Se llama así al conjunto de ideas y planteamientos económicos y sociales formulados por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), que es el organismo creado por las Naciones Unidas en 1948 con el propósito de estudiar la situación económica y social de los países del área latinoamericana y caribeña.
En ese año un grupo de delegados de esta parte del mundo ante el Consejo Económico y Social de la Organización Mundial propuso la creación de una comisión económica regional de naturaleza permanente. Al comienzo la iniciativa recibió dura oposición porque muchos delegados consideraron que la ONU, como entidad de carácter universal, no debía dar paso a una propuesta regional. Pero finalmente pesó el hecho de que, después del fin de la guerra mundial, los países latinoamericanos se vieron forzados a vender cada vez más baratos sus productos de exportación —materias primas y bienes primarios— para adquirir equipos y bienes manufacturados cuyos precios crecían incesantemente. Estados Unidos y Francia iniciaron la aceptación a la propuesta latinoamericana. Y finalmente la creación de la CEPAL se convirtió en el primer acto de la >comunidad internacional de la postguerra para afrontar en forma permanente los problemas económicos y sociales de un grupo de países de menor desarrollo.
Bajo la inspiración del economista argentino Raúl Prebisch (1901-1986), la CEPAL elaboró una teoría del >desarrollo propia de América Latina que incluyó una serie de conceptos nuevos sobre la relación centro-periferia, la >dependencia de las economías periféricas bajo las economías centrales, la marginación social, el >dualismo de las sociedades latinoamericanas, la planificación económica, la implantación de políticas distributivas del ingreso, la protección de los mercados internos, la transferencia tecnológica, el modelo de >sustitución de importaciones como mecanismo de desarrollo industrial, la explicación estructuralista del >subdesarrollo, el deterioro de los términos de intercambio en el comercio exterior, la >división internacional del trabajo, la integración económica regional y subregional y muchos otros elementos conceptuales que constituyeron un intento serio y bastante bien logrado de crear una teoría original y propia del desarrollo en América Latina.
La teoría implicaba la presencia de un Estado fuerte con capacidad para asumir la gestión directa de algunas áreas de la producción —por ejemplo: la industria petrolera en Venezuela, la banca en Costa Rica, la banca y las telecomunicaciones en México, el acero en Brasil—, interferir las fuerzas del mercado cuando lo considerara necesario o conveniente, establecer cuotas de importación y aranceles, reconocer subsidios a productores y consumidores, establecer control de precios en algunas áreas, entregar crédito dirigido a las actividades económicas que deseara impulsar, establecer controles a la inversión extranjera directa e indirecta, restringir la repatriación de utilidades y regular la reinversión de ellas, promover la transferencia de tecnología e implantar una serie de políticas para impulsar el desarrollo endógeno de las economías latinoamericanas.
Las tres ideas básicas que sirvieron a Prebisch para elaborar su estrategia de desarrollo fueron la planificación, la industrialización y el proteccionismo. En torno a ellas formuló sus propuestas para alterar la tradicional forma de crecimiento de los países latinoamericanos fundada en la exportación de materias primas. Hasta ese momento, la mayor preocupación de ellos, según se pudo ver en las discusiones de Bretton Woods, fue la de atenuar las fluctuaciones de los precios de sus productos básicos en el mercado internacional. El énfasis en la industrialización, como instrumento del desarrollo, provino de la CEPAL. Ella consideró inaplazable iniciar el proceso industrial —primero, con la sustitución de importaciones y, después, con la industrialización “hacia afuera”— para poder absorber la fuerza de trabajo redundante en el campo u ocupada en actividades agrícolas de bajísima productividad y para fortalecer por este medio el poder de compra de la población. En ese momento uno de los obstáculos mayores para el desarrollo de estos países era —y aún sigue siéndolo— la falta de demanda. Los economistas de la CEPAL sostenían que para lograr las condiciones que posibiliten el progreso económico era indispensable la intervención del Estado, ya para planificar la economía, ya para implantar sistemas más equitativos de reparto de los excedentes, ya para promover niveles más altos de consumo, ya para impulsar métodos obligatorios de ahorro que permitieran la formación de capital, ya en fin para dar a los países de América Latina mayor fuerza de negociación con los Estados centrales.
Para la CEPAL, desarrollo y subdesarrollo no son fenómenos independientes sino íntimamente vinculados entre sí. El subdesarrollo es, en no despreciable medida, la consecuencia del desarrollo de los países ricos y de la explotación que ellos han hecho a lo largo de mucho tiempo de los recursos de los países pobres. En otras palabras, el desarrollo de los países centrales se explica por el subdesarrollo de los países periféricos de América Latina, Asia y África. Esta es la relación que el organismo internacional ha llamado centro-periferia. Es una relación de dominación y dependencia cuyas principales manifestaciones son la >división internacional del trabajo, que determina que unos países se especialicen en la producción de manufacturas y otros en la de bienes primarios, y el creciente deterioro de los términos de intercambio comercial entre ellos, que ahonda cada vez más la brecha que les separa.
Según esta teoría, anticipada por el ruso Nicolai I. Bujarin en 1915, antes de la Revolución de Octubre, el dinamismo económico internacional ha erigido núcleos de decisión y de apropiación de los excedentes que han impuesto su dominio sobre las “periferias” económicamente atrasadas del planeta. Es en esos “centros de decisión” que se diseña el orden económico mundial, del que se desprende la división internacional del trabajo que condena a los países periféricos a producir y exportar materias primas para alimentar las usinas industriales de los países centrales.
Las causas del subdesarrollo son, por tanto, estructurales en lo interno y en lo internacional y no se podrán superar a menos que se modifiquen las estructuras que las originan. En el orden interno, la modificación de las estructuras agraria, tributaria y laboral, tenidas como obstáculos estructurales al desarrollo, y la creación de una dinámica estructura industrial fueron algunas de las sugerencias claves del sistema cepalino para impulsar el progreso de América Latina.
A este conjunto de teorías tocantes a los problemas económicos y sociales de la región, formuladas por la CEPAL en las décadas anteriores, se ha dado el nombre de “cepalismo”. En algunas materias sus teorías entrañan aportes originales a las ciencias económicas latinoamericanas y en otros, como en el de la relación centro-periferia, tratada ya por Bujarin en la segunda década del siglo pasado, son el desarrollo de tesis anteriores. En el caso del deterioro de los términos de intercambio se trata de una impugnación a las afirmaciones de los economistas clásicos y neoclásicos que vieron un supuesto efecto “homogeneizador” en el comercio internacional sobre el desenvolvimiento económico de todos los países.
La CEPAL dio aportes muy importantes al pensamiento económico de América Latina y en su torno congregó a un grupo de relevantes intelectuales, economistas, historiadores económicos y sociólogos como Aníbal Pinto, Celso Furtado, Aldo Ferrer, José Medina Echavarría, Octavio Rodríguez, Regino Botti, Jorge Ahumada, Osvaldo Sunkel, Pedro Vuscovic, Fernando Henrique Cardoso, Enzo Falleto, Juan Noyola, Adolfo Gurrieri, Enrique Iglesias y varios otros. Bajo el liderato de Raúl Prebisch se formó una verdadera escuela económica —el cepalismo— que hizo contribuciones originales a la historia del pensamiento económico mundial y que durante medio siglo ejerció una gran influencia en América Latina.
Durante esos años la CEPAL estuvo sometida al fuego cruzado de algunas izquierdas latinoamericanas, que la acusaron de >desarrollismo, y de las derechas que le imputaron inclinaciones “comunistas”. Al margen de esas incomprensiones, creo que la institución ha hecho aportes de gran valor al diagnóstico de la situación regional y a la formación de ciencias sociales latinoamericanas capaces de estudiar bajo sus propias categorías los problemas regionales.
Muchos años después, ante la crisis financiera que echó por tierra los logros sociales de los años anteriores en América Latina y el Caribe —y que consolidó a la región como la más desigual del planeta—, la CEPAL replanteó en mayo del 2010 la necesidad y conveniencia de un vigoroso papel del Estado en el proceso económico de la sociedad para la promoción del empleo y de la igualdad social. Señaló que las reformas de los años 80 del siglo pasado, dirigidas hacia la reducción del papel estatal en la economía, la liberalización financiera y económica, la privatización, la autorregulación de los mercados, el desmantelamiento de instituciones importantes para el desarrollo y el predominio de los agentes económicos privados, han aumentado las brechas del ingreso y han impedido que los frutos del crecimiento económico llegaran a los sectores más pobres. En consecuencia, sostuvo que el Estado debe ampliar su rol social, regulatorio y empresarial, sin perjuicio de utilizar algunos de los mecanismos del mercado para la asignación de recursos y la provisión de servicios. Afirmó la necesidad de un fuerte papel del Estado, que debe ser “el principal actor en la conciliación de políticas de estabilidad, crecimiento económico, desarrollo productivo, promoción del empleo y la igualdad”.