Significa cumbre, cúpula, cúspide, la parte más elevada de una montaña, el vértice de una pirámide. Por analogía, se llama cima, en el vocabulario político, a la reunión bilateral o multilateral de jefes de Estado con cualquier motivo.
Cima es la reunión del más alto nivel.
La diplomacia moderna, de contacto personal y directo entre los líderes políticos, convoca con frecuencia reuniones cimeras.
Fue el líder político inglés Winston Churchill (1874-1965) el primero en usar esta expresión en el discurso de su reelección como jefe del gobierno británico en 1951, cuando expresó la frase “parley at the summit”. A partir de ese momento empezó a difundirse esta expresión para designar a las reuniones bilaterales o multilaterales de jefes de Estado y jefes de gobierno.
En la actualidad han proliferado los encuentros y reuniones entre gobernantes, como expresión de la nueva usanza diplomática. Ellos sirven para estrechar vínculos de amistad, atenuar discrepancias, disipar prejuicios, bajar los niveles de tensión, enriquecer experiencias, resolver problemas, proyectar planes y programas de acción conjuntos.
En general, las reuniones-cumbres son útiles aunque a veces resultan excesivamente protocolares. Las bilaterales lo son más que las multilaterales. Sin embargo, no cabe duda de que se está abusando de ellas. Hasta el extremo de que el gobierno de Estados Unidos pidió a mediados de 1995 una “moratoria” de cumbres, ya por el alto costo que demandan, ya porque su misma utilidad está en entredicho. En la primera parte de la década de los 90 se han realizado demasiadas cumbres, todas ellas patrocinadas por las Naciones Unidas: la de la infancia en Nueva York en septiembre de 1990, la del medio ambiente y desarrollo en Río de Janeiro en 1992, la de los derechos humanos en Viena en 1993, la de población y desarrollo en El Cairo en septiembre de 1994, la de desarrollo social en Copenhague en marzo de 1995, la de la mujer en Pekín en septiembre del mismo año y la de conmemoración de los cincuenta años de existencia de las Naciones Unidas en Nueva York en octubre de ese año. El diplomático y escritor uruguayo Adolfo Castells ha inventado el ingenioso término de “cumbremanía” para describir la tendencia abusar de las reuniones cimeras que hoy impera en el mundo.
La reunión cumbre más amplia de la historia se realizó en Nueva York el 22 de octubre de 1995 con ocasión de conmemorarse el cincuentenario de la fundación de la Organización de las Naciones Unidas. Ciento sesenta gobernantes de todos los continentes se dieron cita en la sede central y pasaron revista a los principales temas de la vida internacional de nuestros días. Afrontaron también el problema del desfinanciamiento de la Organización Mundial por la mora en que habían incurrido sus miembros en el pago de sus cuotas anuales —los Estados Unidos adeudaban a esa fecha 1.400 millones de dólares—, que le impide cumplir con sus deberes, mantener sus misiones de paz, costear el funcionamiento de sus sedes en Nueva York y en Ginebra y pagar a sus 15.000 empleados.
Del al 6 al 8 de septiembre del 2000 se reunió en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York la llamada “cumbre del milenio” que juntó a ciento cuarenta y siete jefes de Estado y de gobierno de los países del mundo para tratar una agenda cuyos puntos principales fueron los siguientes: reducción de la pobreza en los próximos 15 años, educación para todos, combate contra el síndrome de inmuno-deficiencia adquirida (VIH/SIDA), protección del medio ambiente y revitalización de la Organización Mundial para que pueda hacer frente a los desafíos del siglo XXI.
Por supuesto que no se puede poner en duda la utilidad de las reuniones al más alto nivel de los gobernantes cuando hay problemas pendientes que arreglar. Durante su visita al Kremlin, en la primera de las cumbres entre estos jefes de Estado, el presidente norteamericano Bill Clinton suscribió con el presidente ruso Boris Yeltsin, el 14 de enero de 1994, la Declaración de Moscú en virtud de la cual los misiles nucleares de ambos países dejaron de apuntarse mutuamente. En el curso de esa visita el presidente norteamericano tomó asiento en la tribuna del hemiciclo del que fue el Soviet Supremo de la URSS —en cuyo escenario la hoz y el martillo han sido reemplazados por un gran reloj de pared— y escuchó allí al presidente ruso decir que su país algún día ingresará a la OTAN conjuntamente con los demás países europeo-orientales.
En el camino del entendimiento y buena relación, se realizó en Washington durante los días 27 y 28 de septiembre de 1994 la tercera cumbre de los jefes de Estado de la Unión norteamericana y de Rusia para tratar tres temas de gran trascendencia: la guerra civil de Bosnia, el problema nuclear y la ayuda económica a Rusia.