Término recientemente incorporado a la lengua castellana, que tiene doble significación: la persona de origen mexicano que reside en los Estados Unidos de América y el movimiento reivindicador de sus derechos civiles y políticos.
La palabra chicano se formó como aféresis de mexicano. Fue la propia comunidad de origen la que la acuñó como una autoidentificación étnica y cultural y, en cierto modo, como una manifestación de orgullo nacional. Tiene, sin duda, una connotación reivindicacionista que parte de la discriminación que los inmigrantes mexicanos, generalmente indios y mestizos pobres que han ingresado ilegalmente en busca de oportunidades de trabajo, han soportado tradicionalmente en Estados Unidos y a quienes despectivamente se ha llamado “wet backs” —“espaldas mojadas”— porque algunos de ellos cruzaron a nado el Río Bravo —Río Grande, que llaman los norteamericanos—, que es parte de la frontera entre Estados Unidos y México, en busca de opciones de trabajo y de mejores remuneraciones.
El escritor mexicano Juan Rulfo relata en su cuento “Paso del Norte” la infeliz vida del campesino mexicano que emigra hacia Estados Unidos en procura de trabajo y dinero, envuelto en la congoja de vivir fuera de su tierra y de los suyos. Otros novelistas han afrontado también el tema, como Luis Spota en “Murieron a mitad del río” (1962) y Miguel Alvarez Acosta en “La frontera plural” (1979). Allí describen la tragedia de los emigrantes mexicanos, víctimas del fraude y el engaño de los “coyotes” —nombre con que se designa en México a los miembros de las mafias que trafican con los emigrantes—, la dureza de la policía norteamericana, la explotación después y a veces la muerte como final de su marcha. El espalda mojada de Rulfo y el de Alvarez Acosta murieron en el intento y el de Spota cruzó de regreso el río para volver a su tierra amargado, frustrado y endurecido.
Al movimiento por la defensa de sus derechos, entre ellos el de profesar su propia cultura, se denomina chicanismo. En las últimas décadas los <activistas de la lucha de la comunidad mexicana se organizaron en el chicano movement, llamado también de la reconquista, que representa los intereses políticos de la segunda minoría étnica más grande en Estados Unidos, después de los negros.
A los inmigrantes mexicanos, en su mayoría campesinos analfabetos, se los llamaba anteriormente “pochos” —término que fue generalizado por el escritor mexicano Octavio Paz (1914-1998) en su obra “El laberinto de la soledad”— y al proceso de su ingreso e integración al medio, pochismo. Pero estos vocablos, a diferencia de chicano y chicanismo que tienen connotaciones de orgullo étnico y cultural, son más bien despectivos puesto que designan a aquellos inmigrantes que, en renuncia tácita a sus tradiciones y costumbres nacionales, tratan de asimilarse al medio y quieren ser gringos.
En contraste con ellos, surgió en los años 40 y 50 del siglo anterior, en el seno de la comunidad mexicana en Estados Unidos —especialmente en California y Texas— un personaje muy peculiar: el pachuco, que era un indio o mestizo joven de extracción muy pobre y de poca cultura, estrafalariamente vestido, que solía asumir actitudes irregulares como protesta contra la sociedad estadounidense que le había sometido a una implacable discriminación racial y en la cual era considerado poco menos que un número. Hablaba un argot, mezcla informe de inglés y castellano, denominado caló, que era un inglés hispanizado —llamado también tex-mex— originado en El Paso, Texas, por los inmigrantes mexicanos.
El pachuco era fácilmente distinguible por su indumentaria: pantalones abombados que terminaban ajustados en los tobillos; chaqueta larga hasta las rodillas, con hombreras voluminosas; brillante y holgada leontina, que describía un amplio círculo sobre el pantalón; zapatos de colores combinados; y sombrero con pluma. Era una indumentaria —dandismo grotesco, la llamaba Octavio Paz— que desafiaba no solamente el buen gusto y las aceptadas reglas del vestir sino también el establishment norteamericano y que irritaba a su gente.
La palabra pachuco, de origen nahua —o sea perteneciente al pueblo indio que habitó la altiplanicie mexicana antes de la conquista española—, se incorporó recientemente al diccionario castellano para significar, en términos más amplios, “una persona de habla y conducta no aceptadas socialmente” o “jerga de maleantes, de jóvenes y, en general, de varones”.
Octavio Paz habla de este personaje en su ensayo “El pachuco y otros extremos” y el actor mexicano Germán Valdez, mejor conocido en el mundo del cine como “Tin Tan”, lo representó en varias películas.
Como fruto de su estancia en Los Ángeles, ciudad donde a la sazón había más de un millón de inmigrantes de origen mexicano y en la cual, al decir del escritor, “la mexicanidad —gusto por los adornos, descuido y fausto, negligencia, pasión y reserva— flota en el aire. Y digo flota porque no se mezcla ni se funde con el otro mundo, el mundo norteamericano, hecho de precisión y eficacia”, Octavio Paz publicó en 1950 una colección de ensayos sobre el carácter nacional. En uno de ellos, “El pachuco y otros extremos”, con palabras definitorias describió a los pachucos como “bandas de jóvenes, generalmente de origen mexicano, que viven en las ciudades del sur y que se singularizan tanto por su vestimenta como por su conducta y su lenguaje. Rebeldes instintivos, contra ellos se ha cebado más de una vez el racismo norteamericano. Pero los pachucos no reivindican su raza ni la nacionalidad de sus antepasados. A pesar de que su actitud revela una obstinada y casi fanática voluntad de ser, esa voluntad no afirma nada concreto sino la decisión —ambigua, como se verá— de no ser como los otros que los rodean. El pachuco no quiere volver a su origen mexicano; tampoco —al menos en apariencia— desea fundirse a la vida norteamericana. Todo en él es impulso que se niega a sí mismo, nudo de contradicciones, enigma”.
El pachuco es, en realidad, un ser desarraigado, emocionalmente solitario, paria, que no pertenece a lugar alguno porque “había perdido toda su herencia: lengua, religión, costumbres, creencias”, según escribió Paz. Era un individuo de malos hábitos, anárquico, escandaloso, provocador, maleante, pandillero —gang—, mafioso, engañador, petardista y crapuloso, en permanente actitud de protesta contra los valores, reglas y costumbres establecidos en el país anfitrión. La suya no era solamente una forma de vestir sino una actitud de rebeldía cerril contra la sociedad que le había condenado a la invisibilidad y a la falta de identidad. Fue entonces que, consciente de que allí era apenas un número, empezó a luchar para alcanzar visibilidad. Portador de una subcultura o, acaso, de una contracultura de violencia, el pachuco formó bandas juveniles que asumieron conductas díscolas e irregulares, reñidas con las leyes penales, y que protagonizaron frecuentes acciones de violencia en las calles, que conllevaron represiones policiales y encausamientos judiciales. Fue célebre, por las tensiones políticas, culturales y étnicas que generó entre los inmigrantes hispanos y los blancos californianos, el proceso instaurado en octubre de 1943 contra los miembros de la pandilla de pachucos de la calle 17 en Los Angeles —la 38th Street gang— por la muerte de un ciudadano en una pelea callejera.
El pachuco forma parte de la masa de inmigrantes chicanos a Estados Unidos.
"The Economist" informó que en el año 2000, de doce ciudades norteamericanas fronterizas importantes, seis tenían población hispano-mexicana en más del 90%, tres en más del 80%, una entre el 70% y el 79% y sólo dos (San Diego y Yuma) en menos del 50%.
El profesor norteamericano Samuel P. Huntington (1927-2008), en su libro “¿Quiénes Somos?” (2004), afirma que hay un proceso de “mexicanización” en algunos estados del suroeste de la Unión Norteamericana por la “invasión” de inmigrantes legales o clandestinos de México a lo largo de su frontera terrestre de más de tres mil kilómetros y demuestra su temor de que si la tendencia continúa pudiera consolidarse en esa región un bloque cultural y lingüísticamente diferenciado, con propia identidad, que no querrá asimilarse a Estados Unidos.
Huntington dice que los inmigrantes mexicanos constituían, en el año 2000, el 27,6% de la población estadounidense nacida en el extranjero. Añade que en ese mismo año la población nacida fuera de Estados Unidos correspondía a los siguentes cinco primeros países: México 7’841.000 habitantes, China 1’391.000, Filipinas 1’222.000, India 1’007.000 y Cuba 952.000. Concluye que el impacto de esta inmigración es muy fuerte, especialmente en las escuelas, porque tiene tasas de fecundidad notablemente más altas que las de la población nativa. Y anota que en el año 2002 el 71,9% de los estudiantes del Distrito Escolar Unificado de la ciudad de Los Ángeles era de jóvenes hispanos.
Con referencia a la migración mexicana el profesor Huntington anota que “ningún otro grupo inmigrante de la historia de los Estados Unidos ha reclamado para sí o ha estado en disposición de formular una reivindicación histórica sobre una parte del territorio estadounidense”. Estas palabras aluden, sin duda, al hecho de que Texas, Nuevo México, Arizona, California, Nevada y Utah formaron parte del territorio de México hasta las guerras mexicano-norteamericanas de 1835-36 y de 1846-48, en que fueron anexados a Estados Unidos. En otras palabras, los inmigrantes mexicanos proceden de un país cuyos territorios le fueron despojados por la fuerza y, por tanto, abrigan consciente o inconscientemente la esperanza de recuperarlos. Esto hace que la inmigración mexicana sea cualitativamente diferente. Cosa que preocupa a Huntington en función de la identidad de su país, fundado por colonos blancos, británicos y protestantes.