Dícese del candidato que participa en un proceso electoral no para ganar sino para impedir el triunfo de otro de su misma tendencia política. Este término es un ecuatorianismo que la Real Academia Española de la Lengua ha incorporado a su diccionario. Proviene del quichua chimbana, que significa “cruzar” o “atravesar”. En el habla popular ecuatoriana chimbador era originalmente la persona que en un remate público de bienes presenta falsas posturas con el único fin de obligar a los otros participantes a subir las suyas. De allí pasó la palabra, por analogía, al vocabulario político —según afirma Carlos Joaquín Córdova en su obra “El habla del Ecuador, Diccionario de Ecuatorianismos”—, para designar a quien se presenta como candidato en una elección popular no con la aspiración de ganar sino de debilitar a otro para posibilitar el triunfo de un tercero.
El papel que juega el chimbador en la vida pública es dividir la votación de su sector político para propiciar la victoria de un adversario. Tres razones puede haber para la presencia del chimbador: corrupción, rencor o ingenuidad política. Hay mercenarios que se prestan a conspirar contra el triunfo del candidato de su partido o de su tendencia ideológica por dinero o por promesas burocráticas. Otros, en cambio, están movidos por el rencor que les causa haber pretendido una candidatura sin éxito. Sirven entonces conscientemente los intereses de sus adversarios ideológicos bajo el impulso del odio y la frustración. Cabe también la posibilidad de que un error de cálculo, la falta de contacto con la realidad, una engañosa percepción o una ingenuidad política propia de personas de pocas luces, que siempre pecan de optimismos infundados, les lleven a jugar este papel divisionista en favor de sus adversarios ideológicos.