Los destinos posibles del dinero son el consumo, la >inversión y el atesoramiento. El consumo es, en el lenguaje económico, el disfrute de un bien, o sea la obtención de la utilidad directa que él puede ofrecer al consumidor.
Al respecto, hay que decir que los bienes de naturaleza económica se dividen en bienes de consumo y bienes de capital. Los primeros son capaces de satisfacer inmediata y directamente las necesidades humanas, mientras que los segundos lo hacen mediata e indirectamente, por la vía de la producción de bienes de consumo. En otras palabras, los bienes de consumo entregan el usufructo directo e inmediato al consumidor, a diferencia de la utilidad diferida e indirecta que le ofrecen los bienes de capital, que necesitan más tiempo para entregar su mediatizada utilidad.
Los bienes de consumo pueden ser, a su vez, fungibles o durables, según se extingan con el uso o el flujo de su utilidad se extienda en el tiempo.
El consumo es uno de los signos del desarrollo económico de un país. Los índices de consumo per cápita y la determinación del porcentaje de los ingresos que los individuos y las familias dedican al consumo son indicadores relativamente aproximados del estado de penuria o prosperidad de una sociedad. Mientras más pobre es ella, mayor es el porcentaje de los ingresos que sus miembros destinan al consumo, que a veces sólo les alcanza para satisfacer las necesidades más urgentes.
En las sociedades consumistas e inequitativas son enormes las distancias entre el sobreconsumo de las clases ricas y el subconsumo de las pobres.
Los economistas ha elaborado la teoría del infraconsumo, que atribuye el origen de las crisis económicas al bajo consumo de las capas sociales sumergidas, cuyo poder de compra es muy escaso y no están en posibilidad de absorber la producción. Entonces, las mercancías no vendidas acumulan las existencias, lo cual, en la economía capitalista basada en la venta de sus productos, no deja de producir graves estragos.
La justa distribución del ingreso —que no puede ser forjada más que por el Estado— favorece el aumento de los índices de consumo de la gente y remunera mejor a los productores de los bienes de consumo.
El ingreso no consumido es el ahorro, pero los pobres dedican sus ingresos a los consumos apremiantes y difícilmente pueden ahorrar. Los ricos, en cambio, emplean sus ahorros en gastos necesarios, gastos superfluos —la sofisticación del consumo de las elites sociales llega a extremos demenciales—, adquisición de bienes de capital o inversiones directas o indirectas.
Como mencioné en anterior entrada, algunos economistas hablan de la “soberanía del consumidor”, al que atribuyen la capacidad de señalar lo que se ha de producir y comprar. Pero esta no pasa de ser una ilusión de los economistas neoclásicos. En la realidad de los sistemas capitalistas no es el consumidor quien indica al productor lo que debe producir, sino al contrario: es el productor quien dispone, a través de la magia de la publicidad, lo que se ha de consumir. De suerte que no es el mercado el que determina la calidad y la cantidad de la producción sino, a la inversa, el productor es el que manda lo que ha de consumirse.