El hombre —ser incompleto e insuficientemente dotado para afrontar los retos de su propia subsistencia— se vio forzado a formar sociedades de ayuda mutua para poder sobrevivir. Así nacieron las asociaciones políticas que, desde la horda primitiva hasta el Estado moderno, evolucionaron de acuerdo con el ritmo y la dirección del movimiento universal que va de lo simple a lo complejo, de lo indiferenciado a lo diferenciado, de lo homogéneo a lo heterogéneo.
En el curso de los siglos el hombre pasó de la horda primitiva a formas de organización social cada vez más amplias, mejor logradas y más complejas.
El Estado, en consecuencia, no es más que el último eslabón conocido de la milenaria cadena evolutiva de las formas de organización social. Pero, como sus antecesoras, no puede aspirar a una vida eterna. El Estado es una categoría histórica. Está anclado en una determinada etapa de la historia del hombre de la que no puede desvincularse. Forzosamente vendrán en el futuro formas de organización social más eficientes para satisfacer las nuevas necesidades humanas. Esto es lógico. Una mirada retrospectiva nos muestra que la horda dio origen al clan, el clan a la tribu, la tribu a la confederación de tribus, ésta a la nación y sobre la nación se organizó el Estado. Lo cual demuestra la finitud de las formas de organización de la sociedad.
El Estado no puede aspirar a una vida eterna. Eso sería antidialéctico. Y me atrevo a afirmar que se observan ya ciertos síntomas de obsolescencia del Estado. ¿Cuáles serán las nuevas formas de asociación que encontrará el hombre para buscar su bienestar? Sin duda serán formas más amplias de organización social que se vislumbran ya en la tendencia mundial a componer sociedades regionales y subregionales de Estados. Pasa con el Estado lo mismo que ocurrió con el hombre primitivo: para suplir sus insuficiencias integró sociedades.
Son evidentes las insuficiencias del Estado respecto de los grandes problemas de escala planetaria que se presentan en la sociedad masificada de nuestros días: la promoción del desarrollo humano, la protección del medio ambiente, la explotación racional de los recursos naturales, la preservación de la paz internacional, la detención del >terrorismo sin fronteras, el control de la fecundidad, la lucha contra determinadas enfermedades, la regimentación de la >sociedad del conocimiento, la conducción de las revoluciones digital y biogenética, la defensa ante los desórdenes climáticos, la administración de la cada vez más escasa agua dulce del planeta. Todas estas y otras cuestiones deben afrontarse por encima de la fronteras nacionales. No creo que sea un despropósito, desde el punto de vista dialéctico, hablar de la crisis del Estado. Ella se demuestra a través de las cosas que ocurren en nuestros días. La propia tendencia a formar bloques de Estados con fines específicos o el proceso de >integración económica y política que está en pleno auge son una prueba de la insuficiencia del Estado, individualmente considerado, para afrontar los nuevos retos de la sociedad.
Han surgido problemas nuevos que, a semejanza de los fenómenos meteorológicos —vientos, temporales, turbulencias—, se desplazan sin consideración a las fronteras nacionales y desbordan la capacidad de los Estados para afrontarlos aisladamente. Por tanto, las respuestas sólo pueden ser transnacionales. Esa es la dirección en que hoy se mueve el mundo y que nos permite pensar en la proximidad de la obsolescencia del Estado.
Alguien dijo que el Estado ha resultado demasiado grande para los problemas pequeños de la gente y demasiado pequeño para los problemas grandes de la sociedad.
De otro lado, hay una tendencia a formar una suerte de gobierno transnacional que suplante a los Estados nacionales en algunas de sus funciones y que afronte problemas frente a los cuales éstos se han mostrado incompetentes, tales como la promoción de la paz, el desarme, la protección de minorías étnicas, los flujos migratorios, la producción en gran escala, la estabilidad monetaria, el combate contra el terrorismo sin fronteras, la brega contra el narcotráfico, el control de la tasa de fecundidad, la lucha contra enfermedades transnacionales, la defensa del medio ambiente, el combate contra la emisión de gases de efecto invernadero y otros problemas metanacionales.
Si bien no se trata de una “entidad” que reemplaza formalmente al Estado, sí es un proceso de articulación internacional que asume buena parte de las que han sido tradicionalmente responsabilidades estatales.
La globalización ha “desterritorializado” la política y la economía. Las ha liberado de su afincamiento territorial. El ámbito geográfico estatal para los efectos del intercambio mundial ha pasado a ser menos importante que el tiempo como dimensión de la economía. La dimensión temporal se ha superpuesto a la espacial, en el sentido de que lo que tradicionalmente se ha considerado como “nacional” ha sido desbordado por “lo global” y de que los Estados cuentan cada vez menos como factores de la actividad política y económica. Las “plazas financieras” no coinciden, como antes, con la diagramación limítrofe de los Estados. La “alianza” entre las telecomunicaciones, la informática y los transportes ha empequeñecido el planeta. Ha aproximado sus puntos más distantes. Ha vencido las dificultades que antes le imponía la geografía. Esto lo saben bien los actores políticos y económicos. A las <corporaciones transnacionales de nuestro tiempo no les interesa la territorialidad, en el sentido estatal de la palabra. Ven el planeta como un solo y gran mercado que hay que abastecer y a los ciudadanos, como sus reales o potenciales consumidores.
Concomitantemente, la era digital ha producido efectos determinantes sobre el Estado y sus elementos: pueblo, territorio, soberanía y poder político. La informática ha impactado contra ellos. Ha impuesto la velocidad como el signo de los tiempos y ha suplantado la dimensión espacial por la dimensión temporal en todas las actividades humanas. Ha superpuesto el cibesespacio —que es un "espacio virtual", carente de corporeidad, cuantificado en bits y no en átomos— sobre el territorio estatal tradicional como escenario de la actividad humana. Y es allí donde se despliega on-line buena parte de las relaciones sociales. Dicho de otra manera, lo social estuvo tradicionalmente vinculado a un territorio, a un lugar físico, a un delimitado espacio geográfico regido por las leyes estatales y sometido a la autoridad política, donde las personas se encontraban e interactuaban. Hoy el encuentro e interacción, en gran medida, se dan en el ciberespacio, que es donde se realizan on-line muchas de las actividades humanas y se despliegan las relaciones sociales. En la era digital la "geograficidad" ha cedido paso a la "virtualidad" en la sustentación de las acciones humanas. La política, la información, las telecomunicaciones, las actividades académicas, la educación, la producción, las transacciones mercantiles, las operaciones financieras, la rotación de los capitales y otras acciones sociales, que antes tenían un referente territorial, han alcanzado velocidad de vértigo y escala planetaria a través de internet. El ciberespacio —escenario artificial forjado por los ordenadores— ha reemplazado al territorio estatal como base de muchas de las actividades sociales de nuestro tiempo y las soberanías estatales han quedado muy disminuidas. Muchas de las acciones que se desarrollan en el ámbito transnacional e ilimitado del >ciberespacio escapan al conocimiento y control de las autoridades políticas.
El enorme poder del capital financiero en el mundo digital y globalizado no tiene precedentes. Ha encontrado en los avances de la informática y las telecomunicaciones sus principales aliados. Puede cambiar su denominación, levantar vuelo e ir de un lugar a otro en pocos segundos sin que los Estados receptores estén en capacidad de impedirlo. Las facultades cercenadas al Estado han sido transferidas al capital financiero que en plenitud de poder busca alcanzar los mayores rendimientos en el menor plazo.
Hay una extraordinaria movilidad de capitales especulativos por el planeta, que son los responsables de las recurrentes <crisis financieras y de la inestabilidad general en los mercados monetarios, bursátiles, cambiarios y crediticios. La gran acumulación de inversiones de cartera sumamente volátiles, que abandonan un Estado a los primeros síntomas de inestabilidad, producen dificultades financieras, caídas bursátiles, devaluaciones monetarias, corridas de dinero, quiebra de empresas y despidos masivos.
De otro lado, en la era de las “megafusiones”, en que hay una creciente tendencia hacia la unión y la absorción de las grandes empresas del mundo desarrollado —incluidas las que manejan los medios de comunicación, que tienden a concentrarse en pocas pero gigantescas corporaciones a cuyo cargo está la función de informar y de comunicar—, se han desbordado las escalas nacionales y se ha convertido al planeta es un solo y gran mercado abastecido por empresas cada vez más grandes, cuyas cifras de ventas anuales sobrepasan el producto interno bruto de muchos países. Lo cual demuestra que adelanta un proceso de concentración empresarial de escala mundial que terminará por someter a los Estados, hasta el extremo de que en el futuro la soberanía y la potestad política ya no serán en la práctica atributos estatales únicamente sino también de las >corporaciones transnacionales que cubrirán el planeta con su poder. Los imperios del futuro no serán solamente los grandes Estados sino también los gigantescos conglomerados empresariales y, por consiguiente, los imperialismos venideros no tendrán al Estado como su único protagonista.
Howard H. Frederick, un estudioso de la Universidad de California en Berkeley citado por Gonzalo Ortiz, prevé que unas pocas corporaciones transnacionales —no más de cinco a diez— dominarán en el siglo XXI las principales estaciones de radio y televisión, los más influyentes periódicos y revistas, la edición masiva de libros, la difusión de películas y el manejo de las redes de datos. Esto significa que el control de la información, que en medida variable había sido tradicionalmente uno de los importantes elementos del poder estatal, tiende a desaparecer en la era de la >globalización. Lo mismo ocurre con la comunicación supraestatal a través de >internet y de los ordenadores. Sus flujos de información son muy difíciles de controlar, a menos que se deje fuera de la red a un país. Ha habido intentos de hacerlo por algunos gobiernos en relación con ciertos temas: el de la pornografía infantil en Estados Unidos y en Alemania y la información política y financiera en China. Pero han resultado escasas las posibilidades técnicas de interferir internet.
Los medios de comunicación han saltado las fronteras nacionales y las comunicaciones han alcanzado escala planetaria.
El reconocimiento de la caducidad del Estado se refleja en el proceso de integración política y económica de Europa. El Tratado de la Unión Europea celebrado el 7 de febrero de 1992, ratificado en fechas distintas por los Estados suscriptores y en vigor desde finales de 1993, al sentar las bases de la futura integración económica y política de Europa, previó entre otras metas la formación de la Unión Económica y Monetaria (UEM), la implantación de la moneda única y la institucionalización del Banco Central Europeo (BCE) para regir la política monetaria común.
En cumplimiento de tales metas se estableció el primero de enero de 1999 la moneda única —el euro— en once países de la Unión Europea, que ha reemplazado a las monedas nacionales en el marco de un solo mercado financiero y de una política monetaria unificada.
Esto significa que los Estados comprometidos en el proceso han renunciado a la “soberanía monetaria” y a la “soberanía fiscal”, que hasta hace muy poco tiempo se consideraban como atributos inalienables del Estado.
El proyecto de la >Constitución Europea, aprobado en Roma el 29 de octubre del 2004 por los presidentes y jefes de gobierno de los veinticinco Estados que conformaban la Unión Europea en ese momento, al crear órganos supranacionales de gobierno para ciertas áreas de la gestión pública comunitaria y al establecer un espacio supranacional de gestión gubernativa como respuesta a un mundo crecientemente interdependiente, cuyos desafíos, amenazas y peligros son demasiado grandes y complejos para abordarlos en la forma tradicional, significó la superación del Estado como forma de organización social.
No obstante, en la prognosis elaborada en el 2000 por un grupo de científicos norteamericanos patrocinado por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y el National Intelligence Council, para vislumbrar las condiciones del planeta en el año 2015 —plasmada en el documento Global Trends 2015—, se afirma que "los Estados seguirán siendo los actores dominantes en el escenario mundial, pero los gobiernos tendrán cada vez menor control sobre los flujos de información, tecnología, enfermedades, migrantes, armas y transacciones financieras, sean lícitas o ilícitas, a través de sus fronteras. Los actores no estatales, desde las empresas de negocios hasta las organizaciones sin fines de lucro, jugarán un papel creciente en los asuntos nacionales e internacionales. La calidad del gobierno (governance), así nacional como internacionalmente, determinará sustancialmente cuan bien los Estados y las sociedades compitan con estas fuerzas globales".
En cierta forma Mijail Gorbachov coincidía con la opinión de los científicos norteamericanos. Veía las cosas estatales con optimismo. Pensaba que la crisis financiera y económica de escala global iniciada en Wall Street a fines de septiembre del 2008 había iniciado un proceso de revaluación del Estado. Afirmaba por esos años que mientras la crisis se hacía más profunda y más grave, se recuperaba el valor del Estado y se revertía el enfoque que había prevalecido en las últimas décadas acerca de su rol en la sociedad. Afirmaba que "el ataque contra el Estado fue lanzado hace más de treinta años. Margaret Thatcher y Ronald Reagan hicieron los primeros disparos. Economistas, empresarios y políticos apuntaron sus dedos al gobierno, considerándolo la fuente de casi todos los problemas que sufría la economía". Y agregaba que, "de manera creciente, el Estado fue desalojado de las esferas empresarial y financiera, quedando prácticamente sin poder de supervisión", por lo que, "una tras otra, fueron infladas las burbujas y, más tarde o más temprano, estallaron. Así tuvimos la burbuja digital, la burbuja de la bolsa de valores y la burbuja de las hipotecas. Eventualmente, las finanzas globales en su totalidad se convirtieron en una sola y enorme burbuja". De modo que, según la opinión del pensador ruso, el Estado recuperaría todo el terreno perdido.