Vocablo que viene de cliente, que significa persona que está bajo la protección de otra o que utiliza asiduamente los servicios de un profesional o de una empresa. El conjunto de clientes forma la clientela.
El concepto nació en la antigua Roma. La cientela romana era una relación económico-política entre una persona rica y altamente situada en el escalafón social, a la que se denominaba patronus, y otras de menor rango, llamadas clientes, a las que éste protegía, ayudaba y otorgaba tierra para que la trabajaran o ganado para que lo criaran, y que devolvían los favores de su patrono ofreciéndole obediencia y sumisión, defendiéndolo con las armas, testificando en su favor ante los tribunales y, en general, sometiéndose a las órdenes de él.
Con el tiempo la palabra pasó a la política. Esto ocurrió ya en la propia época de la Antigüedad romana, en que el vocablo clientela empezó a designar al conjunto de los plebeyos que depositaban sus intereses y esperanzas en un político y se ponían bajo su protección a cambio de darle el voto. Ese fue el origen de la palabra. De allí pasó al sur de Europa, al Oriente Medio y a la América Latina como parte de las relaciones políticas interpersonales. Hoy se habla con frecuencia de “clientelas electorales” para referirse a los grupos que respaldan a un político a cambio de ciertas obras o favores que éste les otorga o les ofrece otorgar desde el poder.
El clientelismo es una relación diádica que suele darse a través de la acción gubernativa —si el político está en el poder— o de la acción partidista o política —si no lo está— dirigida a entregar bienes o servicios a grupos políticamente cautivos de la población.
El clientelismo es un estilo de hacer política que consiste en generar fidelidades y gratitudes en grupos de la población a cambio de favores que les dispensan u ofrecen los políticos. Es la formación o fomento de esos grupos para respaldo de las acciones políticas, electorales o de gobierno. Hay quienes lo han definido como el “cambio de votos por bienes o servicios”.