Esta palabra tiene múltiples acepciones en el campo económico. El profesor de economía de Oxford, William Senior, escribió que “el término capital ha sido definido de tan variados modos que se puede dudar de que tenga alguna significación admitida de modo general”. Se entiende por capital una suma de >dinero que se presta y por cuyo uso se cobra un >interés, o el patrimonio de una persona que devenga una renta o, en sentido más amplio, uno de los factores de la producción —el >trabajo y la >tecnología son los otros—, que puede consistir en dinero, títulos que lo representen, tierras, plantaciones, edificios, máquinas, equipos, instalaciones, medios de transporte, instrumentos, herramientas, materias primas e insumos.
El capital humano —que es como a veces se denomina en los regímenes capitalistas al conjunto de los trabajadores manuales e intelectuales, calificados y no calificados, dependientes e independientes— no se incluye en este rubro.
Lo que está claro es que el capital es parte de la riqueza. El conjunto indiferenciado de bienes que posee una persona o corporación es la riqueza. La parte de ella representada por el flujo monetario, o su equivalente en bienes y servicios, es la renta. El capital es la riqueza menos la renta, que se destina a fines productivos. Sirve para adquirir equipos, materias primas, insumos y para poner en marcha un proceso productivo. Adam Smith empleó el término stock para definir al capital como un fondo de bienes acumulados con fines de inversión.
El capital es un elemento indispensable para la producción en cualquier sistema económico. Tan indispensable como los otros factores productivos. Los titulares de su acumulación y los beneficiarios de lo que produce cambian, pero esto en nada afecta el valor instrumental y la utilidad del capital en el proceso de la producción. Por tanto, hay que concluir que la formación del capital es indispensable lo mismo en el sistema capitalista que en el socialista, aun cuando los procedimientos de acumulación sean diferentes. En las economías dirigidas es la autoridad pública la que decide el ritmo y los destinatarios de la acumulación del capital y la forma de remuneración a los distintos factores productivos. En las economías de mercado la formación del capital sigue una ruta diferente. Son las fuerzas mercantiles, con arreglo a las cuales se desenvuelve el proceso productivo, las que determinan la formación del capital. Pero no hay producción posible, en los dos sistemas, sin la concurrencia de los tres factores claves: capital, trabajo y tecnología.
Resulta muy difícil reducir el concepto de capital a una definición. El capital adopta muchas formas y modalidades. Es capital público el que pertenece al Estado y privado el que en su provecho manejan las personas particulares. Es capital productivo el que está integrado al proceso de creación de bienes y servicios y capital improductivo el que se mantiene ocioso o no tiene un destino inmediato de producción. El capital productivo, a su vez, se divide en varias clases: se llama capital fijo a los terrenos, obras de infraestructura, instalaciones, maquinarias, instrumentos y herramientas de una empresa; y capital circulante o de funcionamiento al flujo de dinero que ella emplea en el pago de la mano de obra y en la adquisición de las materias primas e insumos que necesita para el proceso productivo. Las materias primas almacenadas se consideran también capital circulante. El capital fijo interviene en varios ciclos de producción mientras que el circulante se consume en uno solo. Capital especulativo es el que se dedica a lucrar de las fluctuaciones de precios que los bienes, valores y cosas tienen en el tiempo. Se denomina capital financiero al que está contenido en los títulos negociables que representan los bienes y activos de una empresa. Por extensión se llama así también a los grupos financieros que, por la vía de la posesión de esos títulos, controlan las empresas. Se llama capital social al que corresponde a una compañía y capital pagado a la parte de él que los socios cubren por medio de sus aportaciones dinerarias o en especie.
Todas estas son modalidades que adopta el capital en el proceso social y de la producción. Es versátil, salta de un lugar a otro, es móvil, burla las fronteras, se presenta de muchas maneras y sirve a las mil formas de la producción, circulación y distribución de bienes y servicios.
Una de ellas son los capitales errantes de carácter especulativo —llamados “hot money”— que ingresan o salen de los países de acuerdo con el grado de estabilidad de la moneda local y sus perspectivas de lucro, así como de las condiciones tributarias que se les ofrecen. Si las expectativas locales son poco halagüeñas, en el sentido de que un país no está en capacidad de mantener el valor de su moneda o que otro tiene un proceso de revalorización monetaria u ofrece exoneraciones impositivas más interesantes, esos capitales inmediatamente se convierten a la moneda más fuerte, a través de movimientos de corto plazo, y se sitúan en el centro financiero que mayor rentabilidad les reconoce.
En general, el capital no tiene patria ni está ligado por vínculos de patriotismo o solidaridad social. Es esencialmente apátrida. Está movido exclusivamente por el afán de lucro. Entra y sale de los países con entera facilidad de acuerdo con sus conveniencias al amparo de los modernos procesos de >liberalización y >”globalización” de la economía.
En 1910 el político y economista austriaco Rudolf Hilferding (1877-1941), de tendencia marxista, al analizar la hegemonía de la banca en el modo de producción capitalista, formuló la expresión capital financiero para designar el “capital en forma de dinero” en poder de las grandes compañías financieras —bancos, empresas de crédito, compañías de seguros— que experimentan una gran expansión con la manipulación del dinero y que ejercen el monopolio del crédito. El concepto fue desarrollado después por Lenin, en el marco de su teoría del >imperialismo —etapa superior del capitalismo—, para señalar el entrelazamiento de los bancos con la industria, en conjunción de esfuerzos, a fin de maximizar el proceso de <acumulación capitalista. Dueños del mercado de capitales, los bancos excluyen de las posibilidades de crédito a las empresas competidoras y acrecientan sus beneficios. Con lo cual imponen su dominio económico y político. En esta línea de pensamiento, el líder marxista búlgaro Georgi Dimitrov explicó que “un pequeño círculo de magnates del capital financiero se convierte en la oligarquía financiera y se apodera de las posiciones clave en la economía de los países capitalistas”.
En la nueva ordenación económica internacional el capital financiero ha encontrado su propia “soberanía”. Es libre de moverse internacionalmente. Elige el Estado en el que quiere trabajar, de acuerdo con sus conveniencias. Salta las fronteras nacionales con gran facilidad. En pocos segundos es capaz de transformar su denominación monetaria y emigrar. De este modo se trasladan grandes masas de dinero y actividades productivas hacia lugares con mayores posibilidades de ganancia. En caso de que un país no ofrezca condiciones “atractivas” para la inversión financiera, el capital puede “castigarlo” ya sea desinvirtiendo en él, ya caotizando sus mercados financiero y de cambios, ya abandonando su territorio. Y el Estado no puede evitarlo. Ha perdido control sobre buena parte de su economía frente al dominio globalizado del capital y, consecuentemente, su capacidad para diseñar políticas económicas o monetarias independientes se ha visto menoscabada por obra de la globalización.