Este concepto fue desarrollado especialmente por la sociología marxista como parte de su concepción dialéctica de que en las sociedades capitalistas existe una inevitable tensión entre la burguesía, dueña de los instrumentos de producción, y el proletariado, desposeído de toda clase de bienes, que se ve obligado a vender su fuerza de trabajo.
El marxismo dio el nombre de clase dominante a la buguesía en contraposición a la clase trabajadora o proletaria. La burguesía es la clase privilegiada que acumula todo tipo de prerrogativas, derechos y canonjías, mientras que el proletariado es la clase sometida y expoliada política y económicamente.
En la nomenclatura marxista la clase dominante es el grupo social hegemónico que maneja no sólo el gobierno del Estado y las relaciones de la producción sino que también impone al conjunto de la sociedad sus propias convicciones jurídicas, éticas, estéticas y religiosas, es decir, su propia manera de ver el mundo y la vida.
Dentro de las relaciones de producción que se establecen en la economía capitalista, la clase trabajadora se ve obligada a vender su fuerza de trabajo a la clase dominante a cambio de un salario insuficiente. La venta de la fuerza de trabajo —que, para este efecto, es lo mismo que cualquier mercancía— resulta inevitable para el trabajador puesto que de ella depende su propia subsistencia y la de su familia. El trabajador no tiene otra forma de procurarse el sustento diario ni puede prescindir de la clase burguesa, que es la propietaria de los medios de producción. Como contraprestación por sus servicios, el capitalista paga al trabajador una remuneración que siempre es menor que el cúmulo de riqueza que éste crea con su esfuerzo físico y mental. Esa diferencia —el trabajo no pagado— constituye la >plusvalía, que es la fuente del enriquecimiento del empresario y el elemento de sustentación de la propia clase dominante a través del proceso de acumulación capitalista.
Marx sostenía que, en esas condiciones, el salario de los trabajadores y el lucro de los empresarios resultan inversamente proporcionales: en la medida en que el uno baja, sube el otro. Consecuentemente, el interés de los aslariados y el de los capitalistas son diametralmente opuestos, lo cual origina la >lucha de clases, cuya teoría ha sido desarrollada ampliamente por los teóricos marxistas.
En la moderna >sociedad del conocimiento han surgido nuevos factores de diferenciación y estratificación sociales como fruto de la revolución electrónica y de los avances de la ingeniería biogenética. Se puede advertir una tendencia hacia la concentración del saber científico y tecnológico en pocas mentes, que va camino de constituirse en un factor disociador y polarizante de la sociedad. El monopolio del conocimiento en pequeños grupos sociales y la formación por la vía electrónica de una poderosa comunidad empresarial por encima de las fronteras estatales van a generar una nueva clase dominante, más fuerte y dinámica que la tradicional y con mayor poder de control social en sus manos.
Cosa parecida es presumible que ocurra con los avances de la ingeniería genética en el momento en que estén en capacidad de descifrar los treinta mil genes del ser humano, de correlacionarlos con sus diversas enfermedades y limitaciones físicas, emocionales y mentales y de fabricar en laboratorio genes enriquecidos para venderlos a la gente adinerada.
Esto llevará hacia sociedades polarizadas y divididas ya no por razones de riqueza, etnia o educación solamente, sino también por la calidad de los genes de las personas. La minoría que pueda tener acceso a ese tipo de genes será más sana, inteligente y vital e impondrá su hegemonía en el gobierno, la economía, las finanzas, la administración pública y privada, los medios de comunicación, los mandos militares y, en general, en todos los instrumentos de dominación social.
Bajo las órdenes de esta clase genéticamente enriquecida, que será sin duda la nueva clase hegemónica, trabajará la clase genéticamente inferior en el desempeño de tareas de baja productividad y de exiguas remuneraciones, a menos que hacia el futuro se elimine o se disminuya el desfase entre los avances de la ciencia y los progresos de la moralidad humana.