Es la antirrevolución. Aún más: es la anulación de las conquistas revolucionarias y la retrogradación hacia el orden de cosas imperante antes de la transformación revolucionaria. La palabra fue acuñada por el filósofo francés Joseph de Maistre (1753-1821) para designar no una “revolución opuesta” sino “lo contrario de la revolución”. Por eso, un siglo más tarde, el conservadorismo nacionalista de Francia, encarnado en Maurice Barrès (1862-1923) y Charles Maurras (1868-1952), la entendieron como una lucha radical “contra 1789”, de donde surgió la Action Française como la primera organización contrarrevolucionaria militante, que fue precursora del >fascismo.
Las palabras contrarrevolución y contrarrevolucionario se empezaron a usar durante la >Revolución Francesa para señalar los intentos monárquicos de >restauración del orden político, social y económico prerrevolucionario y sus autores; y se retomaron con gran ímpetu a raíz de la >Revolución Bolchevique y en el curso del gobierno comunista soviético, aunque con frecuencia sin el debido rigor analítico.
La revolución implica un nuevo modo de producción, con todo lo que él conlleva en la superestructura de ideas y de valores que prevalecen en la sociedad, y es la sustitución de una clase social por otra en el manejo del Estado. La revolución es, por tanto, un cambio de carácter personal e institucional porque no sólo sustituye por otros los titulares del gobierno sino que modifica por su base los sistemas sociales imperantes. El hecho revolucionario parte la historia de una comunidad en un “antes” y un “después”. Implica, por lo mismo, una ruptura. Y se convierte en un punto de referencia necesario para el análisis de la sociedad.
Pues bien, la contrarrevolución es la reacción que, en dirección opuesta, generan las acciones revolucionarias, en una suerte de aplicación a los acontecimientos sociales de la conocida ley física de que toda acción mecánica produce una reacción de intensidad equivalente. La historia de las revoluciones nos enseña que ellas engendran siempre reacciones contrarrevolucionarias. Los “anticuerpos” producidos por la >revolución actúan inmediatamente para oponerse a la implantación de las metas revolucionarias y son los miembros de las clases sociales desplazadas quienes los impulsan. A esta respuesta se denomina contrarrevolución. Ella es una suerte de reproducción, en el proceso social, de la relación acción-reacción muy conocida en el ámbito de la física.
En la segunda fase del ciclo revolucionario, esto es, en la tarea de la construcción del nuevo orden social después de que el anterior fue abatido, inevitablemente se produce la escisión en las filas insurgentes entre los radicales y los moderados. Este parece ser el sino ineluctable de las revoluciones. Con cualquier nombre con que en cada lugar y tiempo se los designe —jacobinos y girondinos, <bolcheviques y mencheviques— las dificultades reales del gobierno separan a los protagonistas de la revolución después de la conquista del poder. Por primera vez se dan cuenta ellos de que hablaron diversos lenguajes en el curso del proceso revolucionario y de que sus metas eran en realidad distintas. Los postulados de cambio parecían iguales pero hoy los ven diferentes. Los sectores radicales, quien sabe si con más >romanticismo político que objetividad, pugnan por llevar hasta sus últimas consecuencias las consignas revolucionarias mientras que los moderados oponen resistencia a ese empeño. Esto es parte de la propia dinámica de las revoluciones. Afloran las diferencias que estaban ocultas por el fragor de la lucha. Se escinden las filas revolucionarias. Los sectores moderados pronto son tachados de “traidores” y de “contrarrevolucionarios” y son perseguidos con rudeza. Hay muchos testimonios históricos de ello. Por eso se ha dicho que las revoluciones devoran a sus propios hijos.
En el lenguaje político se llaman contrarrevolucionarios los gobiernos, partidos, grupos, instituciones o personas que se oponen al curso de una acción revolucionaria o que tratan de limitar los alcances de su programa de transformación y de gobierno.
La otra acepción de la palabra contrarrevolución es la que designa la actitud de quienes —personas o instituciones— buscan restaurar el orden político abatido por una revolución, es decir volver las cosas atrás, desandar lo caminado y poner en vigencia experiencias del pasado.
En función de la actitud que asumen frente al cambio social y al establecimiento de un nuevo orden en el Estado, se distinguen —en cada lugar y en cada tiempo— los >partidos, instituciones o personas de izquierda y los de derecha. Los primeros tienen vocación de cambio social mientras que los segundos consagran sus horas y sus esfuerzos a la preservación de la sociedad tradicional.
La >izquierda y la >derecha, sin embargo, admiten subdivisiones. Hay una izquierda revolucionaria y otra reformista, en atención a los métodos que utilizan o se proponen utilizar para alcanzar sus propósitos de cambio. Y hay una derecha <conservadora y otra >reaccionaria, según pretendan el mantenimiento intocado del actual orden de cosas social o el retorno hacia superadas fórmulas del pasado. La derecha reaccionaria se denomina también contrarrevolucionaria y el conjunto de sus ideas y acciones es la contrarrevolución.
Dos exponentes del pensamiento contrarrevolucionario clásico fueron los franceses Joseph de Maistre (1753-1821) y Louis de Bonald (1754-1840), ambos enfrentados al orden social y político emergido de la Revolución Francesa. El primero se lanzó contra el iluminismo y la ilustración, los dos grandes pilares de la revolución, y postuló la restauración del orden social anterior. Opuso su irracionalismo radical al racionalismo de la revolución y sostuvo que los acontecimientos humanos resultan de la concatenación de circunstancias manejadas providencialmente por la divinidad, por lo que el hombre debe dejarse del ejercicio ilusorio de la razón y volver hacia la fe y los dogmas. El conde de Maistre opuso a la idea del progreso la de tradición, a la igualdad la inevitable y fecunda desigualdad humana, a la soberanía popular la tesis de que el poder viene de dios, a los derechos del ciudadano el deber de obediencia de los súbditos, al >laicismo el <confesionalismo y a la separación de la Iglesia y el Estado la sumisión de éste bajo aquélla.
Louis de Bonald, con muy ardientes convicciones católicas pero con muy poco talento literario, fue también una pieza importante en la escalada restauradora de los valores y concepciones del ancien régime en Europa. Teócrata acabado, el vizconde francés sostenía que el poder, para ser legítimo, debía servir de mediador entre los hombres y dios, que era el único soberano verdadero. Sustituyó, en sus afanes contrarrevolucionarios, la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, aprobada por la convención revolucionaria de Francia e hija del espíritu de libre examen, por la “declaración de los derechos de Dios”.
El pensamiento contrarrevolucionario tuvo ecos en varios intelectuales europeos de las décadas siguientes, entre ellos el inglés Edmund Burke (1729-1797) que con su libro “Reflections on the Revolution in France” representó la reacción ultraderechista a las transformaciones francesas, Juan Donoso Cortés (1809-1853) en España que catalogaba como pecados contra la fe al liberalismo y al incipiente socialismo, Carl Ludwig Haller (1768-1854) en Alemania con su teoría contrarrevolucionaria de volver a las formas de organización social de la Edad Media, el marqués René de la Tour du Pin (1834-1924) en Francia que enfrentó a los sindicatos obreros con la exhumación de las corporaciones cristianas medievales que juntaban en cada rama de actividad a los propietarios y a los trabajadores, bajo la autoridad absoluta de la monarquía hereditaria; Friedrich Julius Stahl (1801-1861) que defendió en Alemania la restauración de la monarquía de derecho divino, Heinrich Treitschke (1834-1896), también alemán, que habló sobre la obediencia a la monarquía absoluta como deber ineludible de los súbditos; y Charles Maurras (1868-1952), quien al frente de la Action Francaise en la tercera república francesa, repudió el régimen republicano y, con una nostalgia que le salía de lo más hondo de su ser, proclamaba la vigencia de la realeza porque “para que viviese Francia era menester que volviese el rey”. Escribió la “Encuesta sobre la Monarquía” en la que proclamaba el retorno hacia el régimen monárquico tradicional, hereditario, antiparlamentario y descentralizado, en el más puro estilo contrarrevolucionario.
En sentido figurado, el mexicano René Villarreal, en la línea de los economistas críticos, afirma que el retorno de la ortodoxia económica en las dos últimas décadas, liderada por el economista neoclásico norteamericano Milton Friedman e impulsada como “receta universal” por la >reaganomics y el >thatcherismo, es una verdadera “contrarrevolución monetarista”, que entraña todo un programa ideológico y político de regreso hacia las tesis económicas del >liberalismo y, por tanto, el desmantelamiento del Estado y la implantación del viejo dogma del >laissez-faire bajo el nombre de public choice.
Si consideramos que el >keynesianismo fue un paso adelante en la teoría económica, al demostrar la obsolescencia de las tesis de la economía clásica, el tratar de desenterrarlas es sin duda una vuelta al pasado o, lo que es lo mismo, una “contrarrevolución” económica.