La noción de censura apareció con el filósofo francés (aunque nacido en Alemania) Paul Henri Holbach (1723-1789), que en su propuesta política de crear lo que llamaba ethocratie, o sea el gobierno de la moral, defendía como medios la educación, la censura, las leyes que repriman la vida lujosa y la prohibición del teatro, el baile, la prostitución, el juego y otras diversiones.
Holbach contradecía la afirmación de Montesquieu de que no podía encontrarse virtud sino dentro de los principios republicanos y sostenía que también se la podía hallar en una monarquía, tanto en el monarca como entre los súbditos. Postulaba la ethocracia como forma de gobierno. Para lo cual propuso los métodos que la harían posible. La educación era el primero de ellos y el segundo la censura, a cargo de un tribunal de moralidad que vigilaría y corregiría la conducta de los adultos. Las leyes limitarían el nivel del lujo que caracterizaba la vida de los ricos. El juego, la prostitución, los teatros y otras diversiones de este orden serían prohibidos.
Algunos pensadores dicen que el programa de reformas de Holbach presentaba ciertas afinidades con las ideas de Savonarola y de Calvino, pese al hecho de que el filósofo francés fue uno de los más radicales ateos de su tiempo.
La censura entrañó, en todo tiempo, una restricción de las ideas y la persecución de sus autores como consecuencia de la expresión de ellas en forma oral o escrita. Históricamente está basada en el principio de que las ideas son siempre importantes para incitar a la acción y que, por tanto, algunas de ellas son peligrosas para la salvación del alma o para la convivencia social. En consecuencia y en todo caso, las ideas son una cuestión de interés general muy importante. El “libre tráfico de las ideas”, al que se refería el médico y escritor norteamericano Oliver Wendell Holmes (1809-1894), tuvo un desarrollo tardío en la historia y nunca fue universalmente aceptado.
La existencia de la censura demuestra que, en concepto de algunas personas, cada idea puede provocar una persecución. Pero la historia de la censura también demuestra, afortunadamente, que ha sido al mismo tiempo la historia de la lucha por la libertad y la tolerancia, librada con denuedo contra las fuerzas de la opresión.
En términos generales, la Antigüedad no conoció la censura previa pero los magistrados tenían el derecho de ordenar la destrucción de las obras contrarias a las convicciones prevalecientes.
Así, el areópago quemó en Atenas las obras de Protágoras en las que manifestaba sus dudas respecto a la existencia de los dioses. En Roma las obras de teatro estaban sometidas a examinadores públicos instalados en el templo de Apolo Palatino.
Durante la Edad Media se sometió al fuego toda clase de textos, especialmente religiosos. Históricamente las primeras censuras previas se ejercieron contra la libertad religiosa, al perseguirse el pecado y la herejía. El imprimátur, o sea la autorización eclesiástica para imprimir un escrito cuando éste no estaba en el Index, era el requisito indispensable para la publicación de toda obra religiosa o no religiosa.
Los censores españoles tuvieron en suspenso durante largo tiempo la publicación del “Don Quijote de la Mancha” por una frase de Sancho Panza que los clérigos consideraban contraria a la ortodoxia. La frase se refería a la nulidad de las obras de caridad hechas con negligencia o con pereza. Tuvo que intervenir el arzobispo Bernardo de Sandoval para calmar la exaltación escrupulosa de los frailes y entonces la obra de Cervantes pudo llegar al público.
En 1742, durante el <absolutismo monárquico, se creó en Francia un cuerpo de censores reales formado por 79 especialistas en todas las actividades del espíritu (teología, medicina, química, jurisprudencia, historia, matemáticas, geografía, arquitectura, pintura, etc.). Enrique VIII en Inglaterra impuso un sistema de controles sobre los escritores y los editores bajo la férula de censores religiosos, que se extendió hasta 1695. La impresión de un libro sin obtener la autorización real era un crimen. Hubo increíbles abusos. La libertad fue proscrita. Filósofos, pensadores, escritores y artistas fueron sometidos a las arbitrariedades más odiosas. Esto terminó en Inglaterra a fines del siglo XVII, en que se pasó a una era de tolerancia y libertad, y en Francia con la Revolución 1789.
La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de ese año inscribió la libre expresión de las ideas como una de las prerrogativas fundamentales del ser humano. A partir de ese momento todo ciudadano pudo hablar, escribir e imprimir libremente sus ideas, sin que esto le impidiese responder por el abuso de esa libertad en los casos determinados por la ley.
Napoleón restableció la censura por decreto del 5 de febrero de 1810 para la prensa y los libros, pero en 1815 comprendió su error y la suprimió.
Vino un siglo y medio de relativa libertad de expresión aunque hubo juzgamiento de obras escritas. Flaubert fue absuelo por “Madame Bovary” y Baudelaire fue condenado por “Les Fleurs du Mal” en la segunda mitad del siglo XIX.
En las primeras décadas del siglo XX el >fascismo y el >comunismo reimplataron la más rigurosa censura contra todas las expresiones del espíritu, como parte del proceso de >desconstitucionalización de los Estados sometidos a esos regímenes autoritarios.
A partir de la última postguerra la libertad de pensamiento, de información y de prensa parecen haber ganado la batalla contra la censura y las demás limitaciones a la libertad de expresión del pensamiento en forma oral o escrita. Con la caída de los últimos bastiones del autoritarismo a fines de la década de los años 80 del siglo anterior son muy pocos los países en donde todavía existen restricciones que coartan el libre pensamiento y en los cuales se ejerce alguna forma de censura contra su emisión.
La censura es de muchas clases, no sólo por la forma en que se la impone y las sanciones que reciben sus autores en caso de desacato, sino también porque abarca todas las dimensiones del pensamiento y la acción humanos. Hay censura de ideas políticas y religiosas, hay censura de prensa, la hay de arte, teatro, cine y de cuantos campos de acción puedan ser materia de preocupación del pensamiento del hombre.
Son poco claros los linderos entre la censura y la represión. Se presentan como dos fases del mismo fenómeno de intolerancia y arbitrariedad. La censura pretende impedir que una idea o un pensamiento se exprese y la represión es el castigo que recibe su autor por haberlo expresado, o sea por haber evadido la censura. Además, la represión actual contra una persona que ha emitido una idea se presenta como censura indirecta para la próxima que desee hacer lo mismo.