Palabra propuesta inicialmente por el director ejecutivo del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), Maurice F. Strong, durante la reunión de su consejo de administración en junio de 1973 —cuando planteó que desarrollo y medio ambiente no sólo que no se contraponen sino que son dos elementos del mismo concepto— y difundida internacionalmente después por el economista polaco Ignacy Sachs, naturalizado en Francia, para designar un nuevo estilo de desarrollo económico, ambientalmente ajustado, en el que se deben armonizar los elementos ecológicos con los socioeconómicos.
Desde finales de los años 60 del siglo XX surgió con fuerza la preocupación, en los círculos científicos, de los problemas ambientales causados por la agresión de las fuerzas productivas contra la naturaleza. Esta preocupación tomó cuerpo progresivamente en los foros internacionales y luego se generalizó por el mundo. Se formó así una “conciencia ecológica” empeñada en defender la integridad del ámbito vital del hombre, los animales, los organismos, los microorganismos y las plantas. Sociólogos y economistas del >tercer mundo plantearon sus inquietudes en la reunión de Founex, Suiza, celebrada en 1971. Entre ellas, la referente a la relación que el >subdesarrollo mantiene con el entorno natural. En la conferencia de las Naciones Unidas sobre el medio ambiente celebrada en 1972 en Estocolmo, en la que se recogieron los planteamientos de Founex, quedó claro que el deterioro de la naturaleza, de dimensiones planetarias, afecta por igual a los países ricos y a los pobres. La dimensión mundial del problema fue reafirmada en el curso de la Cumbre de la Tierra efectuada en 1992 en Río de Janeiro, con la asistencia de numerosos jefes de Estado y de gobierno.
Como fruto de todas estas lucubraciones y estudios, no solamente los círculos científicos sino también los políticos llegaron a la conclusión de que había que instrumentar un nuevo modelo de desarrollo —el <desarrollo sustentable— con base en nuevas pautas de consumo, de utilización de los recursos y de aplicación de tecnologías, que fuera capaz de mantener el equilibrio de los >ecosistemas y la integridad de la <biodiversidad.
Este es el ecodesarrollo, que se relaciona también con las aguas marinas.
En la 12ª reunión de las partes del Convenio sobre Diversidad Biológica de las Naciones Unidas —Convention on Biological Diversity (1992)—, que juntó del 6 al 17 de octubre del 2014 en la ciudad de Pyeongchang, Corea del Sur, alrededor de treinta científicos procedentes de diversas universidades y centros de investigación del mundo se dio una nueva declaración de alerta sobre la acidificación de los océanos y mares a causa de la penetración en ellos de las emanaciones de dióxido de carbono (CO2).
Los científicos afirmaron en su informe final que más dos mil millones de toneladas de dióxido de carbono entran cada año a las aguas marinas alrededor del planeta, como consecuencia de lo cual la acidez de los mares ha crecido en el 26% desde los tiempos preindustriales y crecerá, en dimensiones peligrosas, hacia el futuro. El científico inglés Sebastian J. Hennige, profesor de la Heriot-Watt University de Inglaterra —quien fue el editor principal del informe—, afirmó: "cuanto más CO2 se libere de los combustibles fósiles a la atmósfera, más se disolverá en el océano".
Dice el informe que el vínculo entre este fenómeno y las "emisiones antropogénicas de CO2 es clara, ya que en los dos últimos siglos, el océano ha absorbido una cuarta parte del CO2 emitido por las actividades humanas".
La acidificación marítima —advierten los redactores del informe— es de una amplitud inédita y se ha producido con una rapidez jamás vista, por lo que "es inevitable que en los próximos 50 a 100 años tenga un impacto negativo a gran escala sobre los organismos y ecosistemas marinos".
Eso se desprende, además, de los estudios y experimentos que numerosos científicos han hecho a bordo de barcos en los océanos y mares del planeta durante la primera década de este siglo.
Por eso los científicos claman por medidas urgentes de ecodesarrollo para frenar la acidez de los océanos, puesto que ella daña los ecosistemas del mar, compromete su biodiversidad, altera la química de las aguas marinas, extingue algunas especies de peces y microrganismos marinos, vulnera los ecosistemas costeros y, por tanto, baja la productividad de las faenas de pesca, perjudica a las comunidades costeras que viven de los productos del mar y afecta a centenares de millones de seres humanos alrededor del planeta que dependen de los productos marinos para su alimentación.