Es, en su más amplia acepción económica, la capacidad de participar con ventaja en la contienda industrial, comercial y publicitaria para dominar un mercado. El concepto se puso de moda a fines del siglo XX —competitiveness— en el marco del proceso de >globalización de la economía, que implicó el abatimiento de las fronteras aduaneras y el comercio internacional abierto. “La competitividad —según el profesor Michael E. Porter, director del Instituto para Estrategia y Competitividad de la Universidad de Harvard— es un esfuerzo prolongado, compuesto de muchas partes y que requiere la colaboración de distintas áreas del gobierno, empresa privada, centros de estudio o investigación y asociaciones comerciales que funcionen con un criterio práctico”. En la economía internacional, que es el ámbito donde principalmente se utiliza la palabra, la competitividad resulta de la preparación de los países y de sus empresas para sostener y expandir su participación en los mercados externos mediante el desarrollo de nuevos y mejores productos y servicios y la fijación de precios atractivos para la demanda.
Probablemente los antecedentes del concepto de competitividad se encuentran en las ideas que en 1980 expresó Porter en su conocido libro “Competitive Strategy”, como fruto de sus investigaciones en el campo de la actividad industrial, que marcaron un hito en la conceptuación y práctica del análisis de las industrias y de los competidores.
Porter describió “las estrategias competitivas genéricas” como el conjunto de acciones ofensivas o defensivas que realiza una empresa para crear una posición sólida dentro de su rama de producción, como respuesta a las fuerzas de las empresas competidoras que la rodean y que buscan obtener un importante rendimiento sobre la inversión. Señaló tres estrategias genéricas que podían emplearse solas o conjuntamente para superar a los competidores de una industria: el liderazgo en los costes totales bajos, la diferenciación de los productos y el enfoque de su producción.
La competitividad es un proceso complejo en que juegan muchos factores: educación, formación de recursos humanos, disponibilidad de recursos naturales, avance científico y tecnológico, eficacia gubernativa, estabilidad política y macroeconómica, seguridad jurídica, infraestructura económica y social, servicios públicos, productividad, capacidad empresarial, niveles de inversión, cadena de producción, crédito, conectividad, distribución del ingreso, movilidad social y muchos otros.
El Foro Económico Mundial, que ha estudiado la competitividad desde 1979, ha señalado los denominados 12 pillars of competitiveness, que son los siguientes:
1) Un marco institucional adecuado dentro del cual interactúan el gobierno y los sectores privados para organizar la producción, garantizar los derechos de propiedad intelectual, generar ingresos, crear bienestar, impulsar el crecimiento económico y distribuir sus beneficios, para lo cual ha de evitarse la burocracia excesiva, la sobrerregulación de las actividades productivas, la corrupción, la inseguridad jurídica y el sometimiento político de la justicia.
2) Una infraestructura de alta calidad —carreteras, autopistas, ferrocarriles, puertos, aeropuertos, servicios públicos— para asegurar el eficiente funcionamiento de la economía a escala nacional y reducir los efectos de las distancias entre regiones a fin de integrar el mercado nacional y conectarlo con los mercados externos.
3) La estabilidad macroeconómica, fundada en el control de la inflación, de los déficit fiscales, del endeudamiento y de otros desórdenes de la economía.
4) Una fuerza de trabajo saludable que, disminuyendo el absentismo laboral, aumente los niveles de eficiencia y productividad.
5) Educación de alta calidad y trabajadores bien educados y entrenados, que sean capaces de adaptarse rápidamente a los cambios de la economía impuestos por la globalización.
6) Buenos y eficientes mercados llamados a impulsar la producción precisa de los bienes y servicios requeridos por la demanda, que funcionan dentro de una libre y sana competencia con la mínima intervención gubernativa estatal, la exoneración de distorsionantes y pesadas cargas tributarias y la ausencia de reglas restrictivas o discriminatorias para la inversión extranjera directa, todo lo cual asegura la supervivencia de las empresas y corporaciones más eficientes.
7) Mercado laboral eficaz y flexible, que asegura que los trabajadores sean siempre destinados a su más competente rendimiento en la producción y que les ofrece incentivos para que entreguen lo mejor de sus esfuerzos en sus tareas laborales.
8) Eficiente, moderno y sofisticado mercado financiero para canalizar los ahorros de la población hacia sus más productivos usos.
9) Una economía capaz de asumir los cambios tecnológicos y aplicarlos a la productividad industrial, al ritmo del desarrollo del conocimiento y de las tecnologías de la información en el mundo contemporáneo.
10) El tamaño óptimo del mercado, que guarda directa relación con la productividad de la economía. Afirma el Foro Mundial que tradicionalmente los mercados nacionales estuvieron circunscritos a los límites territoriales del Estado; pero que en la era de la globalización los mercados internacionales integrados han sustituido a los mercados domésticos, especialmente respecto de los países pequeños, como ámbitos del comercio e intercambio. Sostiene que los límites de la economía ya no coinciden, como antes, con la demarcación limítrofe de los Estados. Y aclara que cuando se refiere al “tamaño del mercado” incluye tanto al mercado interno como al externo y, por supuesto, a las zonas de libre comercio y a los mercados comunes constituidos en diversos lugares del planeta.
11) La sofisticación de los negocios, que conduce a los altos niveles de eficiencia en la producción de bienes y servicios y que lidera el incremento de la productividad en el marco de las redes globales e integradas de negocios; y
12) La innovación tecnológica, que permite a la economía aproximarse a las fronteras del conocimiento y además absorber los logros de las tecnologías exógenas para adaptarlos a sus realidades locales.
Desde su singular perspectiva de los hechos, el Foro Económico Mundial sostiene que la interrrelación de estos doce factores —que no actúan independientemente— determina la competitividad de un país.
En íntima conexión con el concepto de competitividad está el de ventaja competitiva, que envuelve el conjunto de condiciones que dan preeminencia a una empresa productiva sobre sus competidoras en el mercado. Las “ventajas competitivas” —competitive advantages—, que son el precio, la calidad, la diferencia, el posicionamiento y la buena imagen de la marca en el mercado, y muchos otros elementos adicionales, sustentan la competitividad. El máximo aprovechamiento de ellas es la clave del éxito. Sin embargo, nada hay que garantice la permanencia de las ventajas competitivas ni que impida la copia o la superación de ellas porque la mayor rentabilidad de una empresa será siempre un desafío para generar competidoras que pretendan neutralizarla, igualarla y superarla con la oferta de productos similares o sustitutivos, en una interminable lucha por la sobrevivencia económica.
La competitividad se presenta en el mundo actual como un objetivo estratégico de los Estados y como factor sustancial para su avance y progreso. La actividad comercial internacional está sometida a los rigores de una competencia que no se detiene sino cuando las empresas mejor dotadas han excluido del mercado a las menos eficientes. Y con frecuencia esa exclusión comprende a países y a regiones enteras.
El International Institute for Management Development (2001) considera para el cálculo del índice de competitividad 4 factores, divididos en 20 subfactores, que agrupan 286 series de datos de fuentes estadísticas internacionales o de encuestas ad-hoc. Por su lado, a partir de 1997 el Foro Económico Mundial de Davos ha formulado anualmente un informe de la competitividad global, en el que consta un escalafón de los países más eficientes en función de numerosas variables que miden la competitividad, entre las que están el avance tecnológico, los recursos naturales, la apertura comercial, la gestión empresarial, la fuerza de trabajo, el mercado financiero, el control de calidad, la “conectividad” en la sociedad del conocimiento, la institucionalidad, todos los cuales capacitan a los países y a sus empresas para entrar con éxito en la contienda por colocar sus bienes y servicios en los mercados del mundo.
En los primeros lugares del ranking de la competitividad mundial se han turnado: Estados Unidos, Suiza, Singapur, Finlandia, Hong Kong, Suecia, Canadá, Alemania, Taiwán e Inglaterra, según el escalafón del Foro Económico Mundial de Davos, que suele registrar una gran movilidad porque año por año se trastocan los lugares.
Su Informe sobre Competitividad Global 2012-2013 —Global Competitiveness Report— colocó a Suiza en el primer lugar del escalafón, entre 144 países estudiados, seguida de Singapur, Finlandia, Suecia, Holanda, Alemania, Estados Unidos, Inglaterra, Hong Kong, Japón, Catar, Dinamarca, Taiwán, Canadá, Noruega, Austria, Bélgica, Arabia Saudita, Corea del Sur, Australia, Francia, Luxemburgo, Nueva Zelandia, Estados Árabes Unidos, Malasia, Israel y los demás países. Ellos ocuparon los primeros veintiséis lugares. China estuvo en el puesto 29 e India en el 59. Los países latinoamericanos y caribeños mejor ubicados fueron Puerto Rico en el 31, Chile en el 33, Panamá 40, Barbados 44, Brasil 48, México 53, Costa Rica 57, Perú 61 y Colombia 69. Los peor situados de esta región fueron Haití 142, Venezuela 126, Paraguay 116, Guyana 109, Nicaragua 108, República Dominicana 105, Bolivia 104, El Salvador 101, Jamaica 97, Argentina 94 y Ecuador 86. Los últimos lugares del escalafón mundial los ocuparon: Burundi, Sierra Leona, Haití, Guinea, Yemen, Chad, Mozambique y Lesotho.
En realidad, son las empresas las competitivas antes que los países porque ellas son las que producen e intercambian, aunque los gobiernos deben establecer una agenda nacional de programas y estrategias de competitividad.
Hay, por así decirlo, una “competitividad macroeconómica”, referida al Estado, que es su capacidad para insertarse con los bienes y servicios nacionales en los mercados internacionales, y una “competitividad microeconómica”, que es la aptitud de las empresas privadas para resistir la competencia de productos extranjeros en el mercado nacional y para participar en los mercados externos. La competitividad macroeconómica es el impulso de un país para mantener y aumentar su cuota de exportaciones al mismo tiempo que defender su cuota de mercado interna.
La competitividad no surge espontaneamente sino que es el resultado de la imbricación de las decisiones gubernativas y empresariales para aprovechar las oportunidades y ganar la contienda del mercado. Ella es el resultado de la conjunción de factores macroeconómicos y microeconómicos que van desde las políticas gubernamentales, las infraestructuras existentes, la eficiencia de los servicios públicos, los tipos de cambio, la disponibilidad de recursos naturales, la promoción de exportaciones, los sistemas de seguridad social, hasta la organización de las empresas, sus estrategias de producción y mercadeo, la disponibilidad de recursos humanos bien preparados, la formación profesional de los mandos, la capacidad de innovación tecnológica, el continuo aprendizaje, las posibilidades de crédito barato, el modo de producción, las relaciones laborales, los sistemas de remuneración, la reducción de costes y perdidas operativos y muchos otros factores.
Pero cada vez resulta más evidente que el principal factor del progreso de un país es la calidad de sus recursos humanos. Por eso, países con poblaciones pequeñas pero bien preparadas, como Israel, Finlandia o Singapur, con muy pocos recursos naturales, y otros en condiciones climáticas muy hostiles, tienen economías exitosas y están en los primeros lugares en la innovación tecnológica, la eficiencia de la organización social, la productividad y la competitividad.
Sin embargo, la competitividad suele sufrir distorsiones graves a causa de los subsidios estatales a la producción interna y a la exportación de productos agrícolas que ofrecen los países industrializados. Estas subvenciones, que sobreprotegen la producción nacional y alientan la exportación, representan una competencia desleal en el comercio internacional puesto que permiten producir en excepcionales condiciones de productividad y exportar con gran ventaja. En el año 2005 se calculaba que esos países destinaban más de un billón de dólares diarios al subsidio de sus agricultores. En el año 2002 los Estados Unidos, mediante la Ley Agrícola, asumieron el compromiso presupuestal de financiar los precios de sustentación del algodón, soya, maíz, azúcar, productos lácteos y otros bienes, que entonces pudieron entrar con ventaja en el mercado internacional. Se calcula que en Estados Unidos y la Unión Europea un treinta por ciento de las utilidades de los agricultores corren por cuenta de las ayudas estatales.
Con la >globalización la competencia se intensifica cada vez más. Es una competencia transnacional que obliga a los países y a las empresas a maximizar su eficiencia, optimar los recursos disponibles: naturales, humanos, financieros y tecnológicos, desenvolverse en el contexto de las relaciones comerciales y del mercado interno e internacional, mejorar la calidad y renovación de su producción, alcanzar la denominada “calidad total” en la oferta de bienes y servicios. La competitividad es toda una política estatal, que persigue que los productos de una empresa y de un país puedan mantener y aumentar su participación en los mercados y conquistar nuevos, para lo cual es indispensable la transferencia e innovación tecnológicas, el eficiente uso del conocimiento, la “conectividad”, el acceso a la información sobre mercados externos cuyo manejo es, en el mundo contemporáneo, una de las claves de las ventajas competitivas.
El proceso de control de calidad es un elemento esencial de la competitividad. La calidad es el conjunto de las características y condiciones de los bienes, productos o servicios para satisfacer las necesidades explícitas e implícitas de los consumidores o usuarios.
El nivel de exigencia de los consumidores se ha elevado y diversificado como resultado de varios factores, entre los que están su mejor información, la extension y diversificación de la oferta, la creación de oficinas públicas y privadas de >normalización, la formulación de parámetros para medir la cualidad de los bienes y servicios que se ofrecen en el mercado, las políticas de >defensa del consumidor y el mejoramiento de la seguridad, la higiene y el entorno industriales.
Las entidades normalizadoras someten el proceso de la producción a reglas que garantizan la excelencia, cantidad, tamaño, forma, regularidad, homogeneidad y continuidad de los bienes y servicios que se ofrecen en el mercado. Es, en consecuencia, un instrumento que sirve al proceso de >control de calidad de ellos en beneficio del consumidor.
Las normas técnicas son emitidas por la International Organization for Standarization (IOS) para regir las actividades productivas: agricultura, ganadería, minería, pesca, industria, transporte, la amplia gama de los servicios, el manejo del medio ambiente y todas las actividades conexas con ellos.
Los códigos normativos se refieren al diseño, fabricación, instalación, mantenimiento, embalaje y transporte de productos y equipos. La metrología, que es la disciplina científica que tiene por objeto el estudio de los sistemas de pesas y medidas, forma parte de ellos.
La normalización, al obligar a los productores a observar las reglas de calidad a las que sus productos deben someterse, introduce principios de disciplina y honestidad en las tareas de la producción. Es también un mecanismo de información al consumidor acerca del rendimiento y las cualidades que puede esperar de un producto. El organismo que la realiza, sea público o privado, cuenta con laboratorios de ensayo muy sofisticados para analizar por el método de muestreo si los diversos productos que se ofrecen en el mercado cumplen con las normas mínimas de calidad. Hace todas las investigaciones, peritajes, controles, consultas y experimentaciones referentes a las técnicas de fabricación, los insumos y materias primas utilizados, la resistencia de materiales, la metrología y la capacidad de rendimiento del amplio espectro de bienes que se fabrican. Si las pruebas resultan positivas la entidad normalizadora otorga a los productos un sello o marca —como, por ejemplo, la “NF” de la Association Francaise de Normalisation (AFNOR)— que es la certificación de la calidad.
En los años 50 del siglo pasado surgió el concepto de “calidad total”, referido a la producción industrial, que se debió al profesor norteamericano Edward Deming, con el planteamiento de sus “catorce puntos” y sus “siete pecados mortales” formulados en el curso de sus enseñanzas a los administradores de empresas, ingenieros y científicos japoneses para producir con calidad. Los “siete puntos” resumen su propuesta del total quality management (TQM), tan difundida en los círculos empresariales japoneses y norteamericanos. Y entre los “siete pecados mortales” están la inconstancia, la búsqueda de ganancias inmediatas y la inestabilidad en la administración principal de la empresa, que limitan su capacidad competidora dentro y fuera de un país.
En este contexto, el Master of Science and Ph.D. norteamericano Armand V. Feigenbaum —en su libro “Quality Control: Principles, Practice, and Administration”, publicado en 1951— fue quien acuñó la expresión “control de calidad total” —total quality control— que busca el perfeccionamiento permanente de la producción para garantizar el “defecto cero” en los productos. Este proceso comienza por la concienciación de los trabajadores de una empresa y la creación de alicientes para que su rendimiento sea óptimo y termina con la aplicación de rigurosas normas de calidad, a fin de que los productos no tengan la más mínima deficiencia.
Todo lo cual, formando parte de la planificación estratégica de las empresas, va acompañado de eficientes sistemas de información y comunicaciones, mejoramiento continuo de los métodos de producción, optimización de la “cadena de valor” —que es el conjunto integrado de las diferentes fases, operaciones y momentos sucesivos en el proceso de producción—, reducción de los márgenes de utilidad, disminución de los costes financieros, capacitación de los trabajadores, incremento de la productividad del trabajo y aplicación de tecnología digital.
En cuanto a América Latina se refiere, la región soporta un pesado rezago en el desarrollo competitivo, como lo demuestran los últimos estudios internacionales de competitividad, a causa de tres factores principales: insuficientes condiciones macroeconómicas, mala calidad de las instituciones públicas e incipiente capacidad de innovación tecnológica de los empresarios. Todo lo cual se complica con la gran dinamia del comercio internacional de nuestros días, la integración económica, la formación de grandes zonas de libre comercio y las megafusiones de empresas.
La Corporación Andina de Fomento (CAF), en un informe sobre la competitividad de América Latina formulado en 2003, observó que la actividad económica se había estancado como consecuencia, entre otros factores, de las políticas y estrategias de desarrollo aplicadas desde finales de los años 80. Puntualizó que la región apenas participaba con un 6% del comercio mundial y que los países latinoamericanos ocupaban lugares muy rezagados en el escalafón internacional de la competitividad. Su vulnerabilidad externa estuvo determinada por su dependencia de la exportación de recursos naturales —que en el año 2000 representaban el 71,4% de sus ventas totales al exterior— en términos de intercambio desfavorables y volátiles. El informe de la CAF señaló que las causas de la falta de competitividad de América Latina en los mercados globalizados se debió fundamentalmente a la inferior calidad de los sistemas educativos, la baja capacitación laboral, la incipiente capacidad de innovación tecnológica de las empresas, la deficiente y, en muchos casos, obsoleta gestión empresarial, la insuficiente infraestructura económica, la inseguridad jurídica, el limitado acceso al crédito, la inestabilidad macroeconómica y, finalmente, el atraso y alto costo de los servicios administrativos del Estado.
Estos factores se agravaron con la >ronda Uruguay, que reprodujo, en el comercio internacional, el viejo error de los liberales clásicos del siglo XVIII: no dar un trato diferenciado a los actores económicos en función de su grado de desarrollo.