Es la asamblea de los cardenales, reunida en absoluta reserva, para la elección de papa. La palabra viene del latín cum clavis, que significa lo que se cierra con llave. El cónclave debe convocarse antes de las tres semanas de la muerte del jefe de la Iglesia Católica. Lo integran todos los cardenales menores de ochenta años. Incomunicados del mundo exterior, ellos no pueden salir del recinto sino después de que han elegido al nuevo Pontífice. Para ello se requiere una mayoría que represente por lo menos las dos terceras partes más un voto de los cardenales asistentes. Si no se obtiene esta mayoría, las papeletas se queman juntamente con papel mojado u otro material húmedo para que salga humo negro por la chimenea del Palacio Vaticano. La gente sabe por esta señal que la elección aún no se ha producido. Se repiten las votaciones hasta que el candidato obtenga la mayoría requerida. Cuando esto ocurre, se queman secas las papeletas de la votación para producir humo blanco en la chimenea de la Capilla Sixtina, indicio de que ha sido elegido el nuevo Pontífice. Inmediatamente el cardenal de mayor edad se asoma al balcón del Palacio Vaticano y, ante la multitud reunida en la Plaza de San Pedro, pronuncia la frase: “habemus Papam”.
El cónclave comienza por la mañana con la celebración de la misa pro eligendo Papa. En la tarde de ese día los cardenales acuden en procesión a la Capilla Sixtina, donde juran mantener total reserva y discreción sobre todo lo que dentro del cónclave ocurra. Se abre entonces el proceso electoral. A partir de la expedición de las normas contenidas en la Universi Dominici Gregis el 22 de febrero de 1996, quedaron abolidos dos de los tres modos tradicionales de elección del pontífice: por aclamación o inspiración (per acclamationem seu inspirationem), por compromiso (per compromissum) y por escrutinio (per scrutinium). Quedó en vigencia solamente el tercero, o sea el de votación individual y secreta de los cardenales electores, en el que triunfa el candidato que obtiene cuando menos dos tercios de los votos. Para llegar a esta cifra se pueden realizar hasta veinticuatro votaciones sucesivas. Después de cada una de ellas se queman las papeletas. Mientras no haya un resultado definitivo, la chimenea de la Capilla Sixtina echa humo negro. Si se ha logrado elegir al papa, la chimenea bota humo blanco, que la gente puede ver desde la Plaza de San Pedro. E inmediatamente el cardenal protodiácono anuncia desde el balcón de la Basílica a la multitud reunida en la plaza la elección del pontífice con la conocida fórmula: “Nuntio vobis gaudium magnum: habemus Papam”, después de lo cual el nuevo jefe de la Iglesia se presenta para impartir la bendición Urbi et Orbi.
La historia de los cónclaves es interesante. El papa Nicolo II reservó a los cardenales el derecho de elegir al Pontífice en el año 1059. Pero ocurrió que después de la muerte de Clemente IV, el 29 de noviembre de 1268, los 18 cardenales de ese tiempo reunidos en Viterbo no pudieron ponerse de acuerdo en la elección del sucesor. El impasse duró largamente: dos años, nueve meses y dos días. Sólo cuando les redujeron la comida y les quitaron el tejado de la sala de reuniones para que les cayeran las lluvias otoñales, los cardenales se decidieron por la candidatura de Gregorio X.
Fue entonces cuando san Buenaventura sugirió que se encerraran los cardenales para tomar la decisión sin las presiones de fuera.
El primer papa elegido de esta manera fue Gregorio X, quien en el Concilio de Lyon en 1274 adoptó la resolución de que en el futuro los electores se encerraran bajo llave para elegir papa y se entregara a uno de ellos la llave del recinto.
Esta resolución, sin embargo, fue abolida por Adriano V en 1276.
Como volvieron a suscitarse dilaciones en la elección a causa de los cabildeos internos y de las presiones de fuera sobre los cardenales, Celestino V restableció el cónclave en 1294.
A partir de esa época los cardenales se reúnen bajo llave para elegir papa —desde la elección de Juan Pablo I sólo asisten al cónclave los cardenales menores de 80 años— y se realizan dos votaciones en la mañana y dos en la tarde y para ganar la elección se requieren los dos tercios más uno de los votos depositados.
El cónclave más dramático fue el que se reunió en la ciudad de Carpentrás, al sur de Francia, en el que los cardenales tuvieron que huir precipitadamente para salvar sus vidas cuando las masas impacientes incendiaron el palacio arzobispal, que era la sede de la reunión. El cónclave más largo fue el de Viterbo. Otro cónclave largo fue el de 1831, que eligió a Gregorio XVI. Duró cincuenta días. Y los más cortos fueron el del 1 de noviembre 1503 en Roma, que en pocas horas designó a Julio II —se cree que los sobornos aceleraron el proceso—, y el de 1939 que en veinte horas eligió a Pío XII.
Los cónclaves cardenalicios para elegir papa deben ser absolutamente secretos. Inmediatamente antes de la reunión de los cardenales la Capilla Sixtina es exhaustivamente inspeccionada por expertos para prevenir la instalación secreta de micrófonos, grabadoras o cámaras de televisión ocultos. Durante el curso de la votación no podrá estar presente persona que no sea cardenal elector. Los resultados de las votaciones se registran en un acta que se cierra y archiva en el Vaticano y no puede ser abierta en los siguientes cincuenta años. Sin embargo, siempre se fugan informaciones de lo que dentro de las puertas cerradas ocurre. La revista italiana "Limes" publicó en la segunda quincena de septiembre del 2005 fragmentos del "Diario de un Cardenal" —escrito por un purpurado durante el cónclave—, que reveló los secretos de la elección del papa Benedicto XVI en abril de ese año. Se supo que las cenas, reuniones, negociaciones y cabildeos entre los cardenales en su retiro de la Casa de Santa Marta resultaron infructuosos durante los primeros días para producir consensos y que hubo voluntades divididas a favor del cardenal alemán Joseph Ratzinger y del cardenal argentino Jorge Bergoglio, quien tuvo los votos suficientes para bloquear la elección del pontífice conservador, y que el impasse se superó gracias a que el cardenal argentino pidió a sus seguidores durante el almuerzo del día 19 que no votaran por él y renunció a su opción de convertirse en el primer papa latinoamericano de la historia del Vaticano, cosa que ocurrió ocho años después.
Por extensión, en la vida política se utiliza el término cónclave para señalar despectivamente una reunión de pocas personas, a puerta cerrada, que toma decisiones a espaldas de quienes deben intervenir en ellas o una confabulación antidemocrática y secreta.
En algunos países se usa también la palabra trastienda —cuarto que está situado detrás de la tienda— para designar el mismo acto.
Dado que la publicidad es esencial a las acciones democráticas, en el sentido de que todas ellas y especialmente las del gobierno deben ser de conocimiento público, las maniobras de los <círculos y de los <conciliábulos son profundamente antidemocráticas.