Es un término de >cibernética con el cual se designa una “realidad artificial” creada por medios electrónicos. La palabra fue inventada en los años 80 del siglo pasado por el escritor norteamericano William Gibson en su libro “Neuromancer” (1984) para señalar lo que él, en el mundo de fantasía de su novela, llamaba “alucinación consensual”, o sea “ese punto en que los medios pululan y nos envuelven”.
Antes de Gibson se han utilizado diversas expresiones —ciberia, espacio virtual, mundo virtual, dataespacio, etc.— para señalar esa realidad forjada artificialmente por medios electrónicos. La palabra “virtual” es de vieja estirpe en los ámbitos científicos. Se la utilizó en la ciencia óptica en el siglo XVIII para describir la imagen refractada o reflejada de un objeto. Después la tomó la física para referirse a las partículas subatómicas que por fugaces no pueden detectarse. Y habló de “momento virtual” y “velocidad virtual”. Finalmente la palabra vino a parar a la informática y permanece indisolublemente ligada a ella.
El ciberespacio abre una nueva frontera al conocimiento y a la experiencia humanos gracias a la aplicación de las más sofisticadas tecnologías. Es el escenario de la >realidad virtual, o sea el lugar donde tienen ocurrencia las fantasías creadas por la electrónica en las cuales incursiona el hombre, completamente desconectado del mundo exterior, en una suerte de “solipsismo electrónico”. O sea en una realidad que sólo “existe” a partir de la interacción de los medios cibernéticos. El solipsismo, en filosofía, es una posición de subjetivismo radical que lleva a afirmar que sólo tiene existencia lo que pensamos, que la única realidad es la que cada quien la forja en su cerebro. Por analogía con esta actitud filosófica no resulta descaminado afirmar metafóricamente que el ciberespacio es una suerte de “solipsismo informático” porque es el lugar donde se desenvuelven los sucesos de la realidad virtual creados por la interconexión de efectos electrónicos.
El ciberespacio es una realidad nueva creada por los avances tecnológicos de la revolución digital. Es un “espacio virtual” que se ha superpuesto, en la sociedad del conocimiento, al dualismo clásico de espacio y tiempo, como dimensiones del mundo físico. Es un escenario artificial creado por los ordenadores, que ha remplazado al territorio tradicional como escenario de muchas de las actividades de las sociedades contemporáneas.
En términos tradicionales, lo social siempre estuvo vinculado a un territorio, a un espacio geográfico, donde las personas se encontraban e interactuaban. Hoy ese encuentro e interacción, en gran medida, se dan en el ciberespacio, que es donde se realizan on-line muchas de las relaciones sociales.
La “geograficidad” ha cedido paso a la “virtualidad” como nueva dimensión espacio-temporal. La revolución telemática ha marcado un proceso de “desterritorialización” de las sociedades. La dinamia inmaterial del ciberespacio ha determinado no sólo nuevas formas de organización social sino también nuevos modos de producción económica y nuevas maneras de hacer las cosas. Las transacciones mercantiles, las operaciones financieras y la rotación de los capitales han alcanzado velocidad de vértigo a escala planetaria. Los espacios urbanos se han reordenado. Todo lo cual ha modificado sustancialmente la estructura social. Y la sociología de la informática —que es la sociología de la sociedad del conocimiento, con sus propias y específicas características— ha asumido la responsabilidad de estudiar e interpretar los nuevos fenómenos sociales.
El ciberespacio es el lugar donde se encuentran los “objetos” y “acontecimientos” cibernéticos —vinculados con internet, realidad virtual, inteligencia artificial y los software electrónicos—. Allí es donde los usuarios de la red se reúnen e intercambian conocimientos, aunque esa no sea una reunión física sino una reunión virtual a través de un ordenador. En todo caso, este es un espacio público para la información, análisis, reflexión y discusión de todos los temas imaginables de la vida social. Allí los cibernautas conversan, se escriben, abren foros, discuten, conspiran, se divierten, hacen negocios, comercian, se prestan servicios, difunden propaganda y contrapropaganda políticas, visitan museos, consultan libros, asisten a exhibiciones artísticas, hacen pornografía, dan vía libre a sus fantasías sexuales, copulan (virtualmente), consuman fraudes y estafas electrónicos e, incluso, hablan ciberestupideces.
No es un lugar físico sino un lugar virtual en el que se desarrolla una intensa actividad social. Es un lugar de reunión de la gente y de intercambio de ideas y experiencias. No tiene una localización física: es ubicuo. Es además un espacio que crece y se expande. Tiene un alcance planetario y en él fluyen imágenes, sonidos, voces, colores, movimientos, textos, íconos e ideogramas que han definido nuevas formas de relación social. Las operaciones telemáticas que allí se realizan reemplazan a los libros, periódicos, revistas, bancos de datos, archivos, enciclopedias, diccionarios, salas de conferencia, aulas universitarias, laboratorios, almacenes, bancos comerciales, oficinas públicas, agencias de viajes, correos, teléfonos, lugares de encuentro y de tertulia y tantos otros medios de sociabilidad.
Este es un espacio que no existe materialmente. Las que en su seno se producen son relaciones sociales “inmateriales”. Es un lugar reproducido o simulado por la tecnología digital, que no posee anclajes planetarios, pero que no por eso deja de tener una gravitación decisoria en la organización social de nuestros días.
Cosa parecida ocurre con el tiempo virtual creado por la tecnología de la información. No es un tiempo real. Es, para decirlo con palabras del sociólogo español Manuel Castells, un tiempo “atemporal”, es decir, un tiempo artificial y diferido que abre la tecnología informática con independencia del ritmo cronológico de los hechos. El tiempo virtual es al tiempo real lo que el ciberespacio es al espacio: una ficción creada por la informática.
El tiempo virtual se inserta en el tiempo real. Inserción que se produce principalmente en esa ágora abierta de escala global que es internet, en la que los tiempos, manejados arbitrariamente, se introducen e “intercalan” en las horas del día. En el tiempo virtual los hechos quedan sometidos a secuencias temporales creadas por quien las presenta y no se inscriben, por tanto, dentro de las coordenadas de los acontecimientos y procesos históricos.
El hombre no crea el tiempo real pero ha establecido métodos para medirlo y periodizarlo en su afán de fijar los sucesos y explicar los procesos históricos. El tiempo real —que mide el reloj secuencialmente durante las 24 horas del día— es, en contraste con el tiempo virtual, el intervalo en el que ocurren los acontecimientos. El tiempo real es actual. En su instantaneidad ocurren las acciones y los hechos. En su marco se mueve el devenir. En cambio, el tiempo virtual es diferido y envuelve los hechos virtuales que tienen lugar en el ciberespacio.