Esta es una palabra de origen religioso y de uso político. Las cruzadas fueron originariamente las expediciones armadas que enviaron los papas y los reyes desde Europa para rescatar los lugares santos de Palestina que estaban en poder de los turcos otomanos. Ellas empezaron a fines del siglo XI por iniciativa del papa Urbano II, quien en un célebre discurso pronunciado en la plaza de Clermont en Francia exhortó a la multitud de creyentes, en términos dramáticos, a reconquistar la tumba de Jesús y la ciudad de Jerusalén que estaban en manos de los infieles y a luchar para impedir que los musulmanes avanzaran hacia Occidente para tomar Constantinopla, que era la capital del Imperio Romano de Oriente. La idea del pontífice era que Europa debía armarse en defensa de su fe y que sus hombres debían marchar hacia el Oriente a rescatar los lugares santos —aquellos en los que habían tenido lugar la vida, pasión y muerte de Cristo— a cambio de indulgencias y privilegios celestiales y materiales.
El nombre deriva de los soldados que llevaban una cruz en su pecho como distintivo. Ellos eran los cruzados, que tomaban el signo de la cruz y se alistaban para marchar a su misión religioso-militar y desencadenar las “guerras santas” contra los infieles.
Entre el año 1096 y el 1270 hubo ocho cruzadas, desde la primera que, obedeciendo a la “voluntad de Dios”, fue acaudillada por Pedro “el ermitaño” y que terminó en un desastre, hasta la última que se frustró con la muerte del rey Luis IX de Francia en el vano intento de conquistar al rey de Túnez y a su reino para el cristianismo. Este fue el último intento de la Europa cristiana para salvar Jerusalén. Todas las cruzadas terminaron en un fracaso completo desde el punto de vista militar. Fueron obra del fanatismo religioso que llegó a tales extremos que en una de ellas —la tercera, en 1189— participaron los reyes Felipe Augusto de Francia, Federico Barbarroja de Alemania y Ricardo Corazón de León de Inglaterra, que como todas las demás terminó en un desastre, y que hubo otra integrada por 30.000 niños que se levantaron en armas bajo el signo de la cruz —que fue interpretada por los creyentes como una señal de dios— y que concluyó en una tragedia porque los niños murieron en el camino de hambre y de frío o fueron vendidos como esclavos en Egipto. Todo esto bajo el patrocinio de los papas y sus exhortaciones a la “guerra santa”.
Con este antecedente histórico, se llama cruzada en la vida política a una misión esforzada y riesgosa. Como es lógico suponer, es un término predilecto de la Derecha confesional. Cuando a un político se escucha hablar de “cruzada” o de “bien común” pocas dudas quedan acerca de su ubicación ideológica. Cada doctrina política tiene sus conceptos y términos favoritos. Si escuchamos invocar el “prejuicio burgués”, el “interés de clase” o la “superestructura” ya sabemos que estamos ante un marxista.
Cuando el 18 de julio de 1936 se inició el “alzamiento” contra la democracia española y los requetés tradicionalistas, los miembros de la Falange y todas las fuerzas conservadoras de España se aglutinaron en torno a la facción militar insurgente liderada por los generales José Sanjurjo, Emilio Mola y Francisco Franco, éste llamó “cruzada” al movimiento armado contra la república española y a su lucha su contra el gobierno republicano durante los tres años de la >guerra civil en España. Ya en el poder, uno de los rimbombantes títulos que adoptó el general Franco fue precisamente el de “Jefe de la Cruzada” y “Caudillo de España por la gracia de Dios”.
Este término, en todo caso, designa por analogía en nuestros días una empresa difícil y llena de dificultades y peligros que se afronta en la vida política para conquistar reales o supuestos beneficios de orden público.