Son pequeños grupos religiosos de signo católico formados en los barrios marginales de las ciudades y en las zonas campesinas pobres de América Latina, dedicados a la lectura de la Biblia, a la oración, a la ayuda pastoral a los pobres y en muchos casos también a la acción política. Integradas por quince a veinte personas —entre sacerdotes, monjas y laicos— estas comunidades surgieron en algunos países de América Latina, principalmente en Brasil, Perú, El Salvador, Nicaragua y Chile, a partir de los años 60 del siglo XX, en el curso de las dictaduras militares que ellos soportaron. La mayor parte de tales comunidades está fuertemente impregnada por la teología de la liberación y asumió roles de mucha importancia en la resistencia contra los gobiernos de facto y en la defensa de los derechos humanos.
La formación de las comunidades de base respondió originalmente a la necesidad de suplir la escasez de sacerdotes que sufría la Iglesia Católica en América Latina por la “falta de vocaciones” en la juventud. El clero progresista, angustiado por este problema, impulsó en los años 60 del siglo pasado la formación de estas organizaciones para que trabajaran pastoralmente en las zonas urbano-marginales y en las áreas rurales que aquél no podía atender debidamente. Esta fue su misión originaria. Pero después progresivamente fueron adentrándose en los problemas de las comunidades pobres, asumieron la defensa de sus intereses, promovieron protestas y movilizaciones en exigencia de los servicios básicos y terminaron por asumir un claro papel político junto a las fuerzas de izquierda.
El escenario principal de su acción fue el barrio periférico pobre en las ciudades y los caseríos y rancherías en el campo. Allí desarrollaron sus acciones en favor de los subproletarios, vendedores ambulantes, campesinos sin tierra, pueblos indígenas, estudiantes, grupos femeninos, gente pobre en general, y difundieron su pensamiento pastoral, que por cierto fue diferente del que la Iglesia Católica predicó por siglos en defensa del autoritarismo político y del <establishment económico y social.
Estas comunidades de base forman parte de la llamada Iglesia popular —tan combatida por el Vaticano— que es la que abrazó la opción por los pobres en Medellín, la que apoyó a los sandinistas en su lucha armada contra Somoza, la del obispo Óscar Arnulfo Romero asesinado por los escuadrones de la muerte en El Salvador, la que se opone al elitismo del >Opus Dei, la que combate las tesis del neoliberalismo, la que tantas veces ha sido llamada al orden por el papa Juan Pablo II. Las comunidades eclesiales se han convertido en el instrumento más importante de la acción política de la Iglesia popular. Por su penetración en la base social tienen gran eficacia, como lo han demostrado en diversos episodios políticos y electorales más o menos recientes. En la elección presidencial de 1989 en Brasil ellas tuvieron una desembozada y abierta intervención en favor del Partido de los Trabajadores acaudillado por Lula, al que contribuyeron a dar un masivo voto rural. Cuatro años antes en Perú apoyaron a la Izquierda Unida y cooperaron a la elección de Alfonso Barrantes como Alcalde de Lima. Ayudaron a los sandinistas en su guerra de guerrillas contra la dictadura de Somoza. En Colombia asesoraron al M-19 en materia de reformas constitucionales. Su vida política ha sido muy activa aunque con frecuencia han tratado de encubrir su participación. Es más evidente, en cambio, la intensa labor que ellas desarrollan en las movilizaciones por tierras, reforma agraria, vivienda, luz, agua potable, transporte público, servicios básicos, salud, educación, calles, carreteras y demás demandas populares. Para conseguir sus fines promueven huelgas, paros, movilización de vecinos, demostraciones de protesta y actos similares.
La posición tomada por el clero alineado en las comunidades eclesiales ha producido un grave desgarramiento en los cuadros jerárquicos de la Iglesia, que no puede disimular la durísima lucha interna entre dos concepciones del mundo y de la vida totalmente diferentes. Por eso el papa fue muy crítico contra las comunidades eclesiales durante su visita a México en mayo de 1990. A ellas se refirió con la misma dureza con que lo hizo con la teología de la liberación y con el crecimiento de las “sectas protestantes” en América Latina.
El fundador del movimiento católico ultraderechista denominado >Tradición, Familia y Propiedad, el político y escritor brasileño Plinio Corrêa de Oliveira (1908-1995), en su libro “As CEBs…das quais muito se fala, pouco se conhece – a TFP as descreve como sao” (escrito conjuntamente con los hermanos Gustavo Antonio y Luis Sergio Solimeo), afirma que “as CEBs sao o instrumento da esquerda católica para semear o descontentamento na populacao (especialmente entre os trabalhadores manuais), transformar em seguida o descontentamento em agitacao e, através de essa agitacao, impor aos poderes públicos a tríplice reforma: agrária, urbana e empresarial”.
En ningún país estas organizaciones alcanzaron tanto desarrollo e influencia como en Brasil. 80.000 de ellas se implantaron a lo largo de su territorio y en algunos momentos críticos de los gobiernos dictatoriales, en que se habían cerrado todos los canales de comunicación, ellas se convirtieron en las únicas voces de protesta de las capas pobres por la falta de libertad y por la desatención económica. En el cinturón industrial de Sao Paulo las comunidades eclesiales juntamente con la Confederacao Nacional dos Bispos Brasileiros (CNBB) impulsaron a partir de 1978 la formación del nuevo movimiento obrero, al que le abrieron espacio en los barrios periféricos.
Las comunidades eclesiales de base (CEB) se han convertido en uno de los instrumentos más importantes de la difusión de los principios de la >teología de la liberación pero también en un medio de participación de los sectores progresistas del clero en el proceso político. Brasil es sin duda un claro ejemplo demostrativo del grado de politización al que llegaron algunas de estas comunidades.