Esta es una expresión frecuentemente usada en la vida política. Con ella se quiere significar el sacrificio impuesto a una persona, injusta o desproporcionadamente, para satisfacer las demandas punitivas de la >opinión pública por una acción equivocada, dañina o deshonesta de otra persona o del gobierno. La reparación del mal causado se hace por medio del sacrificio de alguna persona, a quien se condena a la destitución de su cargo o a la cárcel y, siempre, al ludibrio, para satisfacer con ello la “venganza” que clama este nuevo dios multitudinario de los regímenes democráticos que es el pueblo.
El origen de la expresión es la antigua usanza de las sociedades rudimentarias de ofrecer a sus dioses sacrificios humanos y animales para aplacar sus iras. Los primitivos hebreos solían entregar como ofrenda el sacrificio de un “chivo expiatorio” que lo sacrificaban sobre una piedra. El sumo sacerdote, al hacerlo, descargaba sobre él todas las iniquidades y culpas de los hijos del pueblo hebreo. De allí nos viene la expresión. Las acciones de sacrificio —como los ritos de los brahmana o del atharvaveda— tenían siempre un sentido mágico en las sociedades primitivas para atenuar la furia de los dioses o alejar la venganza divina.