Significa, etimológicamente, ciudadano del mundo. La palabra se forma de las voces griegas cosmos, “mundo”, y polis, “ciudad” o “comunidad política”, y el concepto responde al viejo ideal de los estoicos de que el mundo, y no las sociedades políticas, debe ser el domicilio de los seres humanos para alcanzar la perpetua >paz.
Los estoicos atribuyeron a Sócrates el origen de este concepto. Cuando le preguntaron a qué ciudad pertenecía, el filósofo griego contestó: “soy ciudadano del mundo”.
El filósofo latino Publio Terencio, con su conocida frase hombre soy y nada de lo humano me es ajeno (“homo sum, nihil humani a me alienum puto”), hizo referencia a un pensamiento de dimensiones universales. Y el historiador griego Diógenes Laercio (180 d.C. – 240 d.C.) repitió algo parecido y más tarde.
El cristianismo proclamó una forma de cosmopolitismo, con fraternidad universal, aunque fundado en razones diferentes: en que todos los hombres, como hijos de Dios, son hermanos entre sí. Por eso el vínculo cristiano no es el de patria, ni el de Estado, ni el de raza, sino el de la paternidad divina.
Los ideales de la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad, fueron postulados bajo una inspiración internacionalista.
Más tarde, Marx y Engels, con su célebre proclama de “proletarios de todos los países, uníos”, con que terminaron el Manifiesto Comunista, definieron también un ideal cosmopolita, aunque fundado en otras razones.
Y la globalización del mundo contemporáneo, especialmente en lo económico, responde sin duda también a un ideal cosmopolita.
La >globalización ha creado una sociedad cosmopolita de dimensiones planetarias. Y somos la primera generación que comenzó a vivir en ella. En esa sociedad recibimos al instante un enorme caudal de información de los cuatro puntos cardinales y estamos en contacto regular con mucha gente que piensa y vive en forma diferente que la nuestra. Eso nos lleva inevitablemente a ser cada vez más cosmopolitas, es decir, a aceptar la complejidad cultural del mundo como algo enriquecedor y a ser cada vez más tolerantes con los que no piensan ni actúan igual que nosotros. Nos lleva también, imperceptiblemente, a abrazar las ideas y conductas democráticas. Lo cual resulta inevitable a menos que adoptemos una actitud fundamentalista y hagamos lo que los líderes talibanes afganos: prohibir la televisión, proscribir el cine y penalizar el uso de internet.
Estos son los antecedentes del cosmopolitismo moderno, como una corriente filosófica que significa universalismo, internacionalismo, apertura hacia el exterior, humanismo, amplitud de fronteras políticas, étnicas, culturales y religiosas. Es la superación de la ciudad o del Estado como unidad política. Es el sacrificio del concepto de >patria en aras de la paz y la hermandad universales.
El cosmopolitismo es también un estado mental, una concepción del mundo y un estilo de vida, que señalan dilatados horizontes para el pensamiento humano, en un marco más amplio que el de las fronteras nacionales.
En consecuencia, cosmopolita es un hombre del mundo, con visión universal de los problemas humanos. Su concepto antónimo es el <chovinismo.