y el británico Christopher Pissarides, de origen chipriota, por sus investigaciones sobre el empleo, la desocupación, los salarios y el mercado del trabajo. Los economistas Thomas J. Sargent y Christopher Sims de los Estados Unidos fueron galardonados en el 2011 por su “investigación empírica sobre las causas y efectos en la macroeconomía”. En el 2012 volvieron a ganar dos economistas estadounidenses: Alvin Roth y Lloyd Shapley, considerados por la Academia Sueca como “un ejemplo sobresaliente de ingeniería económica”. Lars Peter Hansen, Eugene F. Fama y Robert J. Shiller, profesores estadounidenses con una larga carrera académica, fueron galardonados en el 2013 con el premio Nobel de Economía. Según afirmó la Real Academia de las Ciencias de Suecia, el premio obedecía, entre otras razones, a que ellos "han sentado las bases para la comprensión actual de los precios de los activos en función, por una parte, de las fluctuaciones y las actitudes en el riesgo y, por otra, de los comportamientos y las fricciones del mercado". El premio Nobel de Economía 2014 fue conferido al economista francés Jean Tirole, profesor del Instituto Tecnológico de Massachussetts (MIT), por su trabajo en organización industrial, economía de mercado y regulación de monopolios. El 12 de octubre del 2015 fue galardonado con el premio el británico-norteamericano Angus Deaton por sus investigaciones y estudios sobre consumo y pobreza. El jurado explicó que las investigaciones de Deaton, “al poner de relieve la relación entre las opciones indivifduales y sus efectos en el conjunto de la economía, contribuyeron a transformar la macroeconomía, la microeconomía y la economía del desarrollo”. El británico Oliver Hart, profesor de Harvard, y el finlandés Bengt Holmströn, catedrático del Massachusetts Institute of Technology (MIT), ganaron el Premio Nobel en el 2016. Según explicó la Real Academia, "los galardonados de este año desarrollaron la teoría de los contratos, un amplio marco para analizar diversos asuntos de diseño contractual, como el pago por productividad para altos ejecutivos y la privatización de actividades del sector público". Y agregó: "Las economías modernas se mantienen unidas por innumerables contratos. Las nuevas herramientas teóricas creadas por Hart y Holmström son valiosas para entender los contratos e instituciones de la vida real, así como los posibles obstáculos en el diseño de contratos".
Las teorías de Robert Mundell, profesor de economía de la Universidad de Columbia en Nueva York y premio Nobel de economía en 1999, fueron las inspiradoras de la moneda única europea —el <euro— y fue él quien elaboró uno de los primeros planes para su implantación. La Academia de Ciencias de Suecia le otorgó el premio en reconocimiento a sus investigaciones sobre políticas monetarias y fiscales. Mundell fue el segundo economista de la Universidad de Columbia en ganar este trofeo.
Hasta el año 2013, Estados Unidos habían obtenido 52 premios Nobel de economía, Inglaterra 8, Noruega 3, Israel 2, Suecia 2 y Francia, Alemania, Holanda, India, la Unión Soviética y Canadá uno cada uno.
Los doce países que mayor número de premios Nobel habían conquistado hasta el 2014 fueron: Estados Unidos 356, Inglaterra 121, Alemania 104, Francia 60, Suecia 29, Suiza 25, Unión Soviética y Rusia 23, Canadá 22, Austria 21, Italia 20, Japón 19 y Holanda 19.
Sin embargo, algunos de los científicos premiados en Estados Unidos fueron inmigrantes de otras nacionalidades que mudaron su residencia para acceder a universidades, centros de estudio, laboratorios e instituciones científicas norteamericanos y poder adelantar sus trabajos e investigaciones.
Las regiones menos favorecidas por el premio fueron Europa oriental 84, lejano Oriente 49, Oriente medio 20, América Latina y el Caribe 19, África 16 y Oceanía 16.
Un dato curioso: personas de nacionalidad israelí o de origen judío, que habían optado por otras nacionalidades en razón de la diáspora, han conquistado 52 premios Nobel en Medicina, 51 en Física, 28 en Química, 23 en Economía, 12 en Literatura y 9 en la Paz.
Hasta el 2014 las universidades que tuvieron mayor número de profesores, académicos, científicos, investigadores, literatos y exalumnos galardonados con el premio Nobel fueron, en este orden: Cambridge, Chicago, Columbia, Massachusetts, Harvard, Berkeley, Heidelberg, Yale, Oxford, París, Gotinga, Cornell, Johns Hopkins y Princeton.