La palabra viene del latín scientia que designa un conocimiento, en cualquiera de las ramas de la actividad humana, que lleva aneja una garantía de su propia validez. Sin tener pretensiones de verdad absoluta busca la verdad con rigor y objetividad. Aunque es siempre perfectible y corregible, representa en el proceso del conocimiento el grado máximo de la certeza. Cicerón la entendía como “inteligencia”, “conocimiento”, “práctica”, “doctrina”, “erudición”. Desde este punto de vista, lo opuesto a la ciencia es la >opinión, que se caracteriza precisamente por la falta de seguridad en cuanto a su validez y al grado de verdad que encierra. La corregibilidad, la demostrabilidad y la descriptibilidad son los elementos esenciales del conocimiento científico. Conocimiento que está dispuesto de tal manera que entraña un sistema unitario en el cual las partes tienen necesaria relación con el todo, de modo que no se puede prescindir de ellas ni agregarlas o modificarlas arbitrariamente.
Las afirmaciones de la ciencia tienen validez general. Esta es otra diferencia con las opiniones, que son de carácter individual y a veces compartidas por un grupo. Cada quien tiene la suya que no excluye a las demás.
Se considera al ingeniero, astrónomo, matemático, físico y filósofo italiano Galileo Galilei (1564-1642) el creador del método científico, que consiste en observar un fenómeno, recolectar todos los datos relacionados con él y luego formular una hipótesis admitida provisionalmente como verdadera hasta que su validez pueda ser comprobada por la experimentación. Si la hipótesis no pasa esta prueba, debe ser desechada. Los resultados del proceso de indagación y experimentación se recogen en un reporte explicativo, escrito en forma clara y concreta. De este modo, el conocimiento científico no sólo ha de ser verdadero y general sino además demostrable por la experimentación.
Ya en 1930 el filósofo alemán Rudolf Carnap expresó: “Cuando afirmamos que el conocimiento científico es ilimitado, queremos decir que no hay ninguna pregunta cuya respuesta sea en principio inalcanzable por la ciencia”.
Pero, por científicas que sean, sus categorías son siempre provisionales porque, como afirma el profesor de física teórica inglés Stephen W. Hawking, en su libro “Historia del Tiempo” (1999), “a pesar de que los resultados de los experimentos concuerden muchas veces con la teoría, nunca podremos estar seguros de que la próxima vez el resultado no vaya a contradecirla”.
El positivismo del siglo XIX apeló a la observación de los hechos y a partir de ellos formuló sus inferencias. “El carácter fundamental de la filosofía postitiva —como dijo su creador Augusto Comte— es el considerar a todos los fenómenos como sujetos a leyes naturales invariables, cuyo descubrimiento preciso y cuya reducción al menor número posible son las finalidades de todos nuestros esfuerzos”.
La ciencia busca las relaciones de causalidad entre las cosas. Establece que una determinada causa produce necesariamente un efecto específico y sostiene que a la alteración de la causa corresponde la modificación del efecto.
La ciencia permite obrar sobre la naturaleza, modificarla, sacar provecho de ella, dominarla, prever su comportamiento. Ella no es meramente descriptiva: no es la simple reproducción “fotográfica” de los hechos sino que tiene un carácter dinámico y operativo. Sus afirmaciones tienen naturaleza anticipatoria y permiten hacer previsiones. La simple descripción de los hechos no es una ciencia. Hay que juzgar los hechos, compararlos, interrelacionarlos, extraer las leyes que los rigen. Característica de la ciencia es su “autocorregibilidad”, que significa dos cosas: relativismo del conocimiento científico y renuncia a la garantía de verdad absoluta. No obstante su ceridumbre, la ciencia invita a la duda, la promueve, por eso es un sistema “autocorrectivo”, pero es una duda acorde con su método científico y la corrección se realiza con apego a los cánones por ella establecidos..
La verdad científica es siempre provisional, mientras no se pruebe lo contrario.
El cientifismo o cientificismo, en cambio, es la tendencia a confiar dogmáticamente en la investigación científica, sin poner en duda sus resultados ni considerar que ella puede ser falible.
Con el bagaje de sus conocimientos acumulados, los científicos tratan de proyectar a inicios de cada siglo lo que será el desarrollo científico en la centuria que comienza. En 1900 el joven matemático alemán David Hilbert (1862-1943), en su discurso de inauguración del Congreso Internacional de París, propuso sus célebres 23 problemas que constituían los principales desafíos de la época en el campo de las matemáticas. La mayoría de ellos fue resuelta en el siglo XX pero algunos quedaron para el siglo XXI, que tiene problemas acumulados que resolver, como la cura del cáncer y del sida, o la depredación de la naturaleza, o la eventual extinción del ser humano —como ocurrió con otras especies de animales— por no haber aprendido a controlar su propia proliferación.
Ciencia y tecnología son cultura. La ciencia es la parte más dinámica de la cultura, la tecnología es la parte más dinámica de la ciencia. Pero ellas no son la misma cosa. Lo fueron en sus comienzos pero después ésta se separó de aquélla y asumió cierto grado de independencia. Hoy las diferencias son perceptibles. La ciencia busca la verdad mientras que la tecnología persigue la utilidad, la ciencia observa la realidad y la tecnología trata de modificarla, la ciencia se agota en la contemplación en tanto que la tecnología pasa a la agresión, la ciencia es eminentemente especulativa mientras que la tecnología es aplicada, la ciencia se pregunta el por qué de las cosas en cambio la tecnología averigua el cómo de ellas, la ciencia es abierta al conocimiento general mientras que la tecnología posee secretos celosamente guardados, la ciencia no es patentable, la tecnología sí.
Sin duda, las tecnologías informáticas, biogenéticas y nanométricas son la parte más dinámica de la tecnología moderna. Ellas, con todas sus múltiples aplicaciones, han iniciado una formidable revolución en las formas de organización social, en los modos de producción, en los patrones económicos, en la ordenación política de las sociedades y en las relaciones internacionales.
La incorporación de las modernas tecnologías de la información a todos los campos de la actividad humana ha transformado la organización social. La >informática ha permitido dotar de cerebro y memoria prodigiosos a cualquier equipo diseñado por el hombre. Y su inserción en las tareas de la administración del Estado y de las empresas privadas ha producido una honda “revolución administrativa”.
La >sociedad del conocimiento ha sido modelada por las tecnologías de última generación.
De otro lado, los sorprendentes logros de la >ingeniería biogenética posibilitarán que, en un futuro cercano, el diagnóstico de las enfermedades se realice mediante biochips para identificar las causas genéticas de ellas. Los biochips detectarán las fallas o alteraciones en los genes del paciente, o sea sus SNPs (single nucleotide polymorphisms), y permitirán desarrollar terapias personalizadas para enmendarlas.
La medicina del siglo XXI será la medicina de la biogenética. Dado que los genes son los elementos que definen y caracterizan a cada individuo de la especie humana, las enfermedades y las deficiencias humanas se prevendrán por la vía genética. Los genes contienen toda la información relativa al funcionamiento corporal y psíquico de los seres humanos. Los 30.000 genes portan esa información. Ellos “diseñan” a los individuos con determinadas excelencias pero también con deficiencias que se pondrán de manifiesto en forma de dolencias, defectos y quebrantos de la salud física o mental en el momento en que el código genético lo tenga determinado.
Eso significa que el análisis del genoma de cada persona permitirá generar nuevos medicamentos y saber cuál es el óptimo en cada caso. El profesor norteamericano de origen japonés Michio Kaku, que enseñaba física teórica en la Universidad de Nueva York, al tratar de vislumbrar los efectos que sobre la vida humana tendrán los avances científicos en el siglo XXI, afirma que la ciencia estará en posibilidad de curar las enfermedades hereditarias, frenar el envejecimiento, duplicar la esperanza de vida y manipular a discreción los genes humanos con ayuda de la ingeniería biogenética y de los ordenadores.
La >nanotecnología, que es el manejo y manipulación científicos de los cuerpos de escala ínfima, colocará a la humanidad en las puertas de una nueva revolución industrial —la revolución nanotecnológica— que, como sus antecesoras, ofrecerá adicionales mecanismos de dominación a los países altamente industrializados y diseñará el orden económico mundial del futuro.
La nanotecnología, con el manejo de las dimensiones ínfimas de la materia —por ejemplo: de un átomo de hidrógeno, que mide 0,1 nanómetros de diámetro, o de una molécula de ADN, cuyo tamaño es de 2,5 nm.—, podrá obtener de ella propiedades y rendimientos hasta hoy desconocidos. Llámase “efecto cuántico” a la modificación de las propiedades físicas y químicas de la materia en función de su escala nanométrica.
Con el desarrollo futuro de la nanociencia y de la nanotecnología, que constituyen una nueva rama cientifico-tecnológica, se abrirá la posibilidad de producir nuevos y mejorados insumos y materias primas para abastecer las necesidades de la industria y atender los requerimientos de la física, la química, la agricultura, la medicina, la biología, la biotecnología, la electrónica, la informática, la robótica y todas las demás disciplinas productivas.